Es así porque, retenidas más tiempo del necesario en el estómago y en el intestino delgado, porque el grueso les impide el paso, las materias alimenticias están expuestas a fermentar y acedarse, produciendo flatulencias molestas, hiperclorhidria y otros trastornos digestivos.
Además, se perjudican el hígado y los riñones, cuyo funcionamiento es entorpecido.
La fiebre no tarda en aparecer y el organismo sucumbe a las condiciones morbosas.
La Naturaleza se vale de los riñones y de la piel para eliminar del organismo muchos desechos; pero ambos órganos excretores concluyen por rendirse y fatigarse.
La piel se llena de granos, costras, verrugas y otras erupciones más o menos herpéticas.
Todo esto y mucho más procede de la suciedad intestinal, pues en tales circunstancias el colon es como una cloaca que nunca se atiende debidamente.
Para que los síntomas morbosos desaparezcan basta con desinfectar la cloaca.
En conclusión, podemos decir que el embozado intestino grueso produce la septicemia o envenenamiento de la sangre.
Y como la sangre es la fuente de que se nutre todo el organismo, el manantial de vida fisiológica, por así decirlo, se comprende fácilmente que si conseguimos eliminar del manantial de vida el tóxico que lo contamina, el fluido vital circulará libre y puro, llevando en sí fuerza, salud y vigor, en vez de enfermedad, dolor y muerte.
Este asunto nos parece de sobra importante para merecer la atención de cuantos consideren la salud como el mayor bien de la vida física.
La corriente medicina alopática acierta por una parte cuando aconseja mantener el "vientre libre"; pero se equivoca, a nuestro modo de ver, en la exposición de los medios para lograr el expedito funcionamiento del tubo digestivo y el de los intestinos en particular.
Una vez explicadas las condiciones del mal, veamos cuáles pueden ser sus remedios.
CAPÍTULO VI. EL BAÑO INTERNO
La mayor parte de las gentes, después de convencerse de la verdad de nuestras afirmaciones y hechos explicados en el capítulo anterior, se apresurará a hacer cuanto esté a su alcance para normalizar los intestinos.
Pero, en lugar de usar métodos y procedimientos, saludables, quizá se administre laxantes, purgantes, píldoras, sellos, jarabes, aguas minerales y demás medicamentos de la farmacopea alopática.
Tal es la propensión natural de quienes están acostumbrados desde su infancia a oír que hay medicamentos capaces de remover los intestinos.
Sin embargo, no es éste el mejor tratamiento. Hay otros muchísimo más eficaces, según veremos.
¿Qué es una medicina catártica?
Dirán algunos que es un purgante suave.
Pero un purgante, ¿qué es?
Un medicamento que purga, sin duda.
Y purgar, ¿qué significa?
Limpiar los intestinos por evacuaciones frecuentes.
Perfectamente. Eso de limpiarlos intestinos parece muy satisfactorio.
Pero, ¿un purgante limpia en realidad los intestinos?
A muchos les resultará ridícula esta pregunta. Sin embargo, quienes hayan investigado a fondo este, punto reconocerán que es sumamente razonada y que ha de sorprender la respuesta a la mayoría de las personas.
Está muy generalizada, en primer lugar, la creencia de que un purgante actúa de manera misteriosa y tiene la virtud de expeler la materia fecal que obstruye el intestino.
No es exacto esto; porque el purgante no tiene de por sí tal virtud ni es capaz de remover las heces reunidas en el intestino, ni por reacción¡ química, ni por reacción mecánica.
Lo que sucede realmente es que tal medicina tiene en su composición substancias repugnantes al estómago y a los intestinos, sobre los cuales actúan como irritantes y revulsivos.
El organismo se apresura a reaccionar contra tales substancias irritantes y produce determinados humores que suavizan y lubrican las mucosas, determinando la contracción de las paredes del estómago e intestinos para eliminar las substancias extrañas.
El efecto del purgante tiene por causa los instintivos esfuerzos del organismo para expulsar las substancias perjudiciales, de la propia suerte que elimina y expulsa otras toxinas por los riñones, la piel o la vía que más expedita encuentre.
El individuo suele notar la acción del purgante en el tubo digestivo con dolores y retortijones parecidos a los que acometen al que ingiere un veneno, pues el purgante no es sino un veneno de escasa actividad.
Desde luego que al expulsar la substancia extraña que entra en la composición del purgante, también expulsa el organismo alguna cantidad de heces ablandadas por los fluidos segregados.
A esto se reduce todo. Pero el semiobstruido intestino grueso no se limpia totalmente con tal procedimiento, según veremos más adelante.
Es deplorable el uso de purgantes, por varios conceptos.
Así, un famoso médico inglés, ha dicho:
"No hay hábito más pernicioso para la digestión estomacal ni más extendido que el purgarse frecuentemente."
Los purgantes irritan el estómago y los intestinos, y les inducen a no cumplir por espontáneo y natural proceso sus funciones normalmente.
Una vez adquirido el funesto hábito de andar siempre con las purgas, resulta que se acostumbran también los intestinos a no funcionar sin el estímulo de la píldora, el jarabe, el sello, la pócima o la pastilla.
La revulsivo acción del purgante obliga al organismo, además, a secretar o excretar varios humores reaccionantes contra la droga nociva, que de por sí expulsa el organismo, como lo demuestra la debilidad y dejadez que el individuo experimenta después de tomar un enérgico purgante.
No puede provenir la debilidad de la evacuación de las heces, pues este acto produce una sensación agradable de bienestar y alivio.
La debilidad es causada por el morboso desgaste de la energía vital del sistema.
Además de las razones aducidas hasta ahora en contra del uso de purgantes, todavía hay otra igualmente importante, si se tiene en cuenta el punto capital del asunto, o sea la evacuación de las materias fecales.
Como dijimos en el capítulo anterior, en apariencia puede estar el intestino grueso normalmente expedito, y no obstante tener heces acumuladas en sus cavidades.
Una persona puede evacuar diariamente y estar afectada, no obstante, de estreñimiento o constipación.
Es probable también que continúe estreñido un sujeto que concluya de soportar una grave enfermedad.
Porque es preciso reconocer de una vez para siempre que el estreñimiento supone retardo y dificultad, pero no la imposibilidad del paso de las heces por los tres sectores trayectos del intestino grueso.
Efectivamente, el organismo se esfuerza todo lo que le es posible en desembarazarse de las heces, y abre en su esfuerzo un pequeño canal a través de la masa aglomerada, por donde se efectúa la diaria evacuación.
Cuando se toma una purga, pasa por ese canal y arrastra cierta cantidad de las materias excrementicias endurecidas.
Resulta evidente, por lo tanto, que se ha de hacer algo más para librar el intestino grueso de las duras heces que lo obstruyen.
A ese efecto, se impone limpiar completamente la Cloaca intestinal.
Si tenemos un caño, un tubo o un conducto cualquiera en el que se han incrustado malsanas acumulaciones, ¿qué hacemos?
La respuesta es sencilla: lo limpiamos con chorros de agua, con alcohol o con cualquier líquido disolvente.
Y cuando preguntamos qué ha de hacerse para baldear la cloaca intestinal, que ocupa casi la mitad de la cavidad del abdomen y se encuentra llena de heces, las cuales van aumentando día a día y cuyas emanaciones penetran en todo el organismo e infectan el aliento, ¿cuál sería la respuesta?
La que Perogrullo, si resucitara, podría dar limpiar la cloaca a fuerza de chorros de agua.
Es esto precisamente, lo que se logra con el baño interno, cuyo procedimiento vamos a explicar.