Darcy esperó unos minutos antes de continuar.
– Está bien, pero insiste en que no dejará a Wickham. Él me ha confesado en privado que nunca tuvo intenciones de casarse con ella.
– ¡Maldito demonio! -gritó el señor Gardiner, dándose la vuelta.
– Muchos han dicho eso y es mejor tratarlo como tal. Le he hecho ver la necesidad de que haga lo correcto con su sobrina.
– ¡Seguramente no apelando a su conciencia! -exclamó el señor Gardiner e insistió-: Usted habrá tenido que imponer sus condiciones de otra forma… por medio de una oferta económica, supongo. ¿Estoy en lo cierto?
– Me he hecho cargo de todas sus deudas.
– ¡Ah! -respondió el señor Gardiner-. Eso habrá sido un incentivo, sin duda; pero estoy seguro de que no fue suficiente para hacerlo aceptar. ¡Porque él puede prometer cualquier cosa y, cuando usted haya pagado a sus acreedores, desaparecer! -Alzó las manos-. ¿No es posible que, incluso en este mismo momento, ya se haya marchado?
– Está bajo vigilancia, señor, y no puede hacer ningún movimiento sin que lo vean. Él lo sabe. Y también es consciente de que si lo hace, su coronel se enterará de su paradero y será arrestado para enfrentarse a un tribunal militar. No, no se moverá.
– ¡Santo Dios, señor! -Abrumado por la emoción, el señor Gardiner estrechó la mano de Darcy con vigor-. Usted ha hecho más que cualquiera… -Tragó saliva-. Tiene que decirme cuánto le ha costado todo esto y le prometo que todo le será reembolsado.
Darcy retrocedió.
– No lo haré, señor. La suma va mucho más allá de las deudas de Wickham. Si queremos garantizar el futuro de su sobrina, hay que hacer mucho más de lo que usted o el padre de la chica podrían, si me perdona usted la impertinencia.
– No importa -respondió rápidamente el señor Gardiner-. Es deber de sus familiares recordar el carácter de la muchacha y asumir las consecuencias.
– Lo comprendo, señor, y me gustaría poder complacerlo -dijo Darcy, mirando al señor Gardiner con intensidad-. Pero es imposible.
– ¡Hummm! -resopló su anfitrión transcurridos unos segundos-. ¡Ya veremos! Entonces, ¿qué hay que hacer? ¡Debe de haber algo que yo pueda hacer!
Darcy se relajó y volvió a tomar asiento.
– Queda en sus manos, señor, presentar el asunto a la familia de su sobrina, pues nadie más, aparte de su esposa, debe enterarse de mi participación en esto. -Darcy hizo una pausa y luego se inclinó hacia su anfitrión-. ¿Aceptaría usted recibir a su sobrina y tenerla aquí hasta el día de la boda? Tiene que dar la impresión de que ella sale de su casa para casarse.
– ¡Por supuesto! -contestó el señor Gardiner y luego, haciendo una pequeña demostración de indignación, añadió-: ¡Creo que somos lo suficientemente solventes como para organizar al menos una boda!
Dos semanas más tarde, mientras se encontraba de pie en la puerta de la iglesia, Darcy se entretenía pensando que la forma en que la cálida luz de agosto entraba por las vidrieras de la iglesia de St. Clement no podría haber sido más perfecta. Probablemente aquélla sería la única perfección que vería en los próximos minutos y se detuvo para contemplarla un rato y deleitarse en ella, antes de volver a mirar hacia la calle. Los Gardiner se retrasaban. Era algo extraño en los familiares de Elizabeth, a quienes había llegado a estimar durante el curso de aquel enojoso drama, y trató de adivinar, sin temor a confundirse, de quién era la culpa. Suspirando, miró por encima del hombro hacia la puerta que se cerró detrás del novio. El corpulento Tyke Tanner se apoyaba contra el marco con una expresión de amarga resignación, mientras pensaba en todo el tiempo que tendría que esperar hasta que pudiera dar por concluida su misión. Darcy hizo una mueca y se giró de nuevo a mirar hacia la calle. Pensaba en que Gardiner tenía que imponerse y controlar a la muchacha. ¡Cuánto deseaba que todo terminara y pudiera quedar libre y con la conciencia tranquila para regresar a Pemberley! No tenía muy claro que aquel enlace fuera a ser muy satisfactorio. Evidentemente, no podía prever mucha felicidad en la vida de la pareja en cuestión, pero el peso de su deber y la esperanza de restablecer el prestigio de la familia de Elizabeth a los ojos de la sociedad era lo que lo había impulsado a seguir. Pronto concluiría todo lo que su nombre y su fortuna podían rectificar.
Un carruaje dobló la esquina y frenó hasta detenerse ante las escaleras de la iglesia. Tan pronto como bajaron la escalerilla, apareció un caballero con cara de angustia. El señor Gardiner tenía el rostro encendido, pero cuando levantó la vista hacia la puerta y vio a Darcy, no pudo ocultar la sensación de alivio. Después de hacer un gesto de asentimiento, se volvió otra vez hacia el carruaje y levantó la mano para ayudar a bajar a las damas que venían con él. Al instante apareció Lydia con un revuelo de faldas y un sombrero de alas increíblemente anchas. La novia iba seguida por la menuda pero decidida señora Gardiner. El respeto de Darcy por aquella dama había crecido todavía más desde que había sabido que, durante las semanas anteriores, se había esforzado por imprimir en su protegida un poco del decoro que se esperaba de una joven esposa respetable.
El pequeño grupo subió los escalones y el señor Gardiner le tendió la mano a Darcy para saludarlo.
– Señor Gardiner. -Darcy inclinó la cabeza cortésmente y también en señal de respeto-. ¿Cómo está? -Miró fugazmente a la novia-. ¿Están todos bien?
– Señor Darcy -respondió el hombre, jadeando un poco por la subida-. Le ruego que nos disculpe. Un asunto inesperado nos ha retrasado, pero sí, todos estamos bien y listos para proceder. ¿Y por su parte, señor?
– No hay ningún problema. El novio está preparado. ¿Entramos?
– Enseguida -respondió el señor Gardiner-. Quiera Dios que este asunto termine rápidamente y cumplamos con nuestro deber. -El caballero asintió para mostrar que estaba totalmente de acuerdo con los sentimientos del señor Gardiner y se volvió para saludar a su esposa y a la futura novia.
– ¿Dónde está Wickham? -interrumpió Lydia Bennet moviendo el ala enorme de su ridículo sombrero, tratando de mirar hacia la iglesia-. ¿Está dentro? ¿No debería estar aquí?
La señora Gardiner levantó la vista alarmada, pero Darcy se apresuró a tranquilizarlas.
– Sí, está aquí. ¿Entramos? -Darcy ayudó a las dos mujeres a cruzar el umbral y se detuvo sólo para ver un rápido gesto de Tyke Tanner, que indicaba que Wickham estaba en su lugar, delante del altar. Darcy se volvió hacia la señora Gardiner-. ¿Puedo acompañarla, señora? -Luego le ofreció el brazo.
– Gracias, señor Darcy. -La señora Gardiner suspiró con gratitud, mientras agarraba el brazo del caballero-. Gracias por todo.
– Es usted muy amable, señora -comenzó a decir, pero su acompañante le dio un golpecito en el brazo.
– No, señor, es usted quien es muy amable, así como muchas otras cosas buenas y admirables. -La señora Gardiner le sonrió de una forma enternecedora, haciéndole ruborizarse. Al mirar hacia delante, la señora Gardiner volvió a suspirar-. Es un día tan hermoso… Lydia, esa chiquilla malcriada, no se lo merece, pero ¡así son las cosas! -Miró a su alrededor-. Si no fuera porque eso le subiría más los humos a mi díscola sobrina, desearía que su familia estuviera aquí, al menos Jane y Elizabeth.
Se colocaron detrás de su marido y Lydia y los siguieron al interior de la iglesia, recorriendo con pasos lentos el pasillo central, que se veía salpicado aquí y allá de manchas de color que se proyectaban desde las vidrieras. Era una hermosa mañana, pensó Darcy, reduciendo todavía más el paso, y con más fervor del que la señora Gardiner se podía imaginar deseó que el anhelo de la tía de Elizabeth pudiera hacerse realidad. ¡Que aquél fuera el día de su boda y llevara a Elizabeth del brazo! La mezcla de placer y dolor que le causó aquel pensamiento lo golpeó con violencia.