Bingley se acercó a Darcy de manera amenazadora.
– ¡Que tú me aseguras! Primero me dices que me engañaste, que me privaste del amor de la más dulce de las mujeres y me animaste a dudar de mi propio corazón y ¿ahora se supone que debo aceptar tus opiniones?
– Tienes razón en no tener en cuenta lo que yo te diga, Charles. He demostrado ser muy mal amigo. ¡Déjame fuera de esto! Pero ¿cuál es tu propia opinión sobre la señorita Bennet?-preguntó Darcy en voz baja.
Una mezcla de emociones cruzó por el rostro de Bingley mientras trataba de asimilar lo que acababa de saber. Dio media vuelta y se sentó, y Darcy le permitió la dignidad de guardar silencio. Se tomó el resto del oporto y esperó, oyendo como el fuego chisporroteaba en la chimenea.
– ¡Lo que ha debido de sufrir mi querida Jane durante todas esas semanas en Londres, Darcy! ¡Qué habrá pensado de mí! ¡Qué habrán pensado todos los Bennet de mí! No entiendo cómo pudieron recibirme con tanta cordialidad cuando regresé.
– Charles, el hecho de que te hayan dado una bienvenida tan calurosa es una prueba más de que los sentimientos de la señorita Bennet están a tu favor.
– Sí -dijo Bingley, como si estuviera pensando en voz alta-, eso parece razonable. ¡Me recibieron bien! Aunque es cierto que la señorita Bennet y yo no tenemos una relación tan cordial como antes, hace sólo unos días que volví.
– Si me permites darte mi opinión, creo que si haces una propuesta de matrimonio tendrás una respuesta que os llenará de felicidad a los dos.
– ¿Tú crees, Darcy? -Bingley se sonrojó. Retrocedió un poco y carraspeó-. ¿De verdad?
– No tengo dudas, ¿tú sí?
– ¡No lo sé! -Bingley comenzó a pasearse otra vez-. Creo que… Anoche ella… ¡Ah, si me atreviera a preguntar! ¡Darcy! -exclamó Bingley, colocándose a su lado.
– Espera un poco si quieres, pero el asunto terminará del mismo modo, Charles, y ya no diré ni una palabra más sobre el tema.
Bingley soltó un grito y estrechó la mano de su amigo con fuerza. Luego comenzó a hablar sin parar y le aseguró que, aunque se había portado de manera abominable, no había perdido un amigo y que ese amigo le perdonaba todo a la luz de su futura felicidad.
11 La corriente del amor verdadero
Londres todavía estaba bastante vacía, pues la mayoría de sus habitantes de clase alta permanecían en los cotos de caza el mayor tiempo posible, hasta que el Parlamento y la temporada de eventos sociales reclamaban de nuevo su presencia en las frenéticas actividades de la ciudad. Mientras se tomaban una copa en Boodle's, el coronel Fitzwilliam le comentó a su primo que se había extendido ya la noticia de que Bonaparte no había podido conquistar Moscú, aunque a un terrible precio. Darcy sacudió la cabeza. ¡Qué se podía decir de la enorme desesperación que impulsaba a los hombres a quemar sus propias casas -una ciudad entera- en lugar de dejarlas en manos de aquel avaricioso monstruo!
– ¿De qué estáis cuchicheando ahora, Darcy? ¡Por Dios, parecéis un par de viejas!
Darcy se dio media vuelta al oír la voz, pero no se detuvo a fijarse en el rostro de su dueño sino que saltó de la silla para darle una fuerte palmada en la espalda.
– ¡Dy! ¡Dios mío! ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me escribiste?
Lord Dyfed Brougham levantó las manos perfectamente cuidadas en señal de protesta por semejante saludo y dio un paso atrás cuando Fitzwilliam también se levantó.
– ¿Escribir? ¡Eso es demasiado fatigoso, viejo amigo! Y tú, Fitzwilliam, puedes estrechar mi mano, pero nada más. Sí, así está bien. -Brougham les dirigió una risita triunfal a los dos y luego acercó una silla y les hizo señas para que tomaran asiento-. ¿Escribir? No, no… creí que era mejor sorprenderte, lo cual he hecho con bastante facilidad, según parece. -Darcy se volvió a sentar, mientras las absurdas palabras de Dy confirmaban el personaje que quería representar.
– ¿Y qué tal te ha ido en América, Brougham? -Fitzwilliam se sentó y estiró sus largas piernas-. No parece que te haya sentado muy bien. -Al mirar detenidamente a su amigo, Darcy vio que su primo tenía razón y cuanto más lo observaba, más alarmantes se volvían sus conclusiones. Dy estaba vestido con la elegancia de siempre, pero la ropa parecía quedarle extrañamente grande. A pesar de que nunca había tenido un rostro de anchas facciones, estaba muy demacrado y tenía las mejillas hundidas. Seguramente no le había ido bien al otro lado del mar.
– ¡Te ruego que no menciones ese lugar en mi presencia! -Dy se puso la mano en la frente de forma dramática-. ¡No sé cómo pude haberme dejado convencer para ir! ¡El viaje fue brutal, Fitzwilliam, absolutamente brutal! Los nativos carecen totalmente de cultura y no tienen la más mínima sensibilidad. ¡Fue espantoso!
Richard dejó escapar un silbido al oír la descripción de Dy y luego preguntó:
– ¿Y qué nativos eran ésos, Brougham? ¿Los algonquinos, los iroqueses…? -Miró a Darcy para pedir auxilio, pero su primo se limitó a encogerse de hombros.
– No, no, viejo amigo. -Dy lo miró como si Richard estuviera diciendo una locura-. ¡Los nativos de Boston y Nueva York! -Se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió las sienes-. ¡Horrible, sencillamente horrible!
Richard miró a Darcy y entornó los ojos. Luego se puso en pie.
– Bueno, te dejaré con mi primo, que será de más ayuda que yo en tu recuperación, estoy seguro. Fitz. -Dio media vuelta y se dirigió a Darcy-: Debo regresar al cuartel. Recuerda, su señoría el conde de Matlock y mi madre nos esperan a cenar esta noche, a las nueve en punto. -Le hizo una inclinación a Brougham-. Preferiría enfrentarme a los pieles rojas que llegar tarde a una cena de su señoría. Encantado de verte, Brougham. -Dy asintió y le dijo adiós con la mano.
Tanto Brougham como Darcy se quedaron callados, mirando cómo Fitzwilliam se abría paso hasta la puerta, en medio del bullicio de camareros y miembros del club.
Darcy se volvió hacia su amigo.
– ¡Por Dios, Dy, tienes un aspecto horrible!
– ¿Tan mal estoy? -preguntó Brougham, enderezándose en la silla, y luego llamó a un criado y pidió algo de beber-. No había querido aparecer en la ciudad hasta engordar un poco -dijo suspirando-, pero llevaba tanto tiempo ausente que el Ministerio del Interior temió que perdiera mi rango si tardaba más en volver. Así que aquí estoy. -Levantó los brazos-. ¡Parezco un espantapájaros!
– ¿Qué ha sucedido? -Darcy se inclinó sobre la mesa.
– No puedo decírtelo, amigo mío. -Dy sonrió con tristeza-. Sólo puedo decir que ella logró evitarme.
– ¿Y pudiste encontrar a Beverly Trenholme?
– Él jamás puso un pie en ese barco para el que tú le diste el billete. De hecho, nunca salió de Inglaterra. Alguien más pensó que ella era más útil que Trenholme.
– ¡Sylvanie! Pero, nadie ha visto a Bev… ¡Por Dios, no querrás decir que…! -Dy asintió con la cabeza y los dos guardaron silencio. El murmullo de las conversaciones y las risas de los demás continuó con la misma intensidad. Un vaso se cayó al suelo en alguna parte y luego se oyó una discusión.
– Dime -preguntó Dy finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre los dos-, ¿cómo está la señorita Darcy?
– Ella está bien -respondió Darcy con lentitud-. Bastante bien, en realidad, aunque echa de menos tu compañía. -Brougham volvió a esbozar una sonrisa tonta, pero muy distinta de la anterior porque era sincera. Darcy se recostó contra el respaldo y trató de adoptar una actitud de absoluto desinterés, antes de dar la noticia-. Durante tu ausencia hizo amistad con alguien que conoció.