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Llegaron hasta el altar. La señora Gardiner se soltó del brazo de Darcy y ocupó su lugar detrás de su sobrina, mientras que él se dirigía al suyo, a la derecha de Wickham. La impecable chaqueta azul del novio, cuya tela todavía crujía al ser nueva, le confería una dignidad que éste asumía con aterradora tranquilidad frente al pastor. La novia se sonrojó y le dijo a su tía, en un tono que todo el mundo pudo oír:

– ¿No te parece muy apuesto?

– Queridos hermanos… -El sacerdote comenzó la ceremonia. Wickham echó los hombros hacia atrás. Darcy miró directamente al frente, por temor a que la descarga de sabiduría de las palabras que el ministro estaba recitando y que irrumpían como cañonazos en medio de aquella charada en la que estaba participando hiciera que su rostro revelara sus verdaderos pensamientos. Milagrosamente, en pocos minutos todo estuvo concluido. Darcy se inclinó para firmar como testigo en el registro, mientras la señora Gardiner abrazaba a su sobrina y estrechaba ligeramente la mano de su nuevo sobrino. El señor Gardiner estampó un rápido beso sobre la frente de la novia.

– Bueno -dijo el señor Gardiner, ignorando el ademán que hizo Wickham para estrechar su mano-, creo que todo está preparado en casa. ¿Querrá usted acompañarnos al desayuno nupcial, señor? -le dijo al pastor, que declinó la oferta con cortesía. Luego se volvió hacia Darcy-. Sé que usted debe marcharse y no nos acompañará, pero espero que venga a cenar mañana, cuando estos dos se hayan ido. -Le tendió la mano, que Darcy estrechó con firmeza para testimoniar el aprecio que sentía por él-. Es usted un gran hombre, señor Darcy. Es un honor. -El señor Gardiner se inclinó y, llamando a su esposa para que lo acompañara, bajó las escaleras hasta el carruaje que los esperaba.

– Darcy -le dijo Wickham.

– Wickham… Señora Wickham -respondió Darcy. La señora Wickham hizo una reverencia y se rió.

– ¿Cuándo…? -preguntó Wickham, acercándose un poco.

– Tan pronto como llegue a casa, todo se pondrá en marcha -murmuró-. Atiende a tu esposa y todo irá bien.

– ¡Por supuesto! -Wickham retrocedió y agarró la mano de su flamante esposa-. Ella significa mucho para mí, ¿no? -Se oyó otra cascada de risitas.

– Señora Wickham. -Deseando marcharse ya de allí, Darcy hizo una rápida inclinación a la novia y bajó las escaleras hacia su carruaje.

– A casa -le indicó al conductor.

– Sí, señor -respondió su cochero, tomando las riendas. El mozo recogió la escalerilla y cerró la puerta, y Darcy perdió de vista a la pareja de recién casados. Arrojó el sombrero sobre el asiento, cerró los ojos y se estiró, liberando la tensión de sus músculos. ¡Ah, era estupendo estar de nuevo en su propio carruaje! Viajar de manera anónima en ruidosos coches de alquiler había sido emocionante, pero ya había terminado; y se alegraba de que así fuera. Prefería dejar ese tipo de intriga a otros que, por naturaleza, la disfrutaban. Debía salir para Pemberley lo más pronto posible… lo más pronto posible. Se relajó, deleitándose con aquel pensamiento. Pemberley. ¡Necesitaba estar en casa!

10 Se cierra el círculo

Darcy examinó el nudo de seda de colores de la corbata distintiva de su club ecuestre y observó particularmente la serie de nudos que caían en cascada, con postiza facilidad, sobre la parte superior del chaleco. Las reglas del club decretaban que debía arreglarse precisamente de aquella forma, y ningún miembro que se desviara lo más mínimo podía ser admitido a la cena. Como nunca había tolerado semejante despropósito, Darcy había dejado de asistir a la cena anual del club Four-and-Go desde su ingreso, hacía ya varios años, pero aquélla era la noche de Bingley. En consecuencia, para conseguir aquella particular tarjeta de entrada para la cena, Darcy tuvo que poner a prueba no sólo la habilidad sino la memoria de Fletcher.

– ¡Bien hecho, Fletcher!

– Gracias, señor. -Fletcher bajó el espejo de mano y lo dejó con cuidado sobre la mesita-. Sólo espero que el ayuda de cámara del señor Bingley pueda lograr el mismo resultado. Su último intento fue únicamente pasable.

– Esa es la razón por la cual el señor Bingley va a venir a Erewile House, para que usted lo revise antes de ir a la cena. -Darcy hundió los brazos en la levita que su ayuda de cámara le sostenía.

– ¡Claro, señor! -respondió Fletcher, alisando la chaqueta sobre los hombros. Darcy pudo oír el tono de satisfacción de su voz-. Estaré atento a su llamada.

El caballero asintió, tomó su reloj de bolsillo, salió de la habitación y bajó las escaleras hasta el salón de las visitas. El ansiado descanso en Pemberley, después de todo el asunto de Wickham, sólo había durado una semana. Sus tíos, los Matlock, llegaron poco después de su regreso y la mayor parte del tiempo Darcy estuvo a su disposición. Para él había sido muy agradable recibir a lord y lady Matlock, y la presentación de la nueva prometida de su primo D'Arcy, una jovencita adorable y modesta que lady Matlock había sugerido, resultó ser un auténtico placer, sobre todo para Georgiana. Darcy logró tener unos cuantos minutos en privado con su hermana, en los cuales le contó que había descubierto a Wickham y le relató en términos generales que el asunto había sido llevado a feliz término. Georgiana lo escuchó con interés y aceptó su abreviado relato, contenta de que todo hubiese terminado bien para la familia Bennet.

– ¿Podría visitarnos otra vez la señorita Elizabeth Bennet? -preguntó Georgiana, pero Darcy sólo le contestó con un vago: «Tal vez».

El deseo de su hermana de volver a ver a Elizabeth resonó fuertemente en el corazón del caballero. ¡Cuánto anhelaba conocer sus pensamientos, sus sentimientos acerca de todo lo que había ocurrido! ¿Se habría recobrado ya de todo aquel sufrimiento? ¿Habría recuperado su antigua vivacidad, o el asunto la habría transformado de manera irrevocable? A Darcy le dolía el corazón al pensar en la imposibilidad de sus deseos. Elizabeth nunca llegaría a saber que él había estado involucrado en el asunto, más allá de la desesperada confesión que le había hecho ese día en Lambton. Darcy les había pedido encarecidamente a los Gardiner que mantuvieran en secreto su participación y que Lydia jurara guardar silencio. La familia Bennet no debía saber nada. Por tanto, Darcy no tenía ninguna razón para albergar esperanzas de volver a verla. Posiblemente, nunca tendría oportunidad de ver ni el más mínimo resultado de sus esfuerzos. Pero ¿acaso no lo sabía desde el principio?

– Hágalo pasar, Witcher -le indicó Darcy al mayordomo, cuando vino a anunciarle la presencia de Bingley en la puerta. Su amigo entró con paso rápido y, algo perturbado, se detuvo frente a él, pidiendo su opinión sobre «este condenado nudo».

– Participar en la carrera bajo el ojo crítico de los jinetes y los conductores más destacados del país no ha resultado ser ni la mitad de enervante que ver las dificultades que tuvo mi ayuda de cámara con esta cosa. -Levantó las puntas de los lazos de seda con desprecio.

Darcy soltó una carcajada.

– Ya he avisado a Fletcher, Charles. Vamos, dejemos que él te lo arregle antes de que los demás se burlen de ti.

– Me siento tan confundido -le dijo Bingley más tarde, mientras el carruaje de Darcy comenzaba a avanzar-… Y no es sólo por esto -añadió, señalando la corbata-. O por el estricto examen que el club hará de cada una de mis palabras hasta mi ingreso esta noche. ¡Es toda mi vida! -concluyó con exasperación.

– ¿A qué te refieres? ¿Ha ocurrido algo? -Darcy se volvió hacia Bingley con preocupación.

– Nada en particular, pero eso es parte del problema. Yo no tengo ningún objetivo, ninguna dirección. Nada por lo cual luchar o a lo que enfrentarme -respondió-. Sin embargo, hay decisiones que debo tomar y que pueden determinar mi futuro.