—¡Para!
— ¿Tampoco? Entonces existe otra posibilidad, muy sencilla. Ni siquiera tiene que aterrizar en la Estación. Es cierto, será mejor que siga circulando. Lo único que haremos será establecer una conexión por radio; si está viva, contestará y…
—¡El oxígeno se le habrá acabado hace mucho tiempo! — gemí.
— Quizás se las apaña sin oxígeno. ¿Qué me dices, lo intentamos?
— Snaut… Snaut…
— Kelvin… Kelvin… — me imitó con rabia —. Piensa en la clase de persona que eres. ¿A quién quieres hacer feliz? ¿A quién quieres salvar? ¿A ti mismo? Y de ellas, ¿a cuál? ¿A esta o a aquella? ¿No tienes suficiente coraje para las dos? ¡Tú mismo puedes ver que esto no lleva a ninguna parte! Te lo digo por última vez: lo de aquí y ahora es una situación fuera de toda moral.
Volví a oír el mismo crujido de antes, como si alguien rascara una pared con las uñas. Inexplicablemente, una paz pasiva y espesa me invadió. Era como si estuviera observando la situación desde una gran distancia, viéndonos a los dos a través de unos prismáticos colocados al revés: menudos, un tanto ridículos, insignificantes.
— Pues bien — dije —, según tú, ¿qué debería hacer? ¿Eliminarla? Mañana volvería de nuevo, ¿no es así? ¿Una y otra vez? ¿Todos los días igual? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Con qué fin? ¿Qué me va a aportar? ¿Y a ti? ¿A Sartorius? ¿A la Estación?
— No, contéstame tú primero. Despegarás con ella y serás, digamos, testigo de la siguiente transformación. Al cabo de pocos minutos, tendrás ante ti…
— ¿Qué es lo que voy a ver? — pregunté con acritud —. ¿Un monstruo? ¿Un demonio? ¿Qué?
— No. Una agonía corriente, de lo más habitual. ¿De verdad te has creído lo de su inmortalidad? Te aseguro que mueren… ¿Qué harás entonces? ¿Volverás a por… un repuesto?
—¡Para! — chillé, apretando el puño. Me estaba mirando con los ojos entornados, llenos de una burla indulgente.
— ¿Soy yo quien tiene que parar? Creo que es mejor que dejemos esta conversación. Será mejor que hagas otra cosa, como por ejemplo, fustigar el océano en señal de venganza. ¿Qué pensabas? Entonces, en caso de… — hizo un pícaro gesto de despedida, alzando los ojos hacia el techo, como si estuviera siguiendo una silueta cada vez más lejana —, ¿significará que eres un canalla? En caso contrario, ¿no lo serás? ¿No eres un canalla cuando sonríes, mientras lo que tienes son ganas de llorar? ¿O finges alegría y tranquilidad cuando te gustaría morderte los puños? ¿Qué ocurre si aquí es imposible no serlo? ¿Qué ocurrirá entonces? Te volverás loco delante de Snaut, que es el culpable de todo, ¿verdad? En tal caso, serás además un idiota, querido mío…
— Estás hablando de ti — dije con la cabeza gacha —. Yo… la quiero.
— ¿A quién? ¿A tu recuerdo?
— No, a ella. Te dije lo que pretendía hacer. Muchos seres humanos de verdad no actuarían así.
— Tú mismo lo reconoces, diciendo que…
— No seas quisquilloso.
— Está bien. Entonces, ella te quiere. Y tú quieres amarla. No es lo mismo.
— Estás equivocado.
— Kelvin, lo siento, pero tú mismo has penetrado en esa parcela íntima. No la quieres. La quieres. Ella está dispuesta a entregarte su vida. Tú también. Es muy conmovedor, muy bonito, te honra, lo que tú digas. Sin embargo, aquí no hay lugar para todo eso. No hay espacio. ¿Lo entiendes? No, tú no quieres entenderlo. Estás involucrado, por culpa de unas fuerzas que no controlamos, en un proceso circular del que ella forma parte. Del que es una fase. Un ritmo recurrente. Si ella fuera… Si un monstruo, dispuesto a hacerlo todo por ti, te persiguiera, no dudarías ni por un instante en eliminarlo, ¿no es cierto?
— Es cierto.
— Entonces, tal vez esa sea la razón de que ella no sea tan monstruosa. ¿Te ata eso las manos? Porque se trata precisamente de eso, ¡de que tengas las manos atadas!
— Es otra hipótesis más a añadir al millón reunido en nuestra biblioteca. Snaut, déjalo, ella es… no. No quiero seguir hablando contigo.
— Está bien. Pero fuiste tú quien empezó. Pero ten en cuenta que ella es, en realidad, un mero espejo en el que se refleja una parte de tu cerebro. Si es maravillosa es porque tu recuerdo era maravilloso. Tú has facilitado la receta. No olvides de que se trata de un proceso circular.
— ¿Qué quieres de mí? Que la… ¿que la liquide? Ya te lo he preguntado, ¿por qué habría de hacerlo? No me has contestado.
— Te contestaré ahora. Yo no te he invitado para tener esta conversación. No me he metido en tus asuntos. Ni te ordeno ni te prohíbo nada, y no lo haría aunque pudiera. Eres tú quien ha venido aquí y lo ha expuesto todo, ¿sabes por qué? ¿No? Para quitártelo de encima. Para liberarte. Conozco esa sensación de peso, querido. Sí, sí, ¡no me interrumpas! Yo no me interpongo en nada de lo que te concierne, pero tú sí quieres que lo haga. Si me plantara en tu camino, quizás me rompieras la cabeza; en ese caso, te las tendrías que ver conmigo y tratarías con alguien hecho de la misma sangre y el mismo barro, y entonces te sentirías como un ser humano. En cambio, ahora… No puedes afrontarlo y por eso estás aquí, hablando conmigo… y, en realidad, contigo mismo. Solo te falta decir que sufrirías si ella desapareciese de repente; no, mejor no digas nada.
—¡De qué hablas! He venido a contarte, por pura lealtad, que tengo la intención de abandonar la Estación con ella. — Estaba encarando su ataque, pero me sonó muy poco convincente. Snaut se encogió de hombros.
— Es muy posible que tengas que mantenerte firme. Si he tomado partido en este asunto, es únicamente porque no paras de escalar, y ya sabes: la caída desde una gran altura… Sube mañana sobre la nueve al laboratorio de Sartorius. ¿Vendrás?
— ¿Al laboratorio de Sartorius? — me sorprendí —. ¿No decías que no deja pasar a nadie? No se le puede ni telefonear.
— De algún modo lo ha solucionado. Nosotros no hablamos de ello, ¿sabes? Bueno, da igual. ¿Acudirás por la mañana?
— Sí, iré —murmuré. Miré a Snaut. Su mano izquierda se escondía disimuladamente tras la puerta del armario. ¿En qué momento la había entornado? Debía de llevar así bastante tiempo, pero, excitado por aquella horrible conversación, no me había fijado. Parecía muy poco natural… Como si… estuviera ocultando algo. O como si alguien le estuviera cogiendo de la mano en todo momento. Me lamí los labios.
— Snaut, ¿qué…?
— Sal — dijo en voz baja, con mucha calma —. Sal.
Salí cerrando la puerta, acompañado por los últimos rayos rojos. Harey estaba sentada en el suelo, unos diez pasos más adelante, pegada a la pared. Se levantó de un salto al verme.
— ¿Lo ves? — dijo, mirándome con los ojos brillantes —. Ha funcionado, Kris… Estoy tan contenta. Puede… puede que cada vez vaya a mejor…
— Oh, seguro que sí —respondí distraído. Íbamos de regreso a nuestros aposentos y yo no paraba de darle vueltas a aquel estúpido armario. ¿Era allí pues donde escondía…? ¿Y toda aquella conversación…? Las mejillas me ardían y me las froté mecánicamente. Dios, qué locura. ¿En qué habíamos quedado, después de todo? ¿En nada? Ah, sí, mañana por la mañana…
De pronto, el miedo se apoderó de mí, igual que la noche anterior. Mi encefalograma, el registro completo de todos mis procesos cerebrales traducido en variaciones de haces de rayos, sería enviado allí abajo. Al interior de aquel incomprensible monstruo sin límites. Snaut había dicho: «si desapareciera, sufrirías mucho, ¿verdad?». El encefalograma es una transcripción completa, incluso de los procesos inconscientes. ¿Y si quiero que desaparezca y que muera? Si no, ¿por qué me asustó tanto que hubiera sobrevivido a aquel terrible atentado? ¿Puede uno ser responsable de su propio inconsciente? Si yo no soy responsable de él, entonces, ¿quién lo es? ¡Qué idiotez! ¡Por qué habré dado mi conformidad para que justo mi, mi…! Naturalmente, antes puedo estudiarme la transcripción, pero no sabré descifrarla. Nadie sabe hacerlo. Los especialistas pueden, tan solo, definir en qué había estado pensando la persona examinada, pero todo son generalidades: a modo de ejemplo, verán que había estado resolviendo un problema matemático, pero no sabrán decir de qué tipo. Consideran que cualquier otra cosa es imposible porque el encefalograma es una media, una mezcla de multitud de procesos paralelos, pero solo una parte de ellos tiene una base psíquica. ¿Y los procesos subconscientes? De eso no quieren ni oír hablar, sin mencionar la lectura de los recuerdos, sean estos reprimidos o no. Entonces, ¿por qué tengo tanto miedo? Después de todo, yo mismo le había estado diciendo a Harey por la mañana que aquel experimento no serviría de nada. Si nuestros neurofisiólogos no son capaces de descifrar el registro, ¿cómo conseguiría hacerlo aquel ajeno, negro y líquido gigante?