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— Aquí no hay muchas distracciones y si no te basta con mi modesta compañía, lo tendrás difícil — dije alargando distraídamente las pausas entre las palabras; con ambas manos bajé un enorme y negro cabezal, del que salía la lente del microscopio, y me apoyé en la blanda concha de goma. Harey dijo algo que no llegué a oír. Abajo se extendía un fragmento empinado de un enorme desierto, inundado de un plateado resplandor. Por su superficie, se esparcían redondos pedruscos, como resquebrajados y erosionados, envueltos en una niebla indefinida. Eran glóbulos rojos. Enfoqué la imagen y, sin separar la vista de las lentes, fui profundizando en el campo de visión de tonos plateados. Al mismo tiempo, giré la manivela que regulaba la altura del soporte con la mano izquierda y, en el momento en el que uno de los glóbulos, solitario como un bloque errático, se encontraba en el cruce de hilos negros, amplié la imagen. Aparentemente, el objetivo apuntaba a un eritrocito deforme, perdido en medio de todo y que parecía el gran círculo de un cráter rocoso, con negras y afiladas sombras en los huecos de su borde anular. Aquel borde erizado con cristalizadas capas de iones de plata escapó fuera de los límites del campo microscópico. Aparecieron contornos de cadenas de proteínas, medio fundidas y retorcidas: turbios, como si estuvieran siendo contemplados a través de una película de agua irisada. Aislé uno de aquellos restos proteínicos bajo la rejilla negra de la lente del microscopio y empujé lentamente la palanca de aumento; de un momento a otro, aquel viaje al interior iba a llegar a su fin; ¡la aplanada sombra de una molécula llenaba ahora toda la imagen!

Pero no ocurrió nada. Debería estar viendo las trepidantes nubes de los átomos, una especie de agitación gelatinosa, pero no había nada de todo eso. La pantalla solo reflejaba una inmaculada luz plateada. Empujé la palanca hasta el final. La intensidad del amenazador zumbido aumentó, pero seguía sin distinguir nada. Se repetía una señal estrepitosa que me avisó del riesgo de sobrecarga del instrumento. Una vez más, miré dentro del vacío plateado y apagué la luz.

Vi a Harey con la boca abierta, intentando disimular un bostezo que sustituyó hábilmente por una sonrisa.

— ¿Cómo estoy? — preguntó.

— Muy bien — contesté —. Creo que… no podrías estar mejor.

Seguí mirándola y de nuevo sentí aquel hormigueo en el labio inferior. ¿Qué había ocurrido realmente? ¿Qué significaba? ¿Aquel cuerpo, aparentemente tan esbelto y frágil — en realidad, indestructible —, resultaba estar, en el fondo, compuesto de nada? Solté un puñetazo contra la carcasa cilíndrica del microscopio. ¿Quizás el aparato estaba estropeado? ¿Quizás las lentes no enfocaban? No, sabía que el aparato funcionaba sin problemas. Repasé las distintas fases, las células del conglomerado proteico, sus moléculas, todas ellas tenían exactamente el mismo aspecto, como en los miles de preparados que había analizado. Pero el último escalón hacia abajo no llevaba a ninguna parte.

Le extraje más sangre y la vertí dentro de un cilindro de medición. La separé en varias dosis y comencé la analítica. Tardé más de lo previsto, había perdido práctica. Las reacciones estaban dentro de la norma. Todas. Aunque…

Eché una gota de ácido concentrado sobre una perla roja. Echó humo, la gota se volvió gris y se cubrió de una capa de espuma sucia. Descomposición. Desnaturalización. ¡Más, más! Cogí otra probeta. Al volverme de nuevo para mirar la reacción, el fino cristal estuvo a punto de escurrírseme de las manos.

Bajo la fina capa de la espuma del fondo de la probeta, volvía a crecer una nueva capa de rojo oscuro. ¡La sangre, quemada por el ácido, se estaba regenerando! ¡Era absurdo! ¡No era posible!

—¡Kris! — dijo una voz muy lejana —. ¡Teléfono, Kris!

— ¿Qué? Ah, ya, gracias.

Llevaba un buen rato sonando, pero no lo había oído hasta ese momento.

— Kelvin al habla — dije por el auricular.

— Soy Snaut. He realizado la conexión de forma que ahora estamos los tres conectados a la vez.

— Bienvenido, doctor Kelvin — dijo la aguda voz nasal de Sartorius. Sonó como si su propietario estuviera ascendiendo a un peligroso podio que se doblaba bajo sus pies: desconfiada, alerta y aparentemente controlada.

— Encantado de saludarle, doctor — contesté. Tenía ganas de reírme, pero no estaba seguro de que las razones para semejante alegría fueran lo suficientemente claras para mí como para darles rienda suelta. Al fin y al cabo, ¿de quién iba a reírme? Llevaba algo en la mano: una probeta con sangre. La sacudí. Ya había coagulado. ¿Quizás tan solo se trataba de una ilusión? ¿A lo mejor lo que había ocurrido no eran más que impresiones mías?

— Quisiera plantearles algunas cuestiones relacionadas con… eh… con los fantasmas. — La voz de Sartorius iba y venía. Era como si estuviera llamando con insistencia a mi consciente. Me defendía de ella, mientras seguía mirando fijamente la probeta con la sangre coagulada.

— Llamémoslos criaturas F — sugirió rápidamente Snaut.

— Ah, perfecto.

En el centro de la pantalla se dibujaba una línea vertical que indicaba que estaba recibiendo dos canales al mismo tiempo, en los laterales debería estar viendo las caras de mis interlocutores. Sin embargo, el cristal estaba oscuro y tan solo un estrecho reborde, a lo largo del marco, confirmaba el correcto funcionamiento del aparato.

— Cada uno de nosotros ha llevado a cabo múltiples análisis. — De nuevo, la misma prudencia en la voz nasal del interlocutor. Un instante de silencio —. Quizás podríamos poner en común lo que sabemos y, a continuación, expondré las conclusiones a las que he llegado personalmente… Empiece usted, doctor Kelvin…

— ¿Yo? — dije.

De pronto, noté la mirada de Harey. Deposité la probeta sobre la mesa, que se alejó rodando hasta detenerse debajo de los soportes de cristal, y me senté en un alto trébede que había acercado con el pie. En un primer momento, tuve ganas de contárselo todo, pero, ante mi propia sorpresa, dije:

— Está bien. ¿Un pequeño grupo de discusión? ¡Bien! Lo que he hecho y nada viene a ser lo mismo, pero puedo contarlo. Un preparado histológico y un par de reacciones. Microrreacciones. He tenido la impresión de…

Hasta ese momento, no había tenido ni idea de qué era lo que debía decir. Pero de pronto, empecé a hablar sin reservas.

— Todo está dentro de la norma, pero se trata de un mero camuflaje. Una máscara. De alguna manera, es una superréplica: una recreación más precisa que el original. Es decir, donde, en el caso de un humano, llegamos al límite de los granulocitos, al límite de toda división estructural, ¡aquí el proceso sigue adelante gracias al empleo de materia subatómica!

— Un momento. Un momento. ¿Cómo se lo explica? — trató de indagar Sartorius. Snaut no contestó. ¿Quizás era suya la acelerada respiración que escuchaba por el auricular? Harey me miró. Me di cuenta de que, a causa de la excitación, casi había gritado las últimas palabras. Cuando me calmé, me incliné sobre el incómodo taburete y cerré los ojos. ¿Cómo expresarlo?

— Los átomos constituyen el elemento básico en la construcción de nuestros cuerpos. Supongo que las criaturas F se componen de unidades todavía más pequeñas que los habituales átomos. Mucho más pequeñas.

— ¿De mesones…? — sugirió Sartorius, que no mostraba la menor sorpresa.

— No, mesones no… Los mesones podrían verse. La resolución del aparato que he empleado es de diez elevado a menos veinte ángstroms, ¿verdad? Pero en ningún momento se ve nada. Por lo tanto, no se trata de mesones, sino más bien de neutrinos.

— ¿Cómo es posible? Los conglomerados de neutrinos no son estables…

— No lo sé. No soy físico. Quizás exista un campo de fuerza que los estabilice. Mi especialidad es otra. De todas formas, si tuviera razón, la materia la constituirían partículas unas diez mil veces más pequeñas que los átomos. ¡Pero eso no es todo! Si las moléculas de proteínas y células estuviesen formadas directamente por estos «microátomos», tendrían que ser, en proporción, más pequeñas. Lo mismo para los glóbulos y las enzimas, lo mismo en todos los casos, pero no es así. ¡De ahí se deduce que todas las proteínas, células, núcleos celulares son tan solo una tapadera! ¡La verdadera estructura responsable del funcionamiento de un «visitante» está aún más oculta!