Francesc Petit cogió una revista que había sobre el pequeño centro de vidrio. La abrió por las páginas centrales, dedicadas a Peter Falk: «por un buen puro dejo que me planchen la gabardina», manifestaba el actor de Colombo en uno de los destacados de la entrevista. Petit recordaba la serie de televisión y empezó a leerla. Entonces una señora elegante y madura, que se presentó como la secretaria de don Antonio Sospedra, les hizo pasar al despacho del director general, una gran estancia dividida en dos zonas: en dirección sur estaba la mesa de trabajo con un ordenador de pantalla extraplana, un humedecedor de tabaco que debía de contener puros de marca y la foto enmarcada de los dos hijos del director general, niño y niña. La foto de su mujer no se veía por ninguna parte. El resto de la mesa estaba despejado, sin ningún signo de actividad laboral. En la otra zona, en el extremo opuesto, una mesa redonda de cristal oscuro con cuatro butacas de cuero marrón claro. El mobiliario era de un gusto más bien ordinario. Entre una zona y otra, parqué y los inevitables cuadros colgando en las paredes. La secretaria se fue por una puerta lateral sin dejar de sonreír.
– Con un par de éstos ya lo tendríamos todo solventado -dijo Marimon admirando un lienzo de Tàpies de tres metros de largo por dos de ancho que había tras la mesa del director general.
El secretario de finanzas no tenía ni idea del precio actual del arte moderno. Las deudas y el dinero que necesitaba el Front para la precampaña superaban con mucho tres Tàpies de aquel tamaño.
Entonces entró Antonio Sospedra. Lo hizo por la puerta por la que había salido la elegante y madura secretaria. Era un tipo alto, no tanto como Francesc Petit pero un palmo más que Vicent Marimon. Debía de rozar los cuarenta y cinco años y su figura, de vientre considerable, indicaba que el suyo era un cargo que obligaba a llevar una intensa vida social en los mejores restaurantes. No se presentaron, ya se conocían todos. Eso sí, la sonrisa y el apretón de manos fueron de una cortesía propia del lugar. Aquél era un edificio lleno de sonrisas. Podían hundir a toda una empresa, pero no se perdían la formas.
– Hagan el favor de sentarse.
El director general les indicó con los brazos las dos butacas que había ante la mesa. En anteriores visitas, Marimon recordó que los tuteaba, que se habían sentado en la otra zona y que una empleada les había ofrecido amablemente una bebida. Antonio Sospedra también se sentó y carraspeó de tal modo que no presagiaba una reunión satisfactoria. De inmediato, para dejar las cosas claras desde el principio, se miró el reloj en actitud de hombre ocupado.
– Bien, ustedes dirán -dijo Sospedra como si ignorara el motivo de la visita. Articuló una sonrisa rígida, pero fue un gesto tan instintivo que apenas lo mostró.
– Amigo Sospedra -empezó Francesc Petit-, como ya sabes dentro de unos meses se convocarán las elecciones autonómicas.
– En efecto -en las pasadas visitas, aquel «en efecto» solía ir acompañado del nombre del líder del Front. Era así: «en efecto, Francesc». Más cálido, vaya.
– Teniendo eso presente -continuó Petit-, hemos iniciado una precampaña, ya que para nosotros es decisivo ampliar el grado de conocimiento que la sociedad tiene del Front y de mí, que seré el primer nombre de su lista.
– Enhorabuena -le felicitó el director general.
Fue una felicitación rutinaria, como el «gracias» con que respondió Francesc Petit. La última vez que el secretario general le anunció a Sospedra que se presentaba como candidato, el director general de Bancam simuló una sorpresa agradable.
– Todo eso, o sea la precampaña -concretó Petit-, conllevará gastos extraordinarios; gastos considerables -añadió el líder del Front con una sonrisa forzada. Fue un error, no obstante, porque en vez de decir «considerables» tendría que haber dicho «importantes». La sonrisa no encontró correspondencia en su interlocutor-. Es obvio que el Front, sus militantes, harán un gran esfuerzo. Contamos con las cuotas de los afiliados (somos unos 2.500 aproximadamente) -la cifra, algo exagerada-, las aportaciones de los cargos públicos municipales… Tenemos concejales y alcaldes en unos cien pueblos -pueblos generalmente pequeños, evitó decir-. También hemos pensado hacer una derrama entre nuestros simpatizantes y militantes -en el Front, simpatizantes y militantes eran prácticamente lo mismo-. Una derrama sencilla, ya que nuestros militantes, por desgracia, no son gente adinerada. También solicitaremos la ayuda de algunos artistas plásticos mediante la subasta sin ánimo de lucro de obras suyas -eso estaba por ver; los artistas ya hacía tiempo que habían pasado de la euforia activista a la práctica mercantil-. El total, amigo Sospedra, asciende a veinticinco o treinta millones de pesetas. Una cifra insuficiente.
– En realidad necesitaríamos ciento veinticinco millones de pesetas -dijo Vicent Marimon-, además de nuestras aportaciones, para llevar a cabo una precampaña y una campaña electoral con garantías de éxito.
– De hecho -añadió Petit-, pretendemos obtener el seis o el siete por ciento de los votos, que implicarían entre seis y ocho diputados. Con eso recibiríamos entre doce y quince millones de pesetas por los votos y un millón y medio por escaño, más cuatro millones al mes durante toda la legislatura -otro error, tendría que haber dicho «cuatro años»- para mantener los gastos del grupo parlamentario. En fin, tenemos garantías para responder al crédito.
El secretario general calló, el director general se echó el pelo hacia atrás. Entonces, Vicent Marimon extrajo unos papeles de su cartera y se los acercó a Antonio Sospedra.
– Las encuestas nos dan ahora mismo el cinco por ciento -afirmó el secretario de finanzas señalando el resumen del informe.
Sospedra hizo como si la encuesta le interesara más que nada en el mundo. Petit y Marimon se miraron.
– ¿De qué cuantía estabais hablando? -se le escapó el trato de confianza.
Mal asunto, pensó el secretario de finanzas; ningún alto cargo de la banca es incapaz de recordar una cifra que se le ha dicho hace unos minutos.
– Ciento veinticinco millones -repitió Vicent Marimon. Seco, directo, sin tapujos.
Pero el director general también tenía papeles. En Bancam, en cualquier entidad bancaria, los papeles, la información, son la base del éxito. Abrió el cajón de la derecha de la mesa y ordenó con lentitud las hojas de un pequeño documento, con la misma parsimonia con que un trapecista prepara el triple salto mortal sin red para que la atención del público se centre en él. Después, se ajustó unas gafas minúsculas que había sacado del bolsillo interior de su americana.
– Ustedes ya tienen concedido un crédito, la mayor parte del cual todavía deben. Tienen hipotecada la sede del partido y no tienen más bienes inmuebles en propiedad. Les recuerdo que la hipoteca fue generosa. Ahora me piden ciento veinticinco millones…
– Ahora es distinto, tenemos expectativas políticas contrastadas…
– Señor Petit, nosotros no vivimos de encuestas sino de bienes tangibles. La política no es un bien evaluable. Tenemos que responder ante los impositores y ante las instituciones. Como entidad de ahorros no tenemos el mismo margen de maniobra que la banca privada. Querría recordarles, además, que el último préstamo no fue hecho con bienes personales sino directamente al Front.
– Pignorando los intereses… -le recordó Marimon.
– Por eso mismo, señor… -fingió no recordar su nombre.
– Vicent Marimon, secretario de finanzas.
– Al tener pignorada parte de los ingresos tienen aún menos garantías. Me gustaría recordarles -qué memoria, la del director general- que el hecho de poner el préstamo a nombre del Front ya fue un acto generoso por nuestra parte.