El mutismo que habíamos mantenido hasta ese momento parecía, como poco, extraño. Escuché atentamente, concentrándome en el silencio que llenaba el pasillo donde permanecía Harey, pero no me llegó ni el más leve susurro que indicara su presencia.
— ¿Cuándo estaréis listos? — pregunté.
— Podríamos empezar hoy mismo, pero tardaremos todavía un tiempo con el registro.
— ¿El registro? ¿Te refieres al encefalograma?
— Sí, claro; estabas conforme, ¿no? ¿Ocurre algo? — Suspendió la voz.
— No, nada.
— Te escucho — dijo Snaut cuando el silencio empezó a pesar de nuevo entre nosotros.
— Ella ya lo sabe… las cosas sobre sí misma. — Bajé la voz, casi susurré. Arqueó las cejas.
— ¿Sí?
Me dio la sensación de que, en realidad, no estaba sorprendido. ¿Por qué fingía entonces? De repente, se me quitaron las ganas de hablar, pero me dominé. «Si no hay nada más, que sea por la lealtad», pensé.
— Empezó a darse cuenta, creo, a partir de nuestra conversación en la biblioteca; me observó, ató cabos, terminó dando con el magnetófono de Gibarian y escuchó la cinta…
Sin cambiar de postura, seguía apoyado contra el armario, por sus ojos cruzó un brillo pasajero. Desde el pupitre, la hoja entornada de la puerta del pasillo le quedaba justo enfrente. Bajé aún más la voz:
— Esta noche, mientras yo dormía, intentó matarse. Con oxígeno líquido…
Se oyó un susurro, como una corriente entre folios sueltos. Me quedé inmóvil, escuchando los ruidos del pasillo, pero el sonido estaba mucho más cerca. Parecía un ratón. ¡Un ratón! No tenía sentido. Allí no había ratones ni nada que se le pareciera. Miré de reojo al hombre sentado.
— Te escucho — dijo con calma.
— Por supuesto, no lo consiguió… En cualquier caso, sabe quién es.
— ¿Por qué me lo cuentas? — preguntó de repente. Al principio no supe qué contestar.
— Quiero que estés al tanto… que sepas cómo van las cosas — murmuré.
— Te lo advertí.
— Quieres decir con eso que lo sabías. — Y, en contra de mi voluntad, elevé la voz.
— No. Por supuesto que no. Pero ya te advertí de lo que ocurriría. Cada «visitante», en el momento de su aparición, es poco menos que un fantasma, al margen de la desordenada mezcla de recuerdos e imágenes prestadas de su… Adán… Está realmente vacío. Cuanto más tiempo pasa aquí contigo, tanto más se humaniza. También acaba volviéndose independiente; hasta cierto punto, claro está. Por eso, cuanto más se prolonga, más difícil resulta…
Se interrumpió. Me miró de lado y lanzó con desgana:
— ¿Lo sabe todo?
— Sí, ya te lo he dicho.
— ¿Todo? También que ha estado aquí ya una vez y que tú…
—¡No!
Sonrió.
— Kelvin, escucha, si… hasta ese punto… ¿Qué pretendes hacer realmente? ¿Abandonar la Estación?
— Sí.
— ¿Con ella?
— Sí.
No dijo nada, como si estuviera meditando su respuesta, pero había algo más en su silencio… ¿El qué? De nuevo aquella imperceptible corriente susurró detrás del fino tabique. Él se revolvió en la silla.
— Estupendo — dijo —. ¿Por qué me miras así? ¿Creías que me iba a interponer en tu camino? Harás lo que consideres oportuno, querido. Estaríamos apañados si, además, empleásemos la fuerza. No pienso convencerte, solo te diré una cosa: intentas comportarte como un humano ante una situación inhumana. Quizás sea bonito, pero es un esfuerzo vano. Además, tampoco estoy convencido de su supuesta belleza porque, ¿puede lo estúpido ser bello? En fin, no se trata de eso. Abandonas futuros experimentos, quieres marcharte, llevándola contigo, ¿no es eso?
— Sí.
— Eso también es un… experimento, ¿no crees?
— ¿Esa es tu interpretación? ¿Ella… podrá? Si está conmigo, no veo por qué…
Hablaba cada vez más despacio, hasta que me interrumpí. Snaut suspiró con ligereza.
— Aquí todos practicamos la política del avestruz, Kelvin, pero al menos somos conscientes de ello y no nos damos aires de grandeza.
— No me estoy dando aires de ningún tipo.
— Está bien, no quería ofenderte. Retiro lo de «aires de grandeza», pero mantengo lo de la política del avestruz. Y tu forma de practicarla es especialmente peligrosa. Te estás engañando a ti mismo y a ella, y de nuevo a ti mismo. ¿Sabes cuáles son las condiciones de estabilidad de un sistema construido a base de materia de neutrinos?
— No. Y tú tampoco. Nadie lo sabe.
— Por supuesto. Sin embargo, sabemos que semejante sistema es poco duradero y que perdura gracias, únicamente, a un constante suministro de energía. Lo sé por Sartorius. Esa energía genera un campo estabilizador deformado. Pues bien, ¿ese campo es externo respecto al «visitante»? ¿O más bien la fuente de dicho campo reside dentro de él? ¿Entiendes la diferencia?
— Sí —dije despacio —. Si es externo, entonces… ella, entonces… semejante…
— Entonces, al alejarse de Solaris, el sistema se desintegrará por completo — acabó la frase por mí —. No podemos preverlo, pero tú ya has llevado a cabo un experimento. Aquel cohete que disparaste… sigue dando vueltas, ¿sabes? He podido incluso, en un rato libre, calcular los elementos de su trayectoria. Puedes volar, introducirte en la órbita, acercarte y averiguar qué ha ocurrido con la… pasajera…
—¡Te has vuelto loco! — silbé.
— ¿Eso crees? ¿Y… si… la trajéramos aquí? Me refiero a la pequeña nave. Resulta factible. Es una nave teledirigida. La traeremos desde la órbita y…