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Josep María Madrid también estaba en camino, aunque no sabía si para bien o para mal. Júlia Aleixandre lo había convocado y el secretario de finanzas de los socialistas acudía lleno de incertidumbre mientras escuchaba, en la radio del coche, el boletín que informaba del discurso de Francesc Petit. Quedaron en la dehesa de El Saler, en un caminito solitario entre la carretera y la playa por el que podían pasear tranquilos. Josep María Madrid aparcó el coche detrás del de Júlia. Ella le esperaba en un pequeño banco de madera, al principio del camino. Se saludaron. Caminaron escoltados por pinos, algunos quemados por los incendios veraniegos y los demás con aspecto de necesitar un poco de agua.

– Te preguntarás por qué te he llamado.

– Por el lugar debe de ser algo secreto e importante.

– Pues sí. No sé cómo empezar.

– Yendo al grano -apuntó Josep María.

A la derecha del camino, detrás de unos arbustos, una pareja se estaba sobando. El secretario de finanzas los observó un momento, pero acto seguido apartó la vista ante la mirada de Júlia, que se dio cuenta.

– Francesc Petit nos ha engañado.

– ¿Te refieres a ese crédito tan magnánimo que le habéis concedido?

– Entre otras cosas. También os afecta a vosotros. Seré muy sincera. Estando así las cosas, el caso Petit nos perjudica a todos.

– ¿Qué cosas?

– Tengo un amigo que asesoraba a Juan Lloris. No diré su nombre porque no hace ninguna falta. Era una especie de asesor áulico, que últimamente se ocupaba de prepararle una estrategia para que ganara prestigio social. El caso es que me informó de que Lloris, sin consultárselo, le dio cuatrocientos millones al Front.

– ¿Es una broma?

– No, por desgracia. Mi amigo es alguien de absoluta confianza. Según me ha dicho, la estrategia de Lloris era posibilitar que con esa cantidad el Front no alcanzara sólo el cinco por ciento, sino un porcentaje que le permitiera decidir el Govern.

– Venía oyéndole en la radio. Estaba eufórico. Pero ¿por qué le habéis dado doscientos millones si pedía ciento veinticinco?

– Me chantajeó.

– ¿Cómo?

– Después de reunirse con Joan Albiol…

– Tú le llamaste para que rompiera el pacto y él, a cambio, te pidió doscientos millones.

– Sí.

– No había ningún pacto. Según Albiol, Petit le traicionó. Le dijo que lo consultaría con la ejecutiva, pero sólo era una treta para contentar a Horaci Guardiola, que propugna el pacto con nosotros. Necesitaba la reunión para que el sector crítico no le reprochara no habernos escuchado. Por otra parte, Albiol se reunió con él por decisión personal. Si me lo hubiera consultado, no se hubiese reunido. Yo estaba en contacto con Horaci Guardiola y sabía que Petit no pactaría.

– ¿Qué pretendías?

– Convencer a Horaci y después ponerme en contacto contigo para que no le concedierais el crédito.

– En ese caso hubiera aceptado entrar en vuestra candidatura.

– No lo hubiera hecho aunque no hubiese conseguido el crédito. Estaba atado de pies y manos. Lleva mucho tiempo predicando el tercer espacio y la militancia se le hubiera echado encima. Lo que yo quería, en una segunda conversación con Guardiola, era que llegaran sin un duro a las elecciones. Sin dinero ni posibilidad de alcanzar el cinco por ciento, Petit hubiese dimitido. Estoy seguro de que a Horaci le hubiera interesado mi estrategia. Nos interesaba a todos. También a vosotros.

– Pues ahora tiene seiscientos millones.

– Hasta el candidato más inútil sacaría diputados con tanto dinero. ¡Tienen más presupuesto que nosotros! -Josep Maria resopló. Miró al bosque: las dos figuras se movían tras los arbustos-. Denunciemos que Lloris le paga la campaña a cambio de favores.

– Sin contar que en lo de los favores, como bien sabes, sería mejor que calláramos todos, es dinero negro.

– Ya -Josep Maria Madrid hizo chasquear su lengua contra el paladar-. Si entre nosotros hubiera más comunicación, todo esto no hubiese pasado.

– Pero ha pasado y tenemos que solucionarlo.

– Se lo diré a Horaci Guardiola. Desde dentro, puede fiscalizar el dinero que se gastan y pedir explicaciones.

– No podrá hacer nada. A estas horas ya debe de saber que tienen un crédito de doscientos millones. Con un poco de habilidad, ese dinero puede tapar el resto. Contratarán a empresas que acepten trabajar en negro. Nosotros lo sabemos. Ningún partido declara exactamente lo que se gasta en las elecciones. Es una práctica habitual. No hace falta que te lo diga, eres secretario de finanzas.

– No entiendo cómo una mujer tan inteligente como tú cayó en la trampa.

– ¿Qué hubieras hecho tú? Me dijo que al día siguiente se aprobaría el pacto en la ejecutiva. No tenía tiempo para maniobrar.

– Petit se ha hecho mayor.

– En el fondo es culpa nuestra, y nosotros, tú y yo, tenemos que buscar soluciones.

– ¿Cómo? ¿Presentándonos juntos a las elecciones? -ironizó Josep Maria. Volvían al coche. La pareja de los arbustos salía del bosque más relajada-. Si ellos deciden el Govern y os lo dan, ¿no lo aceptaríais?

Júlia no dijo nada. Josep Maria Madrid se respondió con otra pregunta:

– ¿Acaso no lo aceptaríamos nosotros? En ese sentido, tú y yo no podemos llegar a ningún pacto. Si no encontramos algún remedio, y ahora mismo no se me ocurre ninguno, estamos en sus manos.

– Sé que la solución no es nada fácil, pero debe de haber algún mecanismo para evitar que acumulen tanto poder. Tenemos tiempo para pensárnoslo, hasta las elecciones. Una democracia no puede permitirse el lujo de que un partido minúsculo, que socialmente representa tan poco, condicione a dos grandes formaciones políticas.

– No es justo.

– No lo es.

– Pero son las reglas del juego.

– Pues busquemos el modo de cambiarlas, o por lo menos de que no nos afecten.

Acordaron una reunión con los secretarios generales de los dos partidos. También acordaron, como primera medida, un ostensible aumento de los créditos de ambos para afrontar con garantías las próximas elecciones, cuestión que pactarían en el consejo de administración de Bancam, con la coartada de un aumento proporcional al obtenido por el Front. Llegaron a los coches.

– Es curioso, en otra situación el caso Petit nos favorecería -reflexionó Josep Maria Madrid-, pero no me fío. En algunos pueblos no ha tenido problemas ideológicos para daros los ayuntamientos.

– Tampoco los ha tenido con vosotros.

– Se acuestan con todo el mundo.

– En eso Pujol sí ha sido su maestro.

Júlia Aleixandre abrió la puerta de su coche. Se sentó al volante. Bajó la ventanilla para despedirse de Josep Maria Madrid.

– El caso Petit tiene que ser algo prioritario para los dos. No dejaremos de estar en contacto hasta que resolvamos el problema.