– ¿Eso es todo?
– No puedo ser más franca.
– ¿Eres consciente de que con tu actitud puedes obligarme a buscar soluciones en principio indeseables?
– Francesc, tengo prisa.
Júlia no se tomó en serio la amenaza. Estaba segura de que en ningún momento Petit buscaría la solución acudiendo a los socialistas. Aquella medida estaba descartada por la personal apuesta política del secretario del Front. Obtuvo la prueba de ello al instante: Petit no insistió en lo de la «solución indeseable».
Dejó a Júlia Aleixandre ante la puerta del museo. El coche del President ya no estaba allí. Después se fue a la Malvarrosa, donde vivía. Necesitaba estar solo, pasear. Le gustaba la zona, era tranquila en invierno. Tenía que pensar, y mucho, en cómo resolver un problema que hacía peligrar una trayectoria de casi veinte años. Sin el crédito, las dificultades se hacían insalvables. Con las condiciones políticas que Júlia le imponía, su crédito político, en la cuerda floja del pragmatismo, sufriría quizá un desgaste personal irreversible. A veces tenía ganas de lanzar la toalla, como aquellos boxeadores derrotados no en un combate, sino por las secuelas de tantas batallas ingratas. Pero ¿tenía que hacerlo ahora que estaba a punto de recoger los frutos de tantos años de esfuerzo? También él había dejado muchos cadáveres en el armario: amistades firmes rotas a consecuencia de las luchas internas, incluso el afecto de una mujer que no entendió su tozudez ideológica, el riesgo de profesionalizarse en la política extraparlamentaria dejando de lado la posibilidad de una profesión cómoda y segura. Demasiadas renuncias para abdicar precisamente cuando todo parecía tener un sentido.
Júlia no tenía que cenar con el President, sino con Oriol Martí. La excusa de la cena oficial le había servido para dejar su conversación con Petit en el punto oportuno, cuando ya no era conveniente presionar más. Sabía de las dificultades políticas internas que tendría que afrontar el secretario general del Front merced a aquella propuesta, de modo que no había que meterle prisas. Ahora sólo había que esperar, pues el tiempo jugaba a favor suyo. Cuanto más tardara Petit en darle una respuesta, más desesperado estaría al hacerlo. La desesperación de encontrarse con un problema que sólo tenía una salida posible haría del acuerdo una sumisión. Júlia estaba satisfecha, lo había urdido todo ella. Quería presentarle al President, en bandeja de plata, una propuesta de acuerdo que le garantizara, con muchísimas probabilidades, cuatro años más de gobierno en caso de que no alcanzaran la mayoría absoluta, circunstancia que podía producirse según las últimas encuestas, que guardaban a cal y canto.
Encontró a Oriol Martí en el claustro renacentista del museo, con una copa de cava en la mano, conversando con un reducido grupo de gente. A distancia, llamó su atención entrando en su campo visual. Oriol se dio cuenta y se despidió del grupo. Entonces Júlia usó el móvil para pedir un taxi. Camino del restaurante Morgado, ambos hablaron de la exposición. En el restaurante, eligieron la mesa que había a la derecha de la entrada. Morgado es un restaurante sin reservados, no muy discreto, ya que es pequeño y todas las mesas están a la vista. Oriol notó a Júlia radiante.
– Te veo feliz.
– Lo estoy. La exposición ha sido un éxito.
Oriol sonrió. El estado de Júlia no venía dado por ningún acto cultural. La derecha valenciana no solía hacer de la cultura un reclamo.
– ¿Cómo te ha ido con Francesc Petit?
– ¿Le conoces?
– He tenido que esforzarme un poco para recordar quién era.
– Son contactos habituales. Eres tú el que tiene que contarme algo. ¿Qué dice tu jefe? Ya es vocal de la Cámara de Comercio. ¿Ésa era toda su estrategia?
– No. Hay algo más.
– Estoy impaciente por saber qué le has aconsejado.
Júlia pidió el menú. Juan Morgado fue expresamente a atenderla. Oriol prácticamente exigió el vino. Le daba igual comer lo que ella quisiera, pero el Viognier, un vino blanco de la Conca de Barberà, era lo que siempre pedía en todos los restaurantes que lo servían. Muy frío.
– ¿Ya le has dicho que no tiene nada que hacer en las elecciones a la presidencia de la Cámara?
– Ya lo sabe. Pero ser vocal le garantiza una entrevista en El Liberal.
– No es difícil que El Liberal entreviste a un empresario crítico con la política del Govern.
– No, pero ahora tienen una excusa.
– Circula el rumor de que Lloris pretende comprar un gran paquete de acciones del Valencia C.F. ¿Qué hay de eso?
– No lo hará. Además de imposible, no le conviene.
– Es una buena plataforma.
– Demasiado inestable.
– Sobre todo para un hombre de su temperamento. Con su demagogia, nos hubiera podido presionar mucho desde la presidencia del club.
– Pondrá el énfasis en la interconexión del TGV con el aeropuerto, aprovechando que los catalanes la han conseguido.
– ¿Se lo has aconsejado tú?
– Por supuesto.
– Al President no le hará ninguna gracia.
– Tengo que justificar mi sueldo, ¿no crees?
– Así que la interconexión… Los agravios comparativos siempre han funcionado, sobre todo con los catalanes.
– A vosotros os dieron muy buen resultado por un tiempo. Pero la respuesta no es complicada. Dile al President que se adelante a Lloris declarando que intentará conseguir la interconexión. Que la pida, por lo menos, a través de la prensa. Si no la llevan a cabo, la culpa será del Gobierno de Madrid.
– Olvidas que ese gobierno es del mismo partido.
– Pues que no lo diga, la gente ya supondrá que es el Gobierno central el que no permite la interconexión.
– No es mala idea, pero de todas formas supondrá un fracaso no conseguirlo. ¿Qué más?
– Aunque es imposible que gane, optará a la presidencia de la Cámara de Comercio con un programa sencillo: renovarla a fondo, lo que implicaría quitarse de encima a toda la gente que tenéis allí. La mayoría de empresarios, sobre todo los pequeños, está en su contra.
– No hace falta que perdamos el tiempo con eso. No tendrá la presidencia.
– Se presentará como una víctima de la Generalitat, dirá que preferís a los empresarios que no son críticos con la gestión del Govern.
– Entonces el President no tardará en hacer unas declaraciones asegurando que la Generalitat es absolutamente neutral en las elecciones. Nos adelantaremos a Lloris. ¿Eso es todo?
– Por ahora, sí. Excepto que también le he aconsejado que se deje ver más en actos culturales, sobre todo en exposiciones de pintura. Ya sabes, por lo del glamour.
Júlia rió. No se imaginaba la cara de Juan Lloris observando un cuadro abstracto.
– Es lo más gracioso que he oído en mucho tiempo.
Oriol sirvió el vino en las dos copas. Júlia le propuso un brindis, agradecida por las informaciones que había recibido. Para ella, el conocimiento de todo lo que intentaba controlar era algo indispensable. Confiaba en Oriol. Lo conocía desde hacía mucho. Fueron juntos a la universidad, pero no a la misma facultad: Júlia estudió Derecho, Oriol Económicas. Mientras Júlia participaba en los movimientos radicales de la postransición política, Oriol alternaba sus estudios con prácticas de trabajo en empresas. Era un joven brillante y discreto, que sabía con certeza cuál era su sitio. Júlia también, pero recurría a otros métodos. Técnica de Administración General del Grupo A por oposición, llegó a jefa de servicio en el Govern de los socialistas. Sin embargo no consiguió ser jefa de área, un tipo de puesto que requería cierta confianza política que su pasado radical no garantizaba. En cambio, a Oriol no le interesaba mucho la política. Su ambición era dirigir una empresa propia; una empresa, como intuía Júlia, que necesitaría los favores institucionales. Por otra parte, Júlia presentía que Oriol la deseaba. Siempre había sido así, desde que se conocieron en el bar de la Facultad de Derecho. Oriol no sólo admiraba el atractivo físico de Júlia, sino también su osadía y su seguridad en sí misma. Pero en aquel aspecto ella era inflexible: no mezclaba las relaciones profesionales con el sexo para evitar que un sentimiento o una pasión le echaran a perder un contacto interesante. A Oriol había que cuidarlo y ella sabía cómo hacerlo: en cuestión de sexo, le resultaba más rentable insinuarse que ofrecerse. Oriol, además, era uno de los pocos hombres que no la aburrían, quizá porque era uno de los pocos que no se había llevado a la cama.