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Cerró los ojos al recordar la sensación embriagadora que recorrió cada fibra de su cuerpo. Independientemente de lo que las mentiras de Wickham pudieran haber logrado, Elizabeth estaba complacida con la atención que Darcy le estaba dedicando. Había sido maravilloso verla sonrojarse, pero lo que se había apoderado de él y, sí, lo que había impulsado su lengua más allá de la cuidadosa reserva que su mente siempre les había impuesto a sus sentimientos, había sido el hecho de verla rendirse. En ese momento, Darcy lo había dicho, incluso había acercado más su asiento a ella para captar cada palabra, cada suspiro como reacción a sus palabras:

– Usted, no tiene derecho a estar tan apegada a su residencia. Usted no va a quedarse para siempre en Longbourn -había dicho.

Mientras se apartaba del árbol, la alarma que habían despertado sus palabras en ese momento regresó otra vez intacta. Darcy pensó que le habría dado lo mismo declararse en ese preciso instante; ¡era imposible concebir una afirmación que revelara con más claridad su deseo de un futuro compartido! Volvió varios pasos hacia Hunsford, pero luego regresó, repitiendo de nuevo el ejercicio. La mirada de sorpresa de Elizabeth le había confirmado que había comprendido el significado de sus palabras y que era necesario retirarse de inmediato de la posición en la que le habían puesto sus sentimientos. Era demasiado pronto. ¡Todavía no había evaluado las cosas suficientemente! ¡Al mismo tiempo, Darcy no se atrevería a jugar con los sentimientos o las esperanzas de Elizabeth! Así que ¿qué había hecho para retirarse? Había tomado un periódico para ocultar su confusión y ¡luego le había preguntado si le gustaba Kent!

¡Por Dios, qué imbécil más torpe! Darcy dejó de pasearse y, con una mueca de disgusto, se golpeó la palma con el bastón. Si la señora de la casa y su hermana no hubiesen regresado poco después, no se podía imaginar qué otra cosa habría hecho para ponerse en ridículo. Irritado con él mismo, se desplomó contra un árbol, pero su mirada recayó sobre el camino que acababa de recorrer. En resumidas cuentas, ¿cuál era el resultado de su excursión matutina? Ella es totalmente receptiva a tus atenciones. Y lo más posible es que espere que éstas continúen, ¡después de tus imprudentes palabras! Sólo faltaba que él llegara al punto en que ella se volviera suya y la dulzura con la que tanto soñaba se hiciera por fin realidad. Pero Darcy todavía no podía actuar. Los impedimentos sociales seguían intactos; y eran enormes, al igual que los obstáculos familiares. Todas las exigencias de su familia cayeron de repente sobre él, haciéndole sentir que sus reproches eran justificados. Porque ¿acaso él no tenía obligaciones con su apellido, su familia y su futuro? ¡Aquel matrimonio tan desigual sólo podría satisfacer sus deseos! Pero ¿sería posible que la felicidad que iba a producirle sobreviviera al oprobio al que tendría que enfrentarse durante el resto de sus días?

– ¡Basta! -gruñó en voz alta. Él sabía que no podía apaciguar a los dos bandos que luchaban en su interior. Tanto la razón como el corazón le habían fallado; lo único que tenía que hacer era dejar que el destino siguiera su curso-. ¡Basta! -repitió, pero esta vez no fue una súplica sino una orden-. Continúa como empezaste y confía en Dios para que el destino intervenga y suceda algo que le ponga fin a esto.

– ¡Fitz! Fitz, ¿sucede algo? -La voz de Richard resonó entre los árboles y parecía venir de la dirección opuesta a la que Darcy había tomado para ir a Hunsford. Instantes después, Fitzwilliam estaba frente a él, jadeando por el esfuerzo.

Sonrojándose durante un segundo, Darcy se apresuró a tranquilizarlo:

– ¡Richard! No, no sucede nada.

– Entonces, ¿por qué demonios estabas gritando? -Su primo lo miró de manera acusadora-. ¡Pensé que te estaban atacando, que te habías caído, o te había ocurrido algo! -Richard se miró la chaqueta y el chaleco y les dio un tirón para volverlos a ajustar en su sitio.

– No, no sucede nada -respondió Darcy-. Pero te agradezco el heroísmo de correr a defenderme. Me temo que sólo estaba pensando en voz alta.

– ¿Pensando? ¿Toda esa alharaca era el producto de tus pensamientos?

– Sí, estaba pensando en voz alta.

– ¡Conque pensando en voz alta! -La mirada suspicaz de Fitzwilliam casi hizo que Darcy volviera a sonrojarse, pero se mantuvo firme-. Fletcher me dijo que te habías ido a dar un paseo, pero se quedó mudo como una momia cuando le pregunté adonde habías ido. Ahora sé que no tomaste esa dirección -dijo, señalando hacia atrás-, porque ahí me dirigí yo hasta que me di cuenta de que no estabas en esa zona. Lo cual nos deja únicamente una alternativa. -Señaló hacia la espalda de Darcy-. A menos de que estuvieses abriendo un camino nuevo. -El coronel miró a su primo con los ojos entrecerrados-. De acuerdo con mi sencilla percepción de militar, me parece que vas vestido de un modo insólitamente elegante para estar abriendo caminos a través del bosque de lady Catherine, lo que me hace concluir que has estado en Hunsford.

– Sí, eso es cierto -confesó Darcy, pero no dijo nada más.

– ¿Y las damas estaban en casa y gozaban de buena salud esta mañana, primo? -preguntó Richard, enarcando una ceja.

– Sí, todas gozan de perfecta salud, te lo aseguro. -Darcy sonrió con aire inocente.

– ¿Lo cual te impulsó a pensar… en voz alta?

Darcy respondió a la mirada escrutadora de su primo con una serenidad de espíritu que sabía que lo enfurecería como ninguna otra cosa.

– Mi querido primo -dijo Fitzwilliam arrastrando las palabras-, no sabes el placer que me produciría darte una buena bofetada por privarme de una agradable visita esta mañana y lo haría encantado si no temiera salpicar mi chaqueta nueva con tu sangre. -Volvió a tirar de los extremos de la chaqueta, pero luego se detuvo con una sonrisa maliciosa-. ¡Aunque voy a vengarme por haberte ido a hacer la visita sin mí! Tengo aquí -anunció Fitzwilliam mientras se daba unas palmaditas en el pecho y de la chaqueta salía un sorprendente crujido- un paquete de cartas que llegaron por correo justo después de que te fueras. De Londres.

– ¡Georgiana! -Darcy se arrepintió enseguida por haber tratado de molestar a su primo-. Vamos, Richard, debes entregármelas enseguida.

– ¿Ah, sí? -Fitzwilliam soltó una carcajada, mientras se ponía una mano sobre el lugar donde las tenía.

– ¡Richard! -exclamó Darcy con tono amenazante; luego, arrojó lejos el bastón de caña, después el sombrero y comenzó a desabrochar el primer botón de la chaqueta.

La idea de tener una pelea con su primo le resultó súbitamente muy atractiva. Era la respuesta perfecta para muchas de las situaciones angustiosas que había sufrido esa mañana.

– Fitz, ¿qué estás haciendo? -preguntó Fitzwilliam, dando un paso hacia atrás.

– Complaciéndote, si es que puedes ponerte en guardia. -Mientras hablaba, Darcy se desabrochó el segundo botón y comenzó con el tercero-. ¡Pero te sugiero que sigas mi ejemplo, si te preocupa el tema de la sangre!

Darcy volvió a doblar las cartas con cuidado y, sin pensar, se estiró para agarrar el tirador de marfil del cajón del escritorio, pero enseguida se vio sorprendido por una punzada de dolor. Hizo una mueca y encogió el brazo lentamente, mientras contenía un gruñido apretando los dientes. ¡Richard tenía un derechazo tremendo! El cardenal que tenía en las costillas aún tardaría al menos una semana en desaparecer, pero creía que aquellas molestias bien valían la pena por haber tenido la satisfacción no sólo de impedir que Fitzwilliam le diera la bofetada que le había prometido, sino por haberlo vencido de manera tan absoluta que lo había obligado a entregarle las cartas bajo las condiciones más favorables. Sonrió al recordar las protestas de Richard ante dichas condiciones y la reticencia con que las había aceptado, pero la sonrisa se desvaneció cuando su mirada recayó nuevamente sobre las cartas que todavía tenía en la mano. En efecto, una era de Georgiana. La nota venía otra vez envuelta en una carta de Dy Brougham, que su amigo había enviado por correo urgente. Aunque era mejor abrir primero la carta de Dy, Darcy la había puesto a un lado, había roto el sello de la misiva de su hermana y se había sentado tan cómodamente como era posible para dedicarle toda su atención. Comenzaba enviándole sus mejores deseos de que él se encontrara bien, al igual que su tía y sus primos, y continuaba con un relato detallado de sus estudios más allá de la música.