A veces iba al pueblo a pasar unos días. Sus padres aún vivían y con la excusa de ir a verlos huía de la ciudad, de la soledad. Lloris pasaba poco tiempo en casa. Las empresas y los compromisos sociales que se buscaba o que se inventaba lo mantenían fuera casi todo el día.
La escena aparentaba ser plácida y feliz: dos personas leyendo cómodamente en una sala espaciosa y bien iluminada, que parecía más grande porque los tabiques habían sido reemplazados por puertas correderas de cristal. El parqué y la calefacción central hacían la estancia muy acogedora. Alguien llamó al timbre de la puerta. Entonces Lloris se levantó y le cortó el paso a Amparo, una señora mayor que María Jesús había traído de Alzira para que se encargara de la casa, que ya se disponía a abrir. Iría él. Esperaba visita. Eran las nueve de la noche y Lloris pensó que Oriol, de nombre inusual en Valencia, llegaba impecablemente puntual. Oriol, un joven pulcro y educado. Lloris desconfiaba de aquella última virtud. Cuando alguien se preocupa tanto por su imagen intenta esconder algo, pensaba. Pero era un empleado eficiente.
Oriol entró, saludó a Lloris. Mientras el empresario se dirigía al despacho, el empleado se presentó a la señora. A María Jesús le gustaban mucho sus modales. Un joven encantador, el hijo o esposo que le hubiera gustado tener. Pero las familias son algo que nunca se elige y que casi siempre se soporta. Sólo fue un saludo fugaz y exquisito, de hábito, pero Oriol lo convertía en un detalle elegante y respetuoso.
Lloris preparó dos whiskys. Puso tres cubitos en cada vaso, aunque Oriol lo prefería sin hielo. Pero él no: le gustaba muy aguado. Le extendió un vaso, se sentó en una butaca de la mesa, hizo una señal ofreciéndole la de enfrente y entonces se encendió un puro.
– Cuéntame -le dijo expulsando una espesa nube de humo.
– Según lo previsto, has conseguido la plaza de vocal.
Aunque Oriol tenía veintiséis años menos, era el único empleado importante del grupo de empresas de Lloris que lo tuteaba.
– ¿He conseguido muchos votos?
– No lo sé exactamente -respondió precavido Oriol-. No he esperado al recuento. Pero los previstos -la votación había sido muy ajustada, pero prefirió no decírselo. A un hombre como Lloris, con una autoestima exagerada, era mejor mantenerlo tranquilo-. Entrar en la directiva o alcanzar la presidencia son otra cosa. Ya sabes que es muy complicado -era imposible-. No obstante…
– Mira, Oriol, todo eso de la Cámara de Comercio es una puta mierda. Ser vocal no sirve para nada.
– Por ahora ya has metido la cabeza.
– Mientras yo meto la cabeza ellos meten la mano.
– Tenemos que empezar con una nueva estrategia a partir de la plaza de vocal, pero exige tiempo y paciencia.
– No les importa que sea vocal, así creen que me tienen más controlado, pero al margen de eso no me dejarán progresar más.
– Ya veremos. Félix García me ha dicho…
– Félix García vendería a su madre si pudiera. Tú no le conoces, yo sí.
– Si eres vocal es gracias a los votos que él te ha conseguido.
– Me ha pagado el favor del solar.
– No nos interesaba.
– Él no lo sabía -Lloris echó una larga calada mientras le iba dando vueltas al puro-. Me he pasado el día en el coto, reflexionando.
Si Oriol hubiera sido un hombre indiscreto, se le hubiese notado un gesto de inquietud. Las ideas singulares de Lloris hacían que se echara a temblar, especialmente las referidas al ámbito social o político. Sus ideas empresariales eran otra cosa. Como la mayoría de empresarios valencianos de su época tenía intuición, pero también como a esa mayoría le faltaba orden y planificación, porque no se había curtido en ningún tipo de formación teórica empresarial, una insuficiencia común entre los empresarios formados en los sesenta. Lloris, sin embargo, era alguien a quien había que escuchar cuando «reflexionaba».
– He pensado en optar a la presidencia del Valencia C.F.
– No es mala idea.
La idea era más bien nefasta. Oriol bebió whisky; lenta y suavemente. Después, aún se tomó algo más de tiempo. Lloris le daría tanto como hiciera falta. Había temas sobre los que prefería contrastar sus ideas con él.
– Es una plataforma social importante -dijo Oriol tras unos instantes de reflexión-. La presidencia de un club de fútbol otorga prestigio y garantiza influencia política. Pero implica algunos problemas que deberías tener en cuenta -Lloris se removió en la butaca-. Por lo que sé de fútbol -Lloris no tenía ni idea-, es obvio que, si el equipo va mal, todas las miradas van contra la directiva. No dependerá de tu lucidez -un pequeño elogio en el momento oportuno-. Tú tienes carisma -no tenía absolutamente ninguno-, sabes dirigirte a la gente del fútbol, pero si las cosas no funcionan la prensa te echará la culpa. Los clubes de fútbol son empresas atípicas y me parece que correrías un riesgo innecesario. Una empresa que depende de los sentimientos de la gente es algo bastante delicado. Si fueras madrileño y quisieras optar a la presidencia del Real Madrid, sería otra cosa. El Madrid es una institución más del Estado; en cierto modo, sentimentalmente, ha sustituido a la selección española. Es una situación social distinta. Si la economía del Madrid va mal es un problema de Estado, y se emplean todos los medios posibles para resolverlo, como así ha sido. En la última asamblea extraordinaria del club, se hizo público que el Valencia tiene una deuda de veinte mil millones de pesetas. No tendrá ningún apoyo institucional para afrontarla. Además, el club pertenece a la familia Roig. Fundamentalmente a Paco Roig, el principal accionista. Tendrías que comprarle sus acciones y tengo entendido que no las vende. Y aunque te las quedaras no serían suficientes, tendrías que llegar a un acuerdo con los dos hermanos restantes.
– De acuerdo, figura. No es buena idea.
– No está mal, pero es arriesgada.
– ¿Y qué propones?
– En primer lugar, calma.
– No tengo mucho tiempo.
No tenía mucho, pero un poco sí. Lo cierto es que Lloris se moría de ganas por estar en el sitio adecuado. Hacía falta estar cerca de los grandes acontecimientos empresariales que se avecinaban: el Parc Central, el Parc de Capçalera, la concesión de Aguas Potables de Valencia, la llegada del TGV, la reconstrucción del barrio del Cabanyal, los proyectos de más parques temáticos… Negocios en los que estaba implicado el poder político. Negocios, por otra parte, en los que no tendría parte si no estaba cerca del poder o por lo menos en disposición de ejercer su influencia sobre él. Se había quedado fuera de Terra Mítica, su intento de entrar en el consejo de administración de Bancam se había frustrado porque ningún partido parlamentario quería apoyar su candidatura, y las grandes construcciones alrededor del Palau de Congressos, de la Ciutat de les Arts i les Ciències y de la Avenida de Francia habían sido edificadas por empresas rivales. Oriol sabía que el boom de la construcción, iniciado de nuevo en 1996, ya estaba tocando techo. El de la construcción era el sector más sensible a las crisis económicas, pero también el más receptivo a los períodos de bonanza. Desde 1987 hasta 1992, el precio de la vivienda se duplicó en el País Valenciano. Después, hasta el 95, el sector pasó por momentos críticos. Ahora había indicios de que el ciclo iba a la baja. La idea de Oriol era potenciar la empresa del Grupo Lloris que se dedicaba a las obras públicas, que dependían de la Administración. Se necesitaba mucha calma y mucha paciencia para rehacer los lazos que la prepotencia de Juan Lloris había roto. En realidad, prácticamente todas las vías de comunicación estaban cortadas.
– Venga, figura, dame una idea de ésas tan brillantes que tienes.