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Pregunta: Los árboles y demás plantas que viste, ¿tenían hojas?

Respuesta de Berton: No. Era solo una forma general, algo así como la maqueta de un jardín. ¡Sí, eso es! Una maqueta. Tenía ese aspecto. Una maqueta, pero a escala natural. Pasado un instante, todo empezó a resquebrajarse y a romperse; por las grietas, de color negro, ascendían a la superficie olas de mucosa espesa que rápidamente se solidificaba; una parte caía, pero el resto se quedaba allí y, de pronto, todo empezó a agitarse enérgicamente, se cubrió de espuma y ya no veía otra cosa. Al mismo tiempo, la niebla había empezado a estrechar el cerco a mi alrededor, por lo que aumenté las revoluciones y subí a 300 metros.

Pregunta: ¿Estás completamente seguro de que lo que viste parecía un jardín y no otra cosa?

Respuesta de Berton: Sí. Lo sé porque me fijé en infinidad de detalles; recuerdo, por ejemplo, que en un sitio se extendía una hilera de algo que parecían cajas cuadradas. Más tarde se me ocurrió que podía tratarse de un colmenar.

Pregunta: ¿Se te ocurrió más tarde? ¿Pero no en el momento en el que lo estabas viendo?

Respuesta de Berton: No, es que todo aquello parecía hecho de yeso. Y vi más cosas.

Pregunta: ¿Qué cosas?

Respuesta de Berton: No puedo decir cuáles, porque no me dio tiempo a examinarlas detenidamente. Me dio la sensación de que, bajo varios arbustos, se escondían herramientas, una especie de formas alargadas con dientes prominentes, imitaciones en yeso de pequeños utensilios de jardinería. Pero de eso no estoy del todo seguro. De lo otro, sí.

Pregunta: ¿No pensaste que podía tratarse de una alucinación?

Respuesta de Berton: No. Creí más bien que era un espejismo. No pensé en una alucinación porque me encontraba bastante bien y también porque nunca en mi vida había visto algo parecido. Cuando ascendí a trescientos metros, la niebla aparecía cubierta de hoyos, como un queso. Algunos estaban vacíos, y a través de ellos, veía el oleaje del océano, mientras en el interior de otros, algo se agitaba. Bajé hasta uno de aquellos lugares y a unos cuarenta metros vi que, debajo de la superficie del océano, a muy poca profundidad, se levantaba una pared, como de un edificio muy grande; se transparentaba claramente por debajo de las olas y tenía filas de orificios regulares y rectangulares, como ventanas; incluso me pareció ver que algo se movía, en algunas de ellas. Aunque, de eso ya no estoy completamente seguro. La pared empezó a alzarse despacio y a emerger del océano junto con cascadas de mucosidad y de unos seres gelatinosos, una especie de concreciones veteadas. De pronto, se partió en dos y se fue al fondo rápidamente, desapareciendo enseguida. Volví a sobrevolar la niebla, de forma que casi la tocaba con los bajos de la nave. Divisé otro embudo vacío, varias veces más grande que el primero.

Ya a lo lejos, atisbé algo que parecía estar flotando; me pareció —dado que era claro, casi blanco— que podría tratarse de la escafandra de Fechner, sobre todo porque la silueta recordaba la de un ser humano. Di media vuelta con el vehículo, muy bruscamente, pues temí que pudiera pasar de largo y no volver a encontrar el lugar; fue entonces cuando aquella silueta se elevó ligeramente y parecía que estuviera nadando, o que se hallara sumergida en la ola hasta la cintura. Tenía prisa y descendí tanto que noté cómo los bajos chocaban contra algo blando, la cresta de una ola, supongo, dado que en ese punto eran bastante grandes. La persona, sí, se trataba de una persona, no llevaba escafandra. Pese a ello, se movía.

Pregunta: ¿Viste su cara?

Respuesta de Berton: Sí.

Pregunta: ¿Quién era?

Respuesta de Berton: Un niño.

Pregunta: ¿Qué niño? ¿Lo habías visto antes, en alguna ocasión?

Respuesta de Berton: No. Nunca. O, por lo menos, no lo recuerdo. De todas formas, cuando me acerqué —me separaban de él unos cuarenta metros, quizás un poco más— me di cuenta de que en el niño había algo raro.

Pregunta: ¿Qué quieres decir?

Respuesta de Berton: Ahora lo explicaré. Al principio no sabía qué era. Pero enseguida me di cuenta: era increíblemente grande. Gigante es poco decir. Medía unos cuatro metros. Recuerdo perfectamente que, cuando chocamos contra la ola, su cara quedaba un poco por encima de la mía, y eso que yo estaba sentado en la cabina, suspendido a unos tres metros por encima del océano.

Pregunta: Si era tan grande, ¿cómo sabías que era un niño?

Respuesta de Berton: Porque era un niño muy pequeño.

Pregunta: Berton, ¿no te parece ilógica tu respuesta?

Respuesta de Berton: No. En absoluto. Porque le vi la cara. Además, las proporciones de su cuerpo eran las de un niño. Parecía… casi un bebé. No, es una exageración. Tendría dos o tres años. Tenía el pelo negro y los ojos azules, ¡enormes! E iba desnudo. Completamente desnudo, como un recién nacido. Estaba mojado, o más bien resbaladizo, le brillaba mucho la piel. Aquella imagen me impresionó mucho. Ya no creía en ningún espejismo. Lo estaba viendo con demasiada claridad. Subía y bajaba al ritmo de las olas, pero además de eso, se movía, ¡resultaba asqueroso!

Pregunta: ¿Por qué? ¿Qué hacía?

Respuesta de Berton: Pues, daba la sensación de estar en un museo, como un muñeco, pero un muñeco vivo. Abría y cerraba la boca y realizaba diversos movimientos, todos repugnantes. Sí, porque no eran sus propios movimientos.

Pregunta: ¿Qué quieres decir?

Respuesta de Berton: Me acerqué a él, a menos de veinte metros, como mucho veinte, para ser precisos. Pero ya he dicho lo grande que era y por eso lo veía con tanto detalle. Le brillaban los ojos y, en general, daba la impresión de que estaba vivo; si no fuera por aquellos movimientos, como si alguien intentara… como si alguien lo estuviera accionando…