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—¡Kelvin! — Snaut ahogó un grito. Me detuve, aterrado. ¡¿He dicho «visitante»?! Sí, pero Harey no me ha oído. Además, no habría entendido nada. Estaba mirando por la ventana, con la cabeza apoyada en el hombro, y su pequeño y limpio perfil se dibujaba sobre la aurora de color púrpura. El auricular permaneció en silencio; únicamente se oía una respiración lejana.

— Hay algo de eso — balbuceó Snaut.

— Sí, es posible — añadió Sartorius—; solo tenemos un problema, y es que el océano no está formado por las hipotéticas partículas de Kelvin, sino por las normales.

— Quizás sea capaz de sintetizar también estas — observé. De pronto, me sentí apático. Aquella conversación ni siquiera era divertida, más bien innecesaria.

— Pero ello explicaría su increíble resistencia — murmuró Snaut —. Y el tiempo de regeneración. Quizás incluso la fuente de energía se encuentre allí, en el fondo; resulta que no necesitan comer…

— Solicito la palabra — habló Sartorius. No lo soportaba. ¡Al menos podría ser fiel al papel que él mismo se había impuesto!

— Me gustaría abordar el problema de la motivación. ¿Qué es lo que motivó la aparición de las criaturas F? Lo plantearía de la siguiente manera: ¿qué son las criaturas F? No son personas, ni tampoco réplicas de determinadas personas, sino una proyección materializada de lo que contiene nuestro cerebro, en relación con una persona en concreto.

La certeza de aquella observación me chocó. El tal Sartorius, pese a ser antipático, no era tan tonto.

— Muy cierto — apunté —. Eso explicaría, incluso, por qué aparecieron perso… criaturas de un tipo y no de otro. Se han seleccionado las huellas más duraderas en la memoria, las más aisladas, aunque, naturalmente, ninguna de estas huellas puede separarse completamente del resto y, durante su «copiado», se han podido arrastrar restos de otras huellas que casualmente se encontraban en las proximidades; en efecto, el forastero demuestra poseer a veces más conocimientos que los que tiene la persona real de la que se supone que es réplica…

—¡Kelvin! — habló de nuevo Snaut. Me chocó que fuera el único que se indignaba con mis imprudentes palabras. Sartorius no parecía temerlas. ¿Querría eso decir que su «visitante» era, por naturaleza, menos sagaz que el «visitante» de Snaut? Durante un segundo, se me vino a la mente la visión de un enano cretino acompañando al célebre doctor Sartorius.

— Es cierto, nos hemos fijado en ese detalle — contestó precisamente él —. Ahora, en cuanto a lo que motivó la aparición de las criaturas F… Lo primero, y de alguna manera, lo más natural es pensar que estamos siendo objeto de un experimento. Aunque, en realidad, se trate de un experimento de poco valor, pues si llevamos a cabo un experimento, aprendemos de los aciertos, pero sobre todo de los errores, lo que, a la hora de repetirlo, nos permite introducir correcciones… Este no es el caso. Las mismas criaturas F aparecen una y otra vez… sin corregir… sin equipamiento adicional que las proteja de nuestros intentos… de deshacernos de ellas…

— Resumiendo, y como lo definiría el doctor Snaut: no existe el nudo de acción con dispositivo de corrección — observé —. ¿A qué conclusiones nos lleva esto?

— A que, como experimento, es una… chapuza, improbable por otro lado. El océano es… preciso. Esto queda claro, por ejemplo, en la formación bicapa de las criaturas F. Hasta cierto punto se comportan como se comportarían los verdaderos… las verdaderas…

No encontraba la salida.

— Los originales — apuntó rápidamente Snaut.

— Sí, los originales. Pero cuando la situación supera las habituales capacidades de un… eh… de un original, normal y corriente, se produce una especie de «desconexión de la consciencia» de la criatura F y se manifiesta, de forma directa, una actitud diferente, inhumana…

— No estoy tan seguro de ello — protestó Sartorius. De repente, comprendí por qué me molestaba tanto: no hablaba, sino que pronunciaba discursos, como si estuviera participando en un pleno del Instituto. Al parecer, no sabía expresarse de otro modo.

— Aquí entra en juego la cuestión de la individualidad. El océano está completamente desprovisto de una idea semejante. Es como debe ser. A mí me parece, señores, que, en relación a nosotros… la parte más delicada, la más chocante, del experimento se le escapa por completo, dado que se encuentra fuera de su ámbito de comprensión.

— ¿Usted opina que no es intencionado…? — pregunté. Aquella declaración me dejó un tanto aturdido, pero, tras reflexionarlo, reconocí que no había que descartarla.

— Sí. No creo en la perfidia, en la malicia, en el deseo de hacer un daño profundo… El colega Snaut es de la misma opinión.

— Yo no le adjudico sentimientos humanos. — Snaut se pronunció por primera vez —. Pero ¿por qué no nos dices cómo te explicas los recurrentes regresos?

— Quizás haya puesto en marcha un mecanismo que funciona en bucle, como un tocadiscos — dije, sin disimular las ganas de molestar a Sartorius.

— Compañeros, no nos dispersemos — anunció el doctor con su voz nasal —. Aún no he terminado. En condiciones normales, consideraría prematuro incluso un informe previo sobre el estado de mis investigaciones, pero, dada esta situación tan especial, haré una excepción. Tengo la sensación, repito, tengo por de pronto la sensación de que la suposición del colega Kelvin alberga cierto fundamento. Me refiero a su hipótesis acerca de la formación neutrónica… Conocemos estos sistemas tan solo desde un punto de vista teórico, no sabíamos que era posible estabilizarlos. Aquí se nos abre una nueva vía, teniendo en cuenta que la destrucción del campo de fuerza que otorga durabilidad al sistema…

Llevaba un rato observando el desplazamiento del oscuro objeto que cubría la pantalla de Sartorius: en la parte superior se vislumbraba una ranura que dejaba entrever algo rosa que, a su vez, se desplazaba. De golpe, la superficie oscura se vino abajo.

—¡Fuera! ¡Fuera! — El grito desgarrador de Sartorius se oyó a través del auricular. En medio de la pantalla iluminada, entre los brazos del doctor, provisto de abombados mangotes de laboratorio, relució un objeto de gran tamaño, dorado y en forma de disco, que forcejeaba con algo; después, la imagen se eclipsó antes de que me diera tiempo a comprender que aquel círculo dorado era un sombrero de paja…

— ¿Snaut? — dije suspirando profundamente.

— Dime, Kelvin — me contestó la cansada voz del cibernético. En ese momento, sentí que me caía bien. Aunque lo cierto era que prefería no saber quién era su acompañante —. De momento, hemos tenido suficiente, ¿no te parece?

— Creo que sí —contesté —. Escucha, cuando puedas, ven a verme abajo, o a mi camarote, ¿de acuerdo? — añadí presuroso antes de que colgara el teléfono.

— De acuerdo — dijo —, pero no sé cuándo.

Con esto se dio por finalizada la problemática conferencia.

LOS MONSTRUOS

Una luz me despertó en mitad de la noche. Me incorporé sobre un codo, mientras me protegía los ojos con la otra mano. Harey, envuelta en una sábana, se acurrucó a los pies de la cama, con la cara tapada por su desmelenada cabellera. Le temblaban los hombros. Estaba llorando en silencio.