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– Disculpa, creía que el traje era por algún asunto del partido.

– Pues no, es una reunión privada.

– ¿Tienes tiempo?

– No mucho, me esperan a las once y media.

– Hay de sobra. Iré al grano.

– Como siempre.

– Me preocupa el crédito que te ha denegado Bancam.

– Y a mí. Pero, en primer lugar, el crédito no me lo han denegado a mí sino al Front. Y en segundo y último, me lo puedes preguntar en la próxima ejecutiva.

Horaci obvió la segunda respuesta:

– Por eso mismo, porque se lo han denegado al Front, me preocupa.

– Tú tranquilo (si es que no lo estás), sacaremos el dinero de donde sea. Hay muchas fórmulas posibles.

– ¿De donde sea o como sea?

– Escucha, Horaci, si has venido a decirme algo (no me creo la excusa de que has venido a la Diputación: vas muchas veces y jamás te has dejado caer por la sede), pues eso, me lo dices y no marees más la perdiz.

– Corren rumores, Francesc.

– Supongo que serán en mi contra, porque de no ser así no hubieras venido.

– Precisamente porque son rumores no he querido preguntártelo en la ejecutiva.

– ¿Y qué rumores son?

Al hacer la pregunta, Francesc Petit se dio cuenta de que tenía sobre la mesa el informe que Marimon había redactado sobre Juan Lloris. Como quien no hace nada, lo dobló lentamente y se lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Horaci lo observó todo, pero se imaginó que era un documento personal.

– Un pajarito me ha dicho que en presidencia tienen mucho interés en concederte el crédito a cambio de favores políticos.

– ¿Te lo ha dicho un pajarito o un buitre?

– Sea quien sea, me quedaría más tranquilo si me lo aclararas.

– Te encantaría, pero lamento decepcionarte. Insistiré en pedir el crédito, lo haré tantas veces como haga falta. Y si nos lo conceden a cambio de contraprestaciones políticas, ya se verá.

– O sea, que no rechazas la posibilidad de una negociación.

– ¿He dicho algo o has querido oírlo?

– Lo has insinuado.

– Si lo hago, es evidente que será público. No podría esconderlo así como así. Pero no propagues un rumor que ahora mismo es una calumnia. Reclamaré el crédito, y tienes que saber que si no nos lo dan los denunciaré convocando una rueda de prensa, que te invito a presidir junto a mí, para denunciar que si se le niega un crédito a un partido se están falseando las elecciones.

– ¿Por qué no lo has hecho ya?

– Porque se tienen que agotar todas las posibilidades, y porque los conservadores se excusan en el consejo de administración.

– En el que tienen mayoría.

– Sí, pero, con la reglamentación bancaria en la mano, nuestra situación patrimonial, que como sabes está hipotecada, no permite legalmente exigir un crédito de ciento veinticinco millones.

– ¿Y qué esperas? ¿Comprensión?

– ¿Podemos esperar otra cosa?

Sin llamar a la puerta, Vicent Marimon irrumpió en el despacho. Lo hizo después de que Núria le hubiese informado de la presencia de Horaci. Petit le recibió como si se tratara de una liberación.

– Perdón, no sabía que estabais reunidos.

– Pasa, ya hemos acabado.

– No hemos acabado, continuará -sonrió Horaci levantándose del sillón. Y observando a Marimon de la cabeza a los pies, le preguntó-: ¿tú también tienes una importante reunión personal?

Marimon se quedó mirando el traje que llevaba.

– ¿Yo? -respondió desconcertado.

Petit decidió intervenir:

– Horaci, tenemos cita en Bancam.

– No entiendo por qué me lo has ocultado.

– No quería que me dijeras lo que tengo que hacer. Además, excepto él y yo nadie sabe nada. Ya comunicaré en la ejecutiva todo lo que tenga que decir.

Horaci se acercó a Petit.

– Me da la sensación de que el pajarito tenía razón.

Dio media vuelta y salió del despacho.

– ¡A los pajaritos, me los como yo fritos en un plato!

– No grites, Francesc, los autores de la ponencia sobre medio ambiente están en la sede.

– ¡Este tío me pone de los nervios!

– Todas las oposiciones ponen de los nervios. ¿Por qué ha venido? No sabrá que…

– No sabe nada. Pero sí que Júlia Aleixandre ha hablado conmigo.

– Se lo habrá dicho ella.

– O Josep Maria Madrid, que no para de liarlo todo.

– Intentan ponernos de mierda hasta el cuello y presionarte. Escucha, tendríamos que ir ya al despacho de Lloris.

– Es pronto.

– Tomemos una cerveza y preparemos la reunión, prácticamente no hemos hablado de ella.

– ¿Cómo vamos a prepararla, si no sabemos lo que quiere? En este asunto somos dos virgos.

– Mientras no seamos dos idiotas…

* * *

Francesc Petit deseaba a más no poder que Juan Lloris fuera uno de aquellos escasos empresarios que creían en la necesidad de un poder valenciano. Escasos, en efecto, porque los pocos que se conocían tenían en los socialistas su único referente autóctono. No confiaban en el poder de transformación política del Front (según el criterio de Francesc Petit, que, en la barra de la cafetería del Edificio Europa, se lo explicaba a Vicent Marimon). Un empresario, sobre todo si es un empresario que cree en su responsabilidad social, exige pragmatismo político, y el Front, pese a una presencia municipal más o menos aceptable, era un partido extraparlamentario. Más grave aún, el nacionalismo valenciano tuvo durante años vocación extraparlamentaria. Ahora bien, siguió reflexionando el secretario general con una cerveza holandesa en las manos, si Lloris es lo que querríamos, un valencianista, ¿por qué hasta ahora no nos había dado noticias de su existencia? Él mismo contestó a su pregunta: pues porque el Front, hasta hace pocos años, era un partido maximalista con proyectos inalcanzables. Con toda seguridad, la política centrada y centrista que habían iniciado estaba a punto de dar los frutos que anhelaban. Costaba llegar, ya que la prudencia y el rigor debían ser contrastados, pero poco a poco el mensaje estaba calando en la sociedad valenciana.

– ¿No crees, Vicent?

– Creo que te estás adelantando a los hechos. No sabemos lo que quiere Lloris, pero quien espera algo ve cosas donde no las hay.

– No nos habrá llamado para vendernos un piso, ¿verdad?

– Sea como fuere, tenemos que darle la impresión de que somos un partido serio, que no se preocupa sólo por la lengua y por cuestiones marginales. Se me ocurre que, si procede, le podrías explicar las famosas reivindicaciones del Centre d'Estudis de 1929.

– Precisamente estaba pensando en eso antes de que vinieras a la sede. Si un día consiguiéramos un puñado de empresarios que creyeran en nosotros, los agruparíamos en una organización semejante. Es el camino a seguir.

– Entre otros.

– Claro. ¿Sabes algo del asesor de Lloris?

– Nada.

– Parecía un tipo educado. No hablaba nada mal el valenciano.

– Yo en tu lugar utilizaría con Lloris un valenciano más cercano a la calle. En este país, en según qué estamentos, un registro de lengua elevado es sospechoso. Al fin y al cabo, Lloris no es ningún universitario.

– A lo mejor habla en castellano.

– Da igual, Francesc. En nuestra situación económica escucharíamos ofertas en hebreo.

– ¿Se te ha pasado por la cabeza que si un empresario como él nos da duros nos plantea un problema?

– ¿Porque tendríamos que devolverle el favor?

– Sí.

– En primer lugar, no seríamos los primeros en devolver favores. Y de todas formas sólo nos quedan tres alternativas: negociar políticamente el crédito con los conservadores, devolverle el favor a Lloris o irnos a la mierda. Elige.

– Es difícil.

– Elegiré yo: descartada la tercera opción.