Ha llamado mucho la atención de los higienistas de occidente y del público en general, durante los últimos veinte años, el principio del baño interno o irrigación intestinal.
Son muchos quienes se atribuyen en los Estados Unidos la gloria de la invención del baño interno; pero lo más probable es que hayan actuado con independencia unos de otros y les corresponda a todos por igual.
No obstante, esta invención o descubrimiento fue sólo el redescubrimiento o reinvención de un principio ya conocido y practicado desde hace muchos siglos por los indos y otros pueblos orientales.
Hay más aún sobre el particular, porque se cree que los arios primitivos aprendieron el procedimiento del baño interno de unas aves de largo pico de los países orientales, que lo ponían en práctica para curarse el estreñimiento proveniente de haber comido cierta especie de bayas indigestas de algunos arbustos de aquellos países.
Un antiguo autor confirma esta opinión manifestando que los arios aprendieron el uso del baño interno de un ave de largo pico que había en las orillas del Ganges, a la que se le vio introducir el pico en el río, llenarlo de agua y enseguida darse una lavativa.
Cuéntase que la misma costumbre se ha observado en diversas especies de agachadizas.
Dice el naturalista Plinio que la costumbre de estas aves dio a los médicos egipcios la idea de la lavativa o ayuda, denominada clister o enema técnicamente, y algunos historiadores chinos hacen la misma afirmación respecto de su país.
Es así que la práctica de la ayuda o lavativa parece ser universal, pues la conocían ya las aves de dicha especie siglos antes que apareciese el hombre sobre la tierra.
Pero hay mucha diferencia entre los clisteres occidentales, que inyectan el agua en los intestinos valiéndose de una jeringa o de un irrigador, y el peculiar método de los yoguis orientales.
Consiste el ordinario clister occidental en inyectar una pequeña cantidad de agua fría, tibia o caliente, según el caso, en el recto, con infusión de alguna substancia medicamentosa, o que así lo parezca, con lo que limpian a lo sumo la última porción del intestino grueso y parte inferior del colon.
Por lo pronto diremos que es más saludable que la administración de purgantes, pero el método indo va mucho más allá y produce mejores resultados.
El baño interno, denominado también irrigación intestinal, consiste en inyectar uno o dos litros de agua caliente en el intestino grueso, de manera que el chorro llegue al colon para remover los grumos de materias fecales que envenenan el organismo, al mismo tiempo que dar un baño suave de humedad a los riñones.
Parece tan sencillo este procedimiento, que quien no ha ya estudiado el problema diga o piense, quizá, que los médicos e higienistas occidentales no hubieran desconocido o desecha un tratamiento tan simple en el caso de no presentar algún grave inconveniente.
La sencillez, precisamente, es el carácter de la verdad, y por la sencillez del procedimiento no se les hubiera ocurrido jamás a los terapeutas occidentales, pero hace unos años cayeron en la cuenta de los graves peligros que suponía para la salud la obstrucción intestinal y aun la aglomeración de materias fecales endurecidas en las cavidades o alvéolos de las paredes internas del colon.
Los pocos higienistas y médicos que estudiaron detenidamente esta cuestión se vieron presionados por la imperante rutina y cubiertos de ridículo,, hasta que un nuevo interés por el asunto obligó a los' profesionales a reconsiderarlo, y se convencieron de la bondad del procedimiento.
Muchas gentes de los Estados Unidos que siguen la terapéutica de Thompson, la cual consiste en provocar el sudor y el vómito, también han adoptado el procedimiento del copioso enema de agua caliente por medio de la jeringa, y aun con mucha mayor eficacia y prontitud, valiéndose de los aparatos modernos fundados en la presión del agua.
La usual cantidad de agua se reducía a medio litro; pero algunos de los más radicales se aventuraron a emplear hasta un litro, a pesar de que los médicos no consentían dosis tan excesivas a su juicio.
El doctor Joel Shew, por los años de 1850, recomendó en su Manual de Hidroterapia la copiosa inyección, de manera que el agua llenara buena parte del colon.
Manifestaba dicho doctor:
"La completa irrigación de la parte inferior del colon estimula los movimientos peristálticos, y la absorción y trasudación del agua reblandece y diluye las heces, de modo que quedan expeditas las tres porciones del intestino grueso y se efectúa sin dificultad la defecación."
En 1825, antes del doctor Shew, el destacado hidroterapeuta doctor Priessnitz ya había expuesto los resultados beneficiosos obtenidos con el mismo método.
Estos precursores de la moderna hidroterapia no echaron de ver, sin embargo, que la idea capital de los higienistas indos era la frecuencia peligrosa con que se aglomeran las heces en el intestino grueso.
La manera de actuar de dichos precursores se dirigía hacia la parte inferior del colon y en especial al asa sigmoidea o curvatura que hace el colon inmediatamente antes del comienzo del recto.
Es así que tal procedimiento, por bueno que fuese en su época y a juicio suyo, por aquello de que más vale algo que nada, sólo alcanzaba incidentalmente el verdadero foco del mal.
Quizá el primero que comprendió en occidente la importancia y eficacia del tratamiento fue el doctor neoyorquino Wilford Hall, cientificista y clérigo, autor de muchas obras científicas, filosóficas y religiosas. Al perder la salud, el doctor Hall hizo denodados esfuerzos para recobrarla y probó los más diversos tratamientos.
Se fijó casi fortuitamente en el estado de los intestinos y no tardó en descubrir el porqué de sus dolencias.
Empezó a tratarse hidroterápicamente con resultado admirable, pues al cabo de muy poco tiempo volvió a encontrarse fuerte y vigoroso.
Después sometió al mismo tratamiento a algunos parientes y amigos, con idéntico resultado.
Por último, creyendo que tal descubrimiento podría ser de pública utilidad, y como tenía también el espíritu mercantil de los norteamericanos, en 1880 publicó un folleto intitulado Sistema terapéutico del Dr. A. Wilford Hall, del que vendió millares de ejemplares al precio de cuatro dólares en un principio y diez arios después a dos.
Millares de familias conocieron el procedimiento de la irrigación intestinal, gracias a la propaganda del doctor Hall; pero restan aún millones de individuos necesitados de conocerlo, pues ni oyeron hablar nunca de él.
Fue también de los primeros en practicarlo el doctor H. T. Turner, de Walla Walla, en el estado de Washington, a quien citamos en el capítulo anterior.
No obstante, como pasa con toda novedad, los partidarios más fanáticos de la irrigación intestinal abusaron del procedimiento hasta el extremo de caer en la manía.
Aquellos llegaron al extremo de afirmar que no había por qué preocuparse del natural movimiento de los intestinos, sino confiar absolutamente el enema administrado una o dos veces por semana para mantener limpio el intestino.
Hemos de protestar contra este abuso, por considerarlo tan anormal como la viciosa costumbre de purgarse, y pedimos enérgicamente que se rechace semejante fanatismo.
Mucho se pierde y nada se gana con separarse de los procedimientos y métodos naturales.
Si viviesen los hombres de acuerdo con las leyes de la Naturaleza, no tendrían necesidad de la irrigación intestinal.
Pero, desde el momento que han consentido la conducción antinatural del embotamiento del colon, han de usar, el. procedimiento. más eficaz para que el organismo recobre sus fueros.
Y no conocemos ningún procedimiento tan eficaz como el baño interno o irrigación intestinal, por lo que aconsejamos su uso, teniendo en cuenta nuestras prescripciones.
Sin embargo, una vez alcanzada la normalidad intestinal, ha de prescindiese de la irrigación y dejar que haga su obra el organismo, ayudado por la cantidad conveniente de fluidos cuya secreción favorezca el agua bebida en el transcurso del día, según explicamos en un capítulo anterior.