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Darcy se levantó de su reverencia ante una Anne muy distraída, que miraba a todas partes excepto a él, con los dedos aferrados a su chal.

– Prima Anne. -Sabiendo que debía lograr llamar su atención, inducirla a que lo mirara a la cara, Darcy se dirigió a ella con la misma voz suave pero firme que usaba con Georgiana-. Anne -repitió, y ella levantó lentamente los ojos-. Ciertamente tienes un aspecto estupendo esta noche. -La muchacha se sonrojó un poco al oír las palabras de su primo, bajando enseguida la mirada, pero no antes de que él alcanzara a detectar una chispa de gratitud y tal vez, incluso, un poco de placer al oír el cumplido. Darcy pensó que Anne no era tan indiferente a la cortesía como parecía querer hacerle creer a todo el mundo. Pero, claro, su mundo era evidentemente muy pequeño, reducido a causa de su delicada salud y de los sentimientos y gustos de lady Catherine. Darcy estaba seguro de que, en ese mundo, los cumplidos sinceros y auténticos eran una rareza.

Después de saludar a Anne, Darcy se fijó en los sofás que rodeaban a su tía. Ninguno parecía lo suficientemente sólido como para soportar la inquietud que lo recorría cada vez con más fuerza, a medida que las manecillas del reloj se aproximaban a la hora acordada. Sin embargo, la necesidad de tomar una decisión quedó aplazada por el ruido de las puertas del salón al abrirse, lo cual hizo que el corazón de Darcy diera un vuelco.

– ¡Traidor! -murmuró para sus adentros, tratando de avergonzarlo y ponerlo bajo control, sin poder evitar, al mismo tiempo, dirigir sus ojos hacia la puerta.

Primero entraron el señor Collins y su esposa: el pastor, con un aire de rastrera deferencia. Sin embargo, la señora Collins atenuó la actitud de su marido acompañando su excesivo despliegue con una actitud más apropiada y una reverencia sencilla y correcta. La señorita Lucas venía inmediatamente detrás de su hermana y pareció estremecerse apenas vio a lady Catherine, y detrás de ellos entró Elizabeth. Había dejado el sombrero y el abrigo en manos del lacayo, pero llevaba el mismo vestido que tenía por la mañana. Era un vestido de muselina color crema, adornado con flores bordadas en azul y ribeteado con una cinta, que flotaba con elegancia alrededor de su cuerpo, envolviendo su figura de forma seductora. Darcy se dio cuenta de que la muchacha inspeccionaba el salón, mientras esperaba su turno para presentar sus respetos. Comenzó con su señoría, se dirigió rápidamente a Anne y su dama de compañía y su rostro se iluminó al saludar a Fitzwilliam. Luego lo miró a él. Sus miradas se cruzaron y la ansiosa expectación que brillaba en los ojos de Elizabeth resultó ser un reflejo exacto de la que sentía Darcy, cuyo corazón saltó de manera tan violenta que parecía querer unirse con el de ella. Aterrorizado, el caballero desvió la mirada y se anticipó a la reverencia de ella haciéndole una rígida inclinación. ¿Creía que podría curarse si la miraba hasta cansarse? ¿Cómo podía haber hecho un cálculo tan desatinado?

– Señor Collins, por favor, tomen asiento -les dijo lady Catherine a sus invitados de manera lánguida, señalando las sillas que había a su izquierda.

– Gracias, su señoría. -El señor Collins volvió a inclinarse, antes de atravesar el salón con pasos rápidos y, al verlo, Darcy pensó en una codorniz que se había cruzado durante un paseo a caballo la mañana anterior-. Es usted toda amabilidad, señora, un hecho ampliamente conocido entre todos aquellos que…

– Señora Collins, señorita Lucas. -Lady Catherine interrumpió el empalagoso discurso del señor Collins. La señora Collins siguió a su marido hasta los lugares asignados. Darcy notó que su hermana ocupaba rápidamente el asiento que parecía más alejado de la mirada de lady Catherine. Pero no pudo estar mucho tiempo lejos del objeto de sus deseos y, a pesar de lo peligroso que había demostrado ser, Darcy volvió a mirar a Elizabeth. Ella estaba quieta y aparentemente tranquila, mientras sus acompañantes se humillaban ante lady Catherine; pero luego Darcy la vio hacer un gesto con la boca. Una sonrisa disimulada comenzó a esbozarse en sus labios, acompañada de un nuevo brillo en sus ojos. Esa expresión tan conocida fue seguida inmediatamente por un gesto deliberado de su boca, una estrategia que Darcy sabía que ella solía emplear para recuperar el control sobre sus rasgos, de manera que no evidenciaran la risa que le causaba la situación. Al observar la deliciosa batalla que libraba Elizabeth por recuperar el dominio de sí misma, Darcy tuvo que apretar sus propios labios para evitar la sonrisa que amenazó con acompañar su felicidad, al ver que una de sus preguntas recibía rápidamente una respuesta. Collins podía temblar y los iguales de su señoría podían estremecerse, pero Elizabeth Bennet no sentía ningún temor hacia lady Catherine.

– Señorita Elizabeth Bennet. -Lady Catherine asintió al tiempo que pronunciaba su nombre. Mientras Elizabeth caminaba con seguridad y elegancia hasta su asiento, Darcy se maravilló de ver cómo había identificado el carácter de su tía con tanta facilidad y en tan breve periodo de tiempo. ¿Qué sucedería después?

Fitzwilliam respondió a aquella cuestión deslizándose entre los invitados y sentándose al lado de Elizabeth en el mismo sofá.

– ¡Oportunista! -gruñó Darcy para sus adentros, mientras se sentaba en el último sitio que quedaba disponible, el más próximo a su tía y al otro lado de Elizabeth y su primo. Después de tragarse la desilusión, resolvió aprovechar su situación para observar la forma en que Elizabeth trataba a su primo y qué podía revelar el comportamiento de Fitzwilliam hacia ella. Pero casi enseguida lady Catherine comenzó a hablarle sobre detalles insignificantes que sólo le interesaban a ella. Habituado desde hacía mucho tiempo a la manera de ser de su tía, Darcy se dispuso a satisfacer las exigencias de la anciana dama al mismo tiempo que seguía concentrado en sus propios objetivos, pero se dio cuenta de que su tía lo irritaba más que nunca. No consiguió oír nada de la conversación que transcurría delante de él, excepto notar que era una charla animada e interesante, salpicada de risas por ambas partes. Fitzwilliam estaba fascinado con Elizabeth, eso era obvio. Darcy conocía bien su manera de ser y las señales que lo delataban. Richard podía haber comenzado la relación como un coqueteo intrascendente, pero ahora estaba cautivado y, aún peor, intrigado, y no sólo por la figura de Elizabeth. La expresión pensativa de su rostro le indicó que también estaba empezando a descubrir la inteligencia de la muchacha. Darcy se movió incómodo en la silla. Era inevitable, pensó. Elizabeth no tenía una actitud afectada ni irradiaba esa estudiada languidez, tan de moda entre la mayoría de las mujeres de la alta sociedad. No, su encanto era algo sólido y natural, poseía un espíritu directo que un hombre podía apreciar rápidamente tanto con la mente como con los sentidos. Y Richard, el maldito Richard, ¡lo estaba apreciando de verdad!

– ¿Qué estás diciendo, Fitzwilliam? ¿De qué hablas? -El tono de protesta de la pregunta de lady Catherine sorprendió a Darcy, haciéndole darse cuenta de que llevaba varios minutos sin prestarle la más mínima atención a su tía-. ¿Qué le estás diciendo a la señorita Bennet? Déjame oírlo.

, pensó Darcy con maliciosa satisfacción, cuéntanoslo, por favor, Richard.

– Hablamos de música, señora -respondió Fitzwilliam de manera distraída, tan concentrado en su acompañante que sólo le quitó los ojos de encima por un instante mientras contestaba.

– ¡De música! Pues haced el favor de hablar en voz alta. De todos los temas de conversación es el que más me agrada. Tengo que participar en la conversación si estáis hablando de música. -Lady Catherine se recostó contra el respaldo. Su tendencia a criticar parecía apaciguada por el placer que le brindaba el tema-. Creo que hay pocas personas en Inglaterra más aficionadas a la música que yo, o que posean mejor gusto natural.