La imagen más placentera de Elizabeth la noche anterior, con la ceja enarcada sobre unos ojos burlones, fue deteniendo cada vez más a Darcy, hasta quedarse inmóvil en la mitad del camino, atrapado por una súbita inquietud. Sí, la Elizabeth real, humana e impredecible estaba al final del camino; la Elizabeth que nunca dejaba de empuñar la espada cuando hablaban. Y él tenía el propósito de visitarla solo, sin Richard. A excepción de esa angustiosa hora en que habían compartido en silencio la biblioteca de Netherfield, Darcy nunca había estado a solas con Elizabeth, sin que estuvieran presentes su familia o sus amigos, y sin el apoyo de sus propios amigos o parientes. De repente, pensó en la extraordinaria utilidad de su primo. Tal vez debería regresar, esperar a que Richard se levantara y estuviera listo y proponerle una visita a Hunsford. Estaba a punto de darse la vuelta cuando la importancia de sus propios pensamientos lo detuvo. Ella lo había retado a practicar, ¿no era cierto? ¿Acaso se iba a retirar a la primera oportunidad? Todas sus emociones internas clamaron en señal de protesta. Entonces, practicaría. ¿Había una manera mejor de conocer algún dato más sobre la forma de ser de la muchacha y evaluar la fuerza de sus propios sentimientos? Avanzó de nuevo, sintiéndose más seguro cuando recordó que la señora Collins y su hermana también estarían presentes.
– Y probablemente también Collins. Confío en eso -se dijo para sus adentros-. ¡Las posibilidades de conversación entre tres damas y un caballero son excesivamente favorables, hombre!
Llegó rápidamente al final del camino y tomó la vía principal hacia la aldea de Hunsford. El sendero de la casa parroquial estaba un poco más adelante y después de pasar la estrecha entrada, se dirigió con seguridad hacia la puerta, rozando con las botas las jardineras llenas de flores, y tocó la campanilla. Abrió la puerta la misma sirvienta de la primera visita.
– Soy el señor Darcy, vengo a ver a las señoras de la casa -le informó a la criada, que le hizo una reverencia y se apartó. El caballero se quitó el sombrero de copa y esperó a que ella volviera a cerrar la puerta y lo condujera arriba. La casa parecía muy silenciosa.
– Por aquí, señor, por favor, señor -balbuceó la criada y lo condujo a las escaleras. El ruido que hacían sus botas sobre los escalones puso de manifiesto el silencio del lugar.
No se oía voz alguna, ningún ruido de platos o pasos le acompañaron en su avance por las escaleras y el pequeño vestíbulo. La criada se detuvo ante la puerta del salón y, después de abrirla, hizo una reverencia.
– El señor Darcy, señorita.
– Gracias -contestó desde dentro una voz vacilante. Darcy pasó frente a la criada y entró en el salón, pero enseguida se quedó helado. La dama de su corazón estaba allí de pie, adorable y, Santo Dios, ¡completamente sola! Con seguridad los demás estaban cerca… ¡en alguna parte! Darcy tragó saliva e hizo una inclinación, pero después de alzar la cabeza fijó los ojos en el extremo del salón. ¡No, no había nadie! Volvió a mirar a Elizabeth, cuyos ojos parecían reflejar la misma incomodidad. ¡Discúlpate, idiota!
– Señorita Bennet -comenzó a decir de manera rígida-, le ruego que me perdone por importunarla de esta manera. Tenía entendido que todas las damas estaban en casa.
Una vez que la puerta de la rectoría de Hunsford se cerró detrás de él y el picaporte volvió a su lugar, Darcy se detuvo un instante para ajustarse el sombrero en la cabeza y miró a su alrededor, antes de comenzar a caminar de regreso a Rosings. El extraño regocijo que había amenazado con causarle un desmayo en el salón de Hunsford ya había cedido, permitiéndole finalmente pensar. Se llenó los pulmones con el fragante aire de la primavera y dio gracias al cielo por la sensación de control sobre su cuerpo que volvía a producirle el movimiento. ¡Lo había hecho, su primera entrevista privada! Se había portado como un estúpido escolar, por supuesto, incapaz de controlar sus indomables emociones como un joven inmaduro durante su primera crisis amorosa. ¿Qué había pasado con el hombre que había «vivido en el gran mundo», se reprendió, y que había dejado en su lugar a aquel detestable idiota que balbuceaba y había puesto en evidencia todos los rincones de su corazón?
¿Qué era lo que había dicho? Darcy se esforzó por recordar cómo había comenzado. Parecía como si su mente estuviese adormecida, porque no se sintió capaz de pensar en nada inteligente que decir. Había contestado a las preguntas de Elizabeth con poca gracia y sin ninguna originalidad. Creía recordar que habían hablado sobre los Collins, luego sobre la casa y un poco acerca de los esfuerzos de lady Catherine por hacer algunas mejoras en ella. Darcy combatió un sorprendente ataque de placer al recordar la sensación de estar sentado frente a ella, con sus ojos y su atención fijos solamente en él. Elizabeth. Estaba tan hermosa con su vestido verde de primavera y sus maravillosos labios esbozando una sonrisa e invitándolo a reírse con ella del pragmatismo de su amiga en todo lo relacionado con el matrimonio. Su cabello… ¿Cómo sería verlo suelto cayendo sobre sus hombros?
– ¡Caramba, eres el más tonto de los tontos! -se reprendió de nuevo, mientras batallaba consigo mismo para no extasiarse en la imagen que sus pensamientos habían creado con tanta facilidad. ¡Esto no va a funcionar! Levantó el bastón y atacó la imagen de sí mismo que veía frente a él. Su futuro no podía basarse en el cabello o los labios de Elizabeth, ¡o se merecería todas las objeciones y las risitas a las que tendría que enfrentarse más adelante! Y, pensó mientras contenía sus pensamientos, no debes olvidar lo que sucedió después.
Al decir que las cincuenta millas que separaban a la amiga de Elizabeth de su familia eran «poca distancia», Darcy sólo había tenido la intención de hacer un comentario trivial, pero cuando vio la reacción tan vehemente que produjo en Elizabeth, algo dentro de él lo había impulsado a provocarla con el asunto.
– Eso demuestra el apego que le tiene usted a Hertfordshire -había dicho y había sonreído, antes de seguir insistiendo-: Supongo que todo lo que esté más allá de Longbourn ya debe de parecerle lejos. -¡Ay, qué hermosa le había parecido cuando se sonrojó al recibir ese dardo! Darcy disminuyó el paso y luego se detuvo. Había llegado al final del camino, a menos que quisiera tomar otra dirección. El bosque protector estaba detrás de él y el sendero descendía desde ese punto hasta un campo abierto y luego al parque, con Rosings al fondo. Alguien podía verlo, pero él todavía no tenía deseos de exponerse a la posibilidad de un encuentro, antes de haber terminado su reflexión.
Dio un paso atrás, internándose nuevamente entre las sombras, y se recostó contra uno de los árboles de su tía, mientras miraba al vacío y se recreaba con aquel momento. ¿Ese rubor, que había realzado tanto la belleza pálida de su rostro y había llenado sus magníficos ojos de dulce confusión, podría haber sido el causante de que él se hubiese comportado de manera tan torpe? ¿O tal vez había sido el hecho de que ella admitiera que no quería decir que una mujer no pudiera vivir lejos de su familia? Ella estaba hablando de sus propios sentimientos, ¿o no? ¿Acaso no había dicho que no estaba atada a Hertfordshire, en especial si la fortuna hacía que la distancia no fuera importante? ¿Y no había expresado su protesta argumentando el vínculo de su amiga y no el suyo propio? Las implicaciones eran obvias, incluso para un tipo tan idiota como lo había sido él al comienzo de su entrevista. ¡Su deliciosa compañera de combate le estaba ofreciendo su espada! Ah, por supuesto que no en todos los casos de su relación, ni él deseaba eso tampoco; pero sí en éste, la batalla más simple entre el hombre y la mujer. ¡Ella no sólo era consciente del interés de Darcy, sino que le estaba indicando que dicho interés despertaba sus expectativas!