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—¡Qué estás diciendo! Pero… seguro que Sartorius lo habrá tenido en cuenta…

— No necesariamente — negué con una sonrisa maliciosa —. Verás, se trata de lo siguiente: Sartorius pertenece a la escuela de Frazer y Cajolli. Según ellos, toda la energía de los enlaces queda liberada, en el momento de la desintegración, en forma de radiación lumínica, que se manifestaría, simplemente, como un fuerte resplandor, no del todo seguro, pero tampoco destructivo. Sin embargo, existen otras hipótesis, otras teorías acerca del campo de neutrinos. Según Cayatt, según Avalov, según Siona, el espectro de la emisión es mucho más amplio y el máximo recae en las radiaciones gamma. Está bien que Sartorius confíe por su parte en sus maestros y en su teoría, pero existen otras, Snaut. Y te diré algo más, Snaut — seguí al comprobar que mis palabras lo habían impresionado —. Habrá que tener en cuenta también al océano. Si ha hecho lo que ha hecho, con seguridad habrá empleado el método óptimo. En otras palabras: su actitud me parece un argumento a favor de la otra escuela, en contra de Sartorius.

— Déjame esa hoja, Kelvin…

Se la tendí. Inclinó la cabeza, intentando descifrar mis garabatos.

— ¿Qué es esto? — señaló con el dedo.

Cogí el folio.

— ¿Esto? El tensor de la transmutación de campo.

— Dámelo…

— ¿Para qué? —pregunté, sabiendo lo que iba a contestar.

— Se lo tengo que enseñar a Sartorius.

— Como quieras — contesté con indiferencia —. Puedo dártelo, pero verás: nadie lo ha comprobado mediante experimentos, aún no conocíamos semejantes estructuras. Él confía en Frazer y yo he hecho mis cálculos según Siona. Te dirá que yo no soy físico y que tampoco lo es Siona. Al menos, según su criterio. Pero esto es discutible y yo no estoy dispuesto a mantener una discusión a consecuencia de la cual podría evaporarme, para mayor gloria de Sartorius. A ti, sí puedo convencerte, a él no. Y no lo intentaré.

— ¿Qué piensas hacer entonces? Él ya está trabajando en ello — dijo Snaut sin expresión. Se encorvó, completamente desanimado. No sabía si confiaba en mí, pero me daba igual.

— Lo que haría cualquier hombre si intentaran matarlo — contesté en voz baja.

— Trataré de contactar con él. Quizás tenga en mente algún tipo de protección — murmuró Snaut. Me miró —. Escucha, ¿y si, de todas formas…? El primer proyecto, ¿qué me dices? Sartorius estará de acuerdo. Seguro que sí. Quiero decir… En cualquier caso… es una oportunidad…

— ¿Lo crees de veras?

— No — contestó enseguida —. Pero ¿qué más da?

No quería ceder demasiado pronto, eso era precisamente lo más importante. Necesitaba que fuera mi aliado a la hora de ganar tiempo.

— Lo pensaré —dije.

— Entonces, me voy — murmuró al incorporarse. Todos sus huesos crujieron cuando se levantó del sillón —. ¿Te dejarás hacer un encefalograma? — preguntó, frotándose los dedos contra el delantal, como si intentara eliminar una mancha invisible.

— Está bien — dije. Sin prestar atención a Harey (observaba la escena en silencio, con su libro en el regazo), se acercó a la puerta. Cuando la cerró, me levanté. Extendí la hoja que sujetaba en la mano. Las fórmulas eran correctas. No las había falsificado. Dudo que Siona hubiese reconocido mi desarrollo. Seguramente no. Me sobrecogí. Harey se me acercó por detrás y me tocó en el hombro.

—¡Kris!

— Dime, cariño.

— ¿Quién era?

— Ya te lo dije, el doctor Snaut.

— ¿Qué tipo de persona es?

— Lo conozco poco. ¿Por qué lo preguntas?

— Me miraba de una forma…

— Seguro que le gustas.

— No — sacudió la cabeza —. No era ese tipo de mirada. Me miraba como si… como…

Se estremeció, me miró, pero enseguida bajó los ojos.

— Vayámonos de aquí…

OXÍGENO LÍQUIDO

No sé cuánto tiempo estuve tumbado a oscuras en mi habitación: aturdido y ensimismado, miraba la iluminada esfera del reloj que llevaba en la muñeca. Me concentré en mi propia respiración, pensando en algo que me había sorprendido, pero todo aquello — tanto el ensimismamiento como la sorpresa— me producían una indiferencia que atribuí al cansancio. Me puse de lado, la cama me parecía demasiado ancha, echaba en falta algo. Contuve la respiración. Se hizo un completo silencio. Me quedé inmóvil. No se oía ni el más mínimo susurro. ¿Harey? ¿Por qué no la escuchaba respirar? Empecé a palpar las sábanas: estaba solo.

Quise llamar a Harey, pero oí unos pasos. Se acercaba alguien grande y pesado como…

— ¿Gibarian? — pregunté tranquilo.

— Sí, soy yo. No enciendas la luz.

— ¿No?

— No hace falta. Será mejor para los dos.

— ¿Pero no habías muerto?

— No importa. ¿Es que no reconoces mi voz?

— Sí. ¿Por qué lo hiciste?

— Tuve que hacerlo. Llegaste con un retraso de cuatro días. Si hubieras venido antes, quizás no habría hecho falta, pero no te lo recrimines. No estoy mal.

— ¿De veras estás aquí?

— Ah, ¿crees estar soñando conmigo, como sueñas con Harey?

— ¿Dónde está?

— ¿Cómo sabes que lo sé?

— Me lo imagino.

— Guárdatelo para ti mismo. Digamos que estoy aquí en su lugar.

— Pero yo quiero que ella también esté.

— Eso es imposible.

— ¿Por qué? Escucha, ¿sabes que en realidad no eres tú, sino que soy yo?

— No. Soy yo de verdad. Si quieres ser meticuloso, puedes seguir diciendo que no soy yo. No malgastemos las palabras.

— ¿Te marcharás?

— Sí.

— ¿Y entonces ella volverá?

— ¿Te importa? ¿Qué significa para ti?

— Es asunto mío.

— Pero le tienes miedo.

— No.

— Y te da asco…

— ¿Qué quieres de mí?

— Apiádate de ti, no de ella. Ella siempre tendrá veinte años. ¡Deja de fingir que no lo sabes!

De pronto, sin saber por qué, me serené. Estaba escuchándolo, completamente calmado. Tuve la impresión de que ahora estaba más cerca, a los pies de la cama, pero seguía sin distinguir nada en la oscuridad.

— ¿Qué quieres? — pregunté en voz baja. Mi tono le sorprendió y, durante un instante, no dijo nada.

— Sartorius ha convencido a Snaut de que le habías engañado. Ahora te están buscando. Con el pretexto del aparato de rayos X, están construyendo un aniquilador de campo.

— ¿Dónde está ella?

— ¿No has oído lo que te he dicho? ¡Te he avisado!

— ¿Dónde está ella?

— No lo sé. Ten cuidado: necesitarás un arma. No puedes contar con nadie.

— Puedo contar con Harey — dije. Oí un ruido lejano y continuo. Gibarian se estaba riendo.

— Por supuesto que puedes contar con ella. Hasta cierto punto. Al fin y al cabo, siempre puedes hacer lo mismo que yo.

— Tú no eres Gibarian.

— Ya. ¿Y quién soy? ¿Quizás tu sueño?

— No. Eres su pelele, pero no lo sabes.

—¡¿Y cómo sabes quién eres tú?!

Aquello me hizo pensar. Quería levantarme, pero no fui capaz. Gibarian seguía hablando. No entendía lo que decía, tan solo escuchaba su voz, luchaba desesperadamente contra la debilidad de mi cuerpo; después de un último intento, me desperté. Tragaba aire como un pez medio asfixiado. Era noche cerrada. Había sido un sueño. Una pesadilla. Un momento… «el dilema que no sabemos resolver. Nos perseguimos a nosotros mismos. Los Polytheria emplearon únicamente una especie de amplificador selectivo de nuestros pensamientos. Empeñarse en buscar el origen de este fenómeno sería caer en el antropomorfismo. En un lugar en el que no hay seres humanos, tampoco existen motivos accesibles a los seres humanos. Con tal de continuar con el plan de la investigación, sería preciso destruir los propios pensamientos o, en todo caso, su realización material. Lo primero no está en nuestro poder. Lo segundo guarda demasiado parecido con un asesinato».