Vicent Marimon aparcó el coche bajo su piso. Pero Petit, obnubilado, ni siquiera lo vio. Cuando oyó el timbre de la puerta fue corriendo a abrir.
– Lo primero, cálmate -le dijo el secretario de finanzas, porque le conocía y, sobre todo, por la cara que le observó.
– ¿Que me calme? Parece que no te has parado a pensar en qué lío nos hemos metido.
Marimon cerró la puerta. Acto seguido, le puso una mano en el hombro y se lo llevó al comedor.
– Cálmate -le repitió.
– La policía descubrirá adónde ha ido a parar el dinero.
Marimon se sirvió una copa de coñac.
– ¿Qué dinero? -le preguntó tras el primer trago.
– ¡Coño, los cuatrocientos quilos!
– ¿Cuatrocientos millones? ¿A ti te los han dado? ¿Me los han dado a mí?
– ¿Vienes en plan cínico?
– Francesc, es dinero negro. No existe, no hay ningún recibo. ¿Cómo puede demostrar Lloris que lo tenemos?
– Hay un testigo.
– ¿Su asesor? No tiene pinta de macarra.
– Lloris tampoco.
– No pondría la mano en el fuego.
– Escucha, Vicent. El problema no es el dinero, sino su procedencia. Es dinero de la trata de blancas.
– De acuerdo, es un problema ético. Pero te recuerdo que todo dinero negro tiene una procedencia inmoral. ¡Por eso es negro!
– No es lo mismo robar a un banco que a un pobre.
– ¿Y qué quieres que hagamos?
– Devolverlo.
– ¿Devolverlo? ¿A quién?
– Pues a Lloris.
– Lloris está declarando en una comisaría.
– Enviemos la maleta a su oficina.
– La única forma de hacerlo es llevarla con nosotros y, como puedes intuir, la policía debe de estar controlando sus oficinas. Por servicio de mensajería, habría constancia de un remitente. Escucha, cálmate. Hay soluciones.
– No las hay. No aceptamos dinero de tal bajeza moral.
– ¿Por qué no hablamos con el asesor? Si está localizable, no está implicado.
– Llámale.
Le llamó. Oriol dijo que estaba muy ocupado. Tenían que entender que el problema lo absorbía completamente y estaba explotando todos sus recursos para sacar al empresario de la situación en la que se encontraba. Marimon insistió tanto que el asesor aceptó verse con ellos un momento. El secretario de finanzas lo citó en la primera planta del parking de la FNAC.
El coche de Marimon dio una vuelta por la primera planta. Encontraron a Oriol en una de las escaleras de salida de peatones. Francesc Petit le hizo una señal para que se acercara al coche. Oriol se sentó en la parte de atrás. Tras los saludos previos, Marimon tomó la palabra:
– Te hemos convocado porque tenemos dudas sobre la procedencia del dinero.
– Hablando claro -añadió Petit-, si es de la trata de blancas no lo queremos.
– Para empezar, el señor Lloris no está en absoluto implicado en el tema. Ni siquiera presuntamente.
– Pues el diario…
– Controlo cada peseta de sus sociedades empresariales. Ha sido un malentendido.
– El Liberal no se hubiera arriesgado a sacar a la luz su nombre si no tuviera pruebas -dijo Petit.
– Si lo lees bien, te darás cuenta de que la implicación del señor Lloris no es directa. Su error han sido las malas compañías -a Oriol se le notaba cierta fatiga-. Mirad, Lloris es un hombre frágil en cuestión de mujeres. Probablemente ha hecho concesiones a cambio de servicios sexuales. Le conozco muy bien y es incapaz de meterse en algo tan sucio. Gana mucho dinero, no le hace falta arriesgarse en un negocio así, más aún cuando yo había urdido un plan estratégico a fin de que ganara prestigio social.
– Un plan que, por cierto, ha fallado, y por eso habéis acudido a nosotros -añadió Marimon.
– En efecto. Habíamos apostado por vosotros. Era la única opción que nos quedaba.
– Eso significa -intervino Petit- que nos hubierais pedido la vuelta del favor.
– Sinceramente, sí. Pero lo hubiéramos hecho de modo que no os perjudicara. Aunque eso es otro tema. Lo que quiero es que tengáis la total seguridad de que el dinero no proviene de la trata de blancas. Os doy mi palabra.
– Si Lloris no está implicado, volverá a sus actividades empresariales y el favor quedará pendiente.
– Aunque demuestre que no lo está, de ahora en adelante los problemas de Lloris serán otros. Tendrá que enfrentarse a dificultades familiares que afectarán a sus sociedades -Oriol miró su reloj-. No tengo mucho tiempo. Si queréis devolver el dinero, sois libres de hacerlo, pero es limpio…
– Limpio, limpio… -murmuró Marimon.
– Ya me entendéis. Disculpadme, pero tengo que ir a muchos sitios.
– Un momento -detuvo Petit a Oriol, que abría la puerta del coche-. ¿Su mujer nos reclamará el dinero?
– Nadie puede reclamarlo.
Oriol se despidió de ellos y se fue hacia la escalera de peatones que daba a la calle Guillem de Castro.
– ¿Qué? ¿Ya estás más tranquilo? -le preguntó Marimon.
– Esperaremos acontecimientos para contrastarlos con lo que nos ha dicho. Si es dinero despreciable y lo tenemos que devolver, por lo menos enviémoslo a alguna ONG.
– Dudo que haya alguna más necesitada que nosotros.
– Aún nos quedan doscientos.
– Perdemos cuatrocientos.
A petición de los tres prestigiosos abogados, hubo un cara a cara entre Juan Lloris y el llamado Rafi, pseudónimo de Justo Caballer Gonzálvez. La confrontación tuvo lugar al día siguiente de haberse solicitado. Como primera medida, los abogados pretendían, de acuerdo con las informaciones que habían recibido de Oriol Martí, frenar el escándalo mediático dejando claro lo de la implicación del empresario en el asunto. Rafi confesó que el señor Lloris no formaba parte de la red, ni directa ni indirectamente. No tenía ni idea de su existencia. Cuando la policía le preguntó por qué unos pisos y una casa propiedad del constructor figuraban en la relación de viviendas ocupadas por mujeres extranjeras en situación ilegal, el dueño del Jennifer respondió que, abusando de la confianza de Lloris, sin decirle qué haría con los pisos y la casa -en ese punto rectificó de inmediato para aclarar que lo había engañado diciéndole que los pisos eran para las familias de sus hermanos, pese a que no tenía-, los utilizó, transitoriamente, para ocultar a las mujeres hasta que tuvieran los papeles en regla -papeles que, como ya se sabía, eran documentos falsos. Cuando hay confianza siempre existe algún tipo de lazo. ¿Qué relación mantenían? El empresario no dijo nada. Esperaba, según le habían asegurado sus abogados, que Rafi lo contara todo. Entonces Rafi relató que se habían conocido en la discoteca Suso's. Él solía ir por allí, como Lloris, a tomarse una copa de vez en cuando. Rafi se enteró de que era un hombre muy rico, de que se dedicaba a la construcción. Le preparó una trampa utilizando a una mujer, ya que, como dedujo de las conversaciones que ambos mantenían, sentía una especial debilidad por las señoritas. Así pues, urdió una estrategia para que tuviera una relación sentimental con Enriqueta del Toro, también detenida, empleada suya en un club, que se hizo pasar por polaca bajo el nombre de Franziska. Pasado un tiempo -no recordaba cuánto-, la presunta polaca le hizo creer, de acuerdo con Rafi, que estaba embarazada. El señor Lloris tenía un gran problema, ya que estaba casado. Generalmente ese tipo de problemas se solucionaba con una importante cantidad de dinero, tratándose de hombres ricos. Pero a Rafi le interesaba que le debiera un favor, un gran favor, y que la resolución del problema creara una firme amistad, como así fue. Rafi se lo resolvió sin que a Lloris le costara un duro, cuando más acuciante le parecía lo del embarazo. La policía no entendía, o simulaba no entender, que por un favor así le cediera gratis pisos y una casa -Rafi matizó que la casa no le fue cedida, sino que la ocupó él mismo-, además de alquilarle, a muy bajo precio, el local del Jennifer. Entonces uno de los abogados, para hacer más convincentes las declaraciones de Rafi, manifestó que el imputado, dada su profesión, le facilitaba mujeres al empresario y fue esa intimidad lo que hizo posible una confianza que, eso sí, había sido una muestra de candidez por parte del señor Lloris. Asimismo, remarcaron que el señor Lloris no era consciente de la actividad de Rafi, menos aún de que las señoritas que le proporcionaba, sin pagarlas, eran extranjeras ilegales. Y del local del Jennifer, ¿tampoco sabía nada el empresario? Ni la señora de Lloris, propietaria del local, ni el propio señor Lloris tenían constancia de que fuera un club de ese tipo. Los abogados mostraron el contrato de alquiler con la cláusula de la actividad subrayada. También insistieron en la inocencia de su cliente, ratificada por la declaración del señor Justo Caballer. Lo único imputable al señor Lloris no era ningún delito. En cualquier caso, añadieron, el escándalo social que había supuesto para él el hecho de relacionarse con mujeres dedicadas a la prostitución ya era castigo más que suficiente.