Son muy conocidos los efectos terapéuticos del agua, tanto en el orden interno como en el externo del organismo.
En las fiebres se advierte muy bien la eficacia del agua, y forma parte de la inteligente terapéutica actual, a pesar del mal empleo que de ella se hizo en pasados tiempos.
El agua fría, científicamente administrada por vía bucal, calma los excesivos movimientos cardíacos, mientras que el agua tibia es un poderoso estímulo de la perezosa acción del corazón.
El agua estimula el funcionamiento de los riñones y demás glándulas de secreción externa, y favorece también la normalidad de las hormonas o glándulas de secreción interna.
Suministrada debidamente y a cierta temperatura, es un excelente aperitivo.
El agua caliente actúa como estimulante, antiséptico o sedante, según los casos.
Cuando el enfermo ha perdido mucha sangre por hemorragia, suelen los médicos inyectar en la sangre unos cuantos centímetros cúbicos de agua esterilizada con una pequeña cantidad de sal, que activa el funcionamiento del corazón y facilita a los glóbulos sanguíneos, que se habían adherido a las paredes de las arterias y venas, el líquido necesario para moverse y actuar, de manera que el agua inyectada es un buen reemplazante de la sangre hasta que el organismo pueda recuperar la que ha perdido.
En cuanto al uso externo, es grande el empleo del agua como agente de curación.
Oportunamente diremos algo referente a este punto con las razones científicas que apoyan cada tratamiento y los mejores procedimientos de aplicación.
También explicaremos cómo se higienizan los conductos excretores del sistema, que deberían merecer la mayor atención de todos, y algo sobre el uso del agua en bebida y en baño.
Todos esos aspectos del asunto son de mucho interés e importancia, y esperamos que nuestros lectores les prestarán la atención que merecen.
No por su aparente sencillez se ha de desdeñar el tratamiento hidroterápico y preferir otro más costoso, difícil y complicado.
Recordemos que quien viva conforme a la Naturaleza recibirá el beneficia derivado de las leyes fundamentales que rigen los fenómenos del universo en el orden orgánico e inorgánico.
La Naturaleza es la madre universal, el médico universal y la universal nodriza.
Conviene, pues, conocer sus métodos.
CAPÍTULO III. EL AGUA COMO BEBIDA
Indicamos en el capítulo anterior la importantísima parte que el agua desempeña en el proceso fisiológico del organismo humano. Manifestamos que el 80 por ciento del cuerpo físico se halla constituido por el agua, y que depende de este líquido en su mayor parte el funcionamiento del sistema.
Agreguemos que el hombre sano elimina en forma de orina y transpiración cerca de dos litros de agua.
Consideremos esta circunstancia y preguntémonos de dónde proceden los dos litros de agua que salen del cuerpo cada 24 horas.
Parte de estos dos litros proviene del agua contenida en las viandas, sobre todo en las verduras y frutas; pero la mayor parte ha de proporcionársela al organismo por medio de la bebida, pues de no hacerlo así, la Naturaleza no tendrá más remedio que extraerla de los humores del sistema o sufrir las consecuencias de la escasez.
Si extrae el agua de los fluidos o humores del sistema, el individuo no tardará en enflaquecer, de manera que se le empobrece la sangre, con riesgo de anemia u otra enfermedad causada por dicha deficiencia.
Pero la Naturaleza transige generalmente, y en lugar de agotar el agua de reserva en los humores del cuerpo, fuerza al organismo a amortiguar su actividad, de lo que resulta un funcionamiento lánguido, de manera que el individuo se expone a varias enfermedades, de las que las más comunes son el estreñimiento, la anemia y la dispepsia.
Vemos por doquiera, cada día, enfermos de esta índole, y si los observamos resulta que apenas beben agua, mientras que si estudiamos las costumbres dietéticas de la gente sana nos convencemos de que son habituales bebedores de agua.
Las autoridades más prestigiosas en materia de higiene privada y los más competentes fisiólogos están de acuerdo en que una persona de buena salud debe beber, por lo menos, dos litros de agua cada 24 horas.
Por consiguiente, no pueden estar sanos los que beben sólo medio litro de agua y aun menos cada 24 horas.
¿Cómo pueden estarlo, si de esa manera se apartan de las leyes de la Naturaleza?
Para sentirse bien han de restituirse a las condiciones normales de la Naturaleza, y empezar por beber un poco más de agua cada día de la acostumbrada, hasta llegar a la dosis normal de dos litros diarios en porciones diversas.
No se ha de beber toda esta agua de un trago ni mucho menos, desde luego, sino que han de espaciarse las bebidas en pequeñas dosis durante las horas del día.
Costumbre muy saludable es la de beber un vaso de agua fresca por la mañana al levantarse y otro al irse a la cama, por la noche.
El agua restante, hasta los dos litros, se toma repartida durante el día.
No hay que privarse del agua en las comidas, aunque tampoco ha de beberse demasiado, porque diluirá entonces el jugo gástrico al extremo que se debilitará grandemente su acción sobre el bolo alimenticio.
Se ha de beber el agua a sorbos durante las comidas, para calmar el ardor de la boca, pero nunca en grandes cantidades, que diluirían las materias alimenticias.
Lo importante sin embargo, es no aguar los manjares, es decir, no beber y masticar al mismo tiempo, porque este hábito, condenado por las reglas de urbanidad y buenas costumbres, perjudica la completa masticación de los manjares, tan necesaria para que el estómago pueda digerirlos, pues la saliva contiene principios activos indispensables a la digestión.
El agua que se bebe durante las comidas queda absorbida muy luego y entra en el torrente circulatorio sin que retarde la función digestiva, a menos que sea muy fría, pues en este caso el estómago puede pasmarse.
Quien adquiera el hábito de beber a horas fijas, aunque la sed no lo acose, las dosis de agua como si fuera medicina, de manera que en las 24 horas ingiera dos litros, no padecerá las consecuencias del estreñimiento y tendrá buen semblante y mejor salud general, por la fluidez de la sangre y el esponjamiento de los tejidos.
De modos muy diversos el organismo aprovechará el agua que en justa medida se le facilite, entre ellos el de limpiar la sangre, eliminando de ella, por los órganos excretores, las materias de desecho, que cuando por falta e insuficiencia de arrastre se acumulan, ocasionan alguna de las muchas enfermedades que afligen a la humanidad.
El agua caliente, cuando se administra, bien, es un agente eficaz de la salud, pues los hidroterapeutas saben por experiencia que limpia el estómago y los intestinos con más eficacia que las purgas alopáticas y sin los riesgos a que los drásticos exponen.
El agua caliente, dada como medicina y sin que haya alcanzado a hervir, no sólo lava el estómago, sino que lo descongestiona, disolviendo y facilitando la expulsión de las mucosidades adheridas a las paredes de dicha entraña, cuyo funcionamiento vigoriza y estimula, con lo cual se conjura el riesgo de la dilatación y la dispepsia.
El agua caliente ha de beberse al levantarse por la mañana o una hora después de comer, en cantidad de medio litro y tan caliente como pueda soportarse.
El agua caliente no produce náuseas, como la tibia.
Protestará el paladar al principio contra la ingrata insipidez del agua caliente; pero se le puede agregar una pizca de sal para darle algún sabor, y si estima el sujeto su salud, no tardará en acostumbrarse.
No debe beberse de un trago, sino a pequeños sorbos, despacio y lo mismo que si se paladeara una exquisita infusión de café.
Si se goza de salud normal, es mejor el agua fresca, según dijimos oportunamente, pues el agua caliente se ha de reservar como medicamento eficaz en los casos de pesadez de estómago,dispepsia, indigestión, estreñimiento y náuseas.