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– ¡Oh, excelente, Fitz! ¡Estás levantado! Pero, Fletcher… -Fitzwilliam entró, cerrando la puerta tras él con suavidad-. ¡Usted todavía no lo ha afeitado! Son ya las siete.

– Sí, señor, estaba a punto de…

– Bueno, entonces, ¡póngase en marcha, hombre! El tiempo corre inexorablemente. -Richard le dirigió una sonrisa al ayuda de cámara, que se inclinó ante las órdenes de un oficial superior y enseguida se puso a preparar los útiles de afeitar. Richard se giró hacia su primo-. ¿He dicho «en marcha»? -preguntó con ironía y luego fingió un suspiro-. Supongo que llevo mucho tiempo en el ejército. ¡Pronto ya no seré buena compañía!

Darcy resopló, concentrándose de nuevo en la contemplación del parque.

– ¡No hay nada que temer! Pareces hacerlo bastante bien.

– ¡Sí, en realidad así es! -se enorgulleció Fitzwilliam-. Y ésa es la razón para que esté aquí. Quisiera agilizar un poco el protocolo de la mañana, de manera que pueda disfrutar de la compañía de las damas de la rectoría antes de que empiecen los servicios. -Hizo una pausa, esperando algún comentario de Darcy, pero como su primo no dijo nada, continuó-: Me atrevería a decir que la agradable conversación de la Bennet será una buena compensación por la tortura de oír el sermón del señor Collins.

– Por fin te has hartado de él, ¿no es verdad? Has ido de visita al menos dos veces esta semana -murmuró Darcy, mientras recorría con la mirada el camino que atravesaba el bosque. Por encima de las copas de los árboles, alcanzaba a ver una esquina de la torre de la iglesia. La rectoría estaba a la derecha, ¿no?

– ¡Más que hartarme, sin duda! Pero me habría arriesgado a soportar su aburrido parloteo más veces si hubiese sido apropiado… Si tú hubieses dejado a un lado los libros de contabilidad y me hubieses acompañado, Fitz, para mantener ocupado al buen Collins, como debe hacer todo primo devoto. ¡Que me parta un rayo si la Bennet no puede mantener fácilmente mi atención por…! ¿Qué?

Darcy se volvió bruscamente hacia su primo.

– ¿Será posible que no podamos tener una conversación sin que la señorita Elizabeth Bennet salga siempre a colación?

Fitzwilliam lo miró con asombro.

– Me imagino que sí, primo; pero nunca antes había visto que te molestara hablar de una jovencita hermosa. Si eso es lo que quieres…

– Eso es lo que quiero -interrumpió Darcy de manera enérgica y comenzó a dirigirse hacia el vestidor. Seguramente Fletcher ya estaba listo, y si afeitarse le servía de pretexto para acabar con la charla de Richard, mejor.

Fitzwilliam se encogió de hombros en señal de acuerdo, pero luego cruzó los brazos y adoptó una actitud de disculpa.

– Muy bien, pero entonces he de decirte que te traigo malas noticias.

Darcy se detuvo en el umbral con el ceño fruncido por la contrariedad.

– ¿A qué te refieres, Richard?

– Anoche, después de decir que estabas cansado y te retiraras, le sugerí a nuestra tía que invitara al párroco a tomar el té esta noche. -Se detuvo un momento para observar la curiosa expresión que adoptó su primo y luego continuó con una sonrisa pícara-: Así que no sólo te verás obligado a soportar que la señorita Elizabeth Bennet aparezca en la conversación, sino que tendrás que tolerar la presencia de la mismísima señorita Elizabeth…

Darcy cerró la puerta del vestidor con rabia y se recostó contra ella, mientras oía cómo Fitzwilliam se reía a carcajadas desde el otro lado, antes de marcharse. Miró por encima del hombro. La estancia estaba vacía y por fortuna estaba solo. Apoyó la cabeza contra la puerta y cerró los ojos. Los últimos cinco días habían sido terribles para él, y la incomodidad de la cama del cuarto de invitados importantes de su tía no era precisamente la causa principal de haber pasado las noches en vela. Sacudió la cabeza al pensar en los caprichos de la providencia, que había traído nuevamente a Elizabeth hacia él; luego se retiró de la puerta y se desplomó en la silla de afeitado. Se reclinó contra el respaldo, echó la cabeza hacia atrás y comenzó un minucioso examen del techo.

Tras la desastrosa conversación que Darcy había tenido con Elizabeth acerca de su hermana, Richard se dio cuenta de que su primo quería marcharse de Hunsford y facilitó la despedida. Pero tan pronto estuvieron lejos de la casa parroquial y de la posibilidad de que alguien del pueblo los oyera, había comenzado a preguntar a su primo por su extraño comportamiento.

– ¡Ya basta, Richard! -le había advertido Darcy tajantemente. Richard reconoció el tono de su primo y guardó silencio. Pero aunque aparentemente había hecho caso, poco le importaron los motivos de Darcy para pedirle que se callara y emprendió una nueva estrategia, en la cual comenzó a enumerar los múltiples encantos de Elizabeth, mientras le pedía a su primo su opinión en cada punto, hasta que éste le dirigió una mirada asesina.

– Sí, ella es muy agradable -había dicho Darcy de manera lacónica, con los dientes apretados, mientras regresaban a Rosings a grandes zancadas-, pero ten cuidado, Richard. Conozco bien su situación y te advierto que no hay mucho que esperar de ella y además no está muy bien relacionada. Tú, mi querido primo, eres demasiado caro para ella. -Darcy se detuvo entonces un momento, mirando a Richard con aire de desaprobación-. ¡Y ella es la hija de un caballero!

Fitzwilliam había levantado las manos en señal de protesta.

– ¡Por supuesto, Fitz! ¡Por Dios! No creerás que voy a flirtear con una mujer ante las mismísimas narices del párroco, ¿o sí? -Darcy se limitó a lanzarle una mirada penetrante como respuesta y se giró nuevamente hacia el camino-. Bueno, no puedes oponerte a que yo quiera visitarla -declaró su primo, después de alcanzarlo-. Rosings es tan mortalmente aburrido… Siempre ha sido así, desde que éramos niños. Y ahora por fin hay una diversión lo suficientemente encantadora e interesante como para hacer que esta interminable obligación pase más rápido.

– Yo no tengo tiempo para hacer visitas, Richard. Hay que revisar las cuentas, entrevistar al administrador de la propiedad e inspeccionar las granjas. Tu ayuda sería muy útil -replicó Darcy.

– Y la tendrás, Fitz -le aseguró su primo con seriedad-, pero supongo que no me necesitarás todo el tiempo. ¡Y yo me pongo insoportable cuando no tengo nada que hacer, ya lo sabes! Así que, para evitar que terminemos peleándonos, cuando no me necesites, podré ir a hacer una visita a Hunsford. ¡Ah, y tendré mucho cuidado! -exclamó al ver la mirada de Darcy-. ¡Seré todo un modelo de discreción y decoro!

Así, durante los últimos cuatro días, mientras Darcy se sumergía en los asuntos de su tía, en un esfuerzo deliberado por mantenerse lo más ocupado posible para no pensar en la huésped de Hunsford, Richard había estado disfrutando de su compañía, ¡dos veces! En ambas ocasiones había pasado antes por la biblioteca de Rosings, de la que se apoderaba Darcy durante su estancia, para preguntarle si le gustaría acompañarlo a la rectoría. Pero Darcy había logrado dar la impresión de estar tremendamente ocupado, y lo había despachado, aunque lo había mirado desde la ventana consumido por los celos, mientras desaparecía de su vista por el camino que llevaba hacia Hunsford… hacia Elizabeth. Luego había regresado a la mesa y a los libros de contabilidad que tenía abiertos, contando los minutos hasta que Richard regresaba. El muy sinvergüenza lo saludaba desde la puerta y le informaba sobre el placentero rato que había pasado con la Bennet, como la había bautizado. ¡Cómo le molestaba a Darcy ese apelativo! Aunque para él ella era «Elizabeth» desde hacía mucho tiempo, creía que al hablar de ella en público debería ser «la señorita Elizabeth Bennet»; pero si se atrevía a hacer algún comentario al respecto, su primo se lanzaría sobre él como un ave de rapiña.

Sin embargo, la intensa curiosidad que Darcy sentía por todo lo que tenía que ver con ella casi le había hecho ponerse en evidencia. Era toda una tortura oír los comentarios que Richard hacía ocasionalmente sobre sus visitas y no poder pedirle más explicaciones para analizarlos con más detenimiento. La noche anterior, por ejemplo, mientras disfrutaban de un brandy después de la cena, su primo se había referido a un libro que le había prestado a Elizabeth de la biblioteca de su tía.