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– Pero da la puta casualidad de que buena parte de esos pueblos están en manos de militantes de la facción de Horaci.

– ¿Y qué quieres que hagamos?

– Gran pregunta.

– En cualquier caso, devolverles las alcaldías ahora no nos favorecería políticamente. Es imposible.

– Le he dicho exactamente que es casi imposible.

– ¿Qué quieres decir con el «casi»? No habrás pensado…

– Nada, no he querido decirle nada. El «casi» era para ganar tiempo.

– Si la pregunta que quieres hacerme es de dónde puedo sacar ciento veinticinco millones, sin contar el dinero que necesitan las candidaturas municipales, que ya se las arreglarán como puedan, no puedo darte ninguna respuesta, es decir, imposible obtenerlos si no es mediante un crédito.

El empleado abrió la puerta del despacho.

– Francesc, ya han pasado los diez minutos. La gente espera.

– Ahora voy.

El empleado se fue.

– Mira, Francesc, estas cosas no se pueden hablar con prisas.

– Ya lo sé -se dirigió a la puerta-, pero tendrás que buscar una solución.

– ¿Cuál?

Vicent Marimon se quedó con la palabra en la boca. Petit ya había salido del despacho; lo siguió hasta la sala donde se reunía el comité ejecutivo.

En 1997, el Front adquirió su sede central por veinticinco millones de pesetas. Durante un largo período de tiempo, dos militantes del partido buscaron un local en condiciones y barato. Por fin lo encontraron en Patraix, en la franja del barrio más cercana a Fernando el Católico, calle que unía la Plaza de España, una zona prácticamente céntrica, con el Puente de Ademuz, donde empezaba la nueva periferia. La sede era un entresuelo con acceso directo a la calle, de aproximadamente trescientos metros cuadrados, dividido claramente en dos partes. La primera, precedida por un hall con dos despachos, comunicaba con una sala de prensa y multiusos, a la vez una parte abierta que a menudo utilizaban las juventudes del partido y en la que se solían impartir cursillos de formación; y la segunda era un área restringida, donde estaban los despachos de los empleados, de prensa, de finanzas, el del presidente y el del secretario general.

Las reuniones del comité ejecutivo, compuesto por once miembros, se celebraban en la sala multiusos. De esos once, cinco, contando a Petit, eran el sector fiel, la guardia pretoriana del secretario general. Tres más estaban adscritos a la facción crítica, y aún quedaban tres, los llamados «indecisos». Con estos últimos, Petit controlaba el comité ejecutivo cómodamente, pero en el fondo eran una incógnita pese a que, por suerte para la dirección, no eran un grupo organizado.

Inició la reunión Vicent Marimon, presentando el presupuesto electoral de precampaña y de campaña. Lo hizo de manera rápida y concisa. Detalló los gastos de una encuesta completísima llevada a cabo por la empresa Emar-GHD, y la campaña de presentación del nuevo logotipo y el cambio de imagen del Front mediante carteles y vallas publicitarias. (El cambio de imagen incluía el color naranja. La idea se le ocurrió a Petit a propósito de un partido de fútbol en el que el Valencia vestía el segundo uniforme del club, con un fondo de aquel color.) Añadió que pronto tendrían una reunión con el director general de Bancam para pedir un crédito de ciento veinticinco millones de pesetas. En el turno de réplica, Horaci Guardiola adujo que era demasiado dinero teniendo en cuenta que los municipios -las elecciones autonómicas y las municipales tenían lugar el mismo día- se hacían cargo de sus gastos. Advirtió que estaban demasiado endeudados, y que posiblemente ese crédito pondría la capacidad económica del partido en un estado irreversible. Marimon defendió el presupuesto comparándolo con los de otros partidos. No era ningún disparate, ni mucho menos, y las perspectivas políticas lo exigían. El grupo de indecisos votó a favor de la dirección y el presupuesto se aprobó.

Entonces Miquel Sagalés, para muchos el delfín de Francesc Petit, tomó la palabra para explicar la estrategia de campaña y el programa. Hizo un breve discurso a propósito de la continuidad de la opción valencianista e interclasista. Horaci Guardiola replicó de nuevo.

– Nosotros pensamos que deberíamos llegar a un pacto preelectoral con los socialistas. Un pacto que nos garantizara representación parlamentaria. Hace muchos años que estamos intentando superar la barrera del cinco por ciento. Es una gran oportunidad. Además, estoy seguro de que a ellos también les interesa. No se pueden permitir otro fracaso electoral.

– El acuerdo con los socialistas sería pan para hoy y hambre para mañana -le cortó Petit, que se adelantó a la respuesta de Sagalés-. Si nos amparamos en los partidos estatalistas nos cargamos la estrategia de erigirnos en única opción valencianista. Es cierto que la unidad de acción con otros partidos nos asegura diputados (aunque en política dos y dos no siempre suman cuatro), pero el precio es demasiado alto. Nos devuelve al pasado, cuando ya pagamos con creces nuestras dudas y nuestros errores. Desorientaríamos a nuestros electores, a todos los que en las últimas elecciones prácticamente nos dieron la representación parlamentaria. Y en su mayoría eran antiguos votantes de la izquierda estatalista. ¿Qué dirían esos electores si ahora les presentamos una opción que ellos han cambiado por la nuestra? Además, según las encuestas, nuestra opción está subiendo. Hemos tomado el rumbo correcto.

– Nos gustaría ver las encuestas.

– Si no las habéis visto, es porque no las habéis pedido.

– Me resulta difícil creer que subamos con la política tan de derechas que hacéis, y con una opción nacionalista tan tibia.

– Sabéis muy bien que sólo la moderación nos hará llegar a las instituciones -Petit abrió una carpeta de cartón y mostró un recorte del diario La Vanguardia-. Mira lo que hace Esquerra Republicana de Catalunya, que según vosotros tendría que ser nuestro modelo.

Le pasó el recorte de prensa. Horaci leyó el titular con un murmullo audible: «ERC inicia una campaña para incorporar castellanohablantes y no nacionalistas». Y el subtitular: «El partido republicano sostiene que el objetivo inmediato es gobernar y no la independencia».

– También ellos relegan objetivos irrenunciables a un segundo plano. No lo critico. Al contrario, lo entiendo perfectamente.

– Una cosa es aparcar un objetivo, y otra muy distinta es renunciar a él -respondió Horaci-. El Front nació con vocación de ser un partido de clase y…

– Querido Horaci, la estrategia tan idílica que pintas no nos dio ni siquiera un dos por ciento, y eso sin contar la desmoralización de los militantes ni nuestra imagen pública de partido poco serio. En cambio, nuestro programa nos ha llevado a rozar el cinco por ciento. En política cuentan los hechos, no las teorías maximalistas. Ojalá lo hubiéramos hecho antes. Resulta curioso que toda la izquierda se haya moderado, incluso la derecha trata de centrarse, pero criticáis que lo hagamos nosotros a sabiendas de que es la única vía posible.

– No es la única.

– Es la demostrable. Ahí están las pasadas elecciones y las últimas encuestas.

– Quiero hacerte una pregunta, Francesc.

– Házmela.

– ¿Estarías dispuesto a dar el Govern a la derecha si tuviéramos la posibilidad de decidirlo?

– No perderé ni un segundo en pensarlo: negociaré, si hace falta, con el mismísimo diablo. Siempre con la idea de hacer cumplir nuestro programa. Por primera vez en muchos años estamos haciendo una política inteligible. He hablado y continuaré hablando con los empresarios, con los pequeños y con los grandes, con asociaciones cívicas y culturales, con los gremios de comerciantes, con los agricultores… En fin, hablaré y me fotografiaré con quien sea con tal de salir del gueto al que nos llevó la política que propugnáis. ¿Está claro?

– Ya hace tiempo que lo vemos claro.