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– Darcy -dijo su tía tan pronto lo vio-, tienes que oír esto, ¡aunque no lo vas a creer, estoy segura!

– ¿Su señoría? -Darcy hizo una inclinación, pero no tomó asiento en el lugar que ella le había señalado.

– Uno de los colonos… Fitzwilliam, tú también tienes que oír esto. ¡A uno de mis colonos se le ha ocurrido recurrir a la caridad de la parroquia! Y evidentemente, ya todo el mundo en Hunsford sabe que lo hizo.

– ¡El pobre hombre debe de estar en la miseria! -exclamó Fitzwilliam, pero enseguida recibió una mirada fulminante de lady Catherine.

– ¡No puede estar en la miseria! -protestó lady Catherine, ignorando el juicio de su sobrino-. Es uno de mis colonos y, por tanto, es imposible que le falte nada. Eso le dije el trimestre anterior, cuando el administrador me presentó una solicitud para que se le perdonara la renta. «Lo que lo tiene en esta situación es la falta de trabajo, no la falta de caridad», le dije. «Si le perdono la renta de este trimestre, no tengo duda de que recibiré la misma solicitud el próximo trimestre».

– Pero yo no he visto ninguna solicitud ni su administrador me informó de que hubiese alguna -intervino Darcy con tono de irritación. Si le ocultaban ese tipo de cosas, difícilmente podía hacer algo para solucionarlas, antes de que la situación de los colonos más pobres de su tía se volviera desesperada.

– ¡Claro que no! ¿Por qué tendría yo que tolerar semejante afrenta al apellido De Bourgh por causa de la pereza de un hombre? ¡No lo haré! -exclamó lady Catherine con vehemencia.

– Pero ahora se ha vuelto inevitable, su señoría -replicó Darcy con tono de desaprobación-. El hombre se ha visto obligado a recurrir a la caridad y, como usted dice, «ya todo el mundo lo sabe». ¿De quién se trata?

Durante treinta segundos completos, como le informaría más tarde Richard, Darcy le sostuvo la mirada en silencio a lady Catherine, en espera de una respuesta, pero un grito de la señora Jenkinson dirigido a Anne rompió la tensión.

– No se altere, señorita, y recuéstese un momento. -Al oír estas palabras, lady Catherine abandonó el duelo y se ocupó de su hija, diciendo lacónicamente cuando pasó junto a Darcy: «Broadbelt, Rosings Hill», antes de pedirle una explicación a la dama de compañía de su hija.

La preocupación por Anne hizo que Darcy se acercara al diván, pero cuando se inclinó para preguntar si podía ayudar en algo, su prima lo miró directamente a la cara y, para su sorpresa, le hizo un rápido guiño. Tras salir de su asombro, Darcy ocultó su reacción con una actitud circunspecta y asintió para mostrar que había entendido. Evidentemente, su prima ocultaba más cosas de las que le había revelado durante aquella extraordinaria visita a Kent.

– Me temo que eso significa más «asuntos» para ti -anunció Fitzwilliam, cuando se reunió con él a una buena distancia del ansioso grupo que rodeaba el diván.

– Sin duda -contestó Darcy-. Ya me imaginaba de quién estaba hablando. El pobre hombre tiene la peor tierra de la propiedad y, para terminar de complicar las cosas, tiene una familia enorme y también grandes ambiciones para ellos. Está tratando de enviar a la escuela a todos los hijos que quieran estudiar, lo cual produce estudiantes cansados y trabajadores exhaustos.

– Y menos ingresos. -Fitzwilliam negó con la cabeza-. Tendría que mantenerlos en casa.

– Y lo hace, Richard. Sólo van a la escuela cuando no es época de cosecha, pero él los sigue haciendo estudiar por la noche. Es su parcela. La tierra realmente no es muy productiva.

– ¿Qué se puede hacer?

Darcy suspiró.

– Hablaré con el administrador mañana. -De repente Darcy recordó las visitas dominicales a los colonos en las que lo había embarcado Georgiana el pasado invierno. No pudo evitar sonreír al pensar en la forma en que el sentido Darcy de justicia más femenino, que le había enseñado Georgiana, influiría necesariamente en su reacción ante esta situación. A juzgar por lo que le había visto hacer a ella en Pemberley, Darcy apenas podía adivinar qué sería un auxilio apropiado ante los ojos de Georgiana. Mañana se encargaría del asunto.

El sonido de las puertas del salón detrás de él lo hicieron enderezarse, mientras una mezcla de excitación y pánico recorría su columna vertebral. ¡Elizabeth! De repente el nudo de la corbata le pareció insoportablemente apretado y trató de aflojárselo, al tiempo que daba media vuelta para saludar a los que llegaban. El anciano lacayo anunció a los invitados de lady Catherine con la voz un poco gritona, característica de alguien que está perdiendo el oído.

– El reverendo señor Collins y la señora Collins, su señoría. -Los Collins hicieron su reverencia de saludo, pero Darcy se limitó a asentir rápidamente, buscando con la mirada a Elizabeth en la entrada.

– La señorita Lucas, su señoría. -La joven señorita Lucas, insegura como siempre, hizo su reverencia y se hizo a un lado. La puerta se cerró detrás de ella.

¿Dónde estaba Elizabeth? Darcy miró la puerta cerrada con incredulidad. ¿No había venido? ¿Cómo era posible que no hubiera venido? ¿Por qué? Durante un minuto no pudo moverse, mirando hacia la puerta.

– ¿Fitz? -El tono interrogante de Richard lo sacó de su trance. Ignorando a su primo, Darcy avanzó hacia el círculo que formaban las anfitrionas y sus visitantes, con la intención de agarrar a Collins de un brazo para pedirle una explicación, cuando lady Catherine se le adelantó.

– Señor Collins -dijo con voz estridente-, ¿dónde está la señorita Elizabeth Bennet?

– Mil excusas, su señoría, la señorita Bennet está consternada por no tener el honor de aceptar su amable invitación de esta noche. Se ha sentido muy decepcionada de…

– ¿Por qué, señor Collins, por qué no ha venido? -lo interrumpió lady Catherine.

– La señorita Bennet tiene jaqueca, su señoría. -La señora Collins hizo una reverencia al intervenir en la conversación-. Le ruega que la disculpe usted esta noche.

– ¡Una jaqueca! -Darcy no alcanzó a oír el resto de la opinión de lady Catherine acerca de las jaquecas, porque dio media vuelta en medio de una gran confusión. ¡Elizabeth estaba enferma! Aquélla era una eventualidad que él no había contemplado. ¿Enferma? Richard no había dicho nada acerca de que pareciera enferma.

– ¡Qué mala suerte! -Su primo se reunió con él en la ventana-. En lugar de disfrutar de la Bennet, tendremos que aguantar al Collins. Aunque resulta extraño… no parecía enferma esta tarde.

– ¿Cómo estaba? -Darcy no pudo evitar preguntar.

– Pensativa, un poco distraída, tal vez -contestó. Luego se rió-. Después de todo, hablamos sobre ti.

La broma de Richard centró los pensamientos de Darcy. ¡Ella había hablado sobre él! También sabía que sólo faltaba un día para que él se marchara de Kent. ¿Sería posible que estuviera incómoda con su lentitud al decir las cosas? ¿O tal vez al fingir una enfermedad le estaba ofreciendo una oportunidad? La idea no era tan improbable. Era muy factible. Por otro lado, era posible que estuviera enferma realmente. Darcy se la imaginó sola, esperando expectante o con resignación, y enseguida decidió lo que haría. En cualquier caso, era imposible que no fuera a verla… ¡e inmediatamente!

Sin decir palabra, se giró bruscamente y se alejó de la ventana. Con los ojos fijos en la puerta, ignoró a Fitzwilliam hasta que éste se puso delante de él y lo agarró del brazo.

– ¡Fitz! ¿Adónde vas? -siseó Richard-. ¡No puedes irte así como así!

– Apártate -le espetó Darcy en voz baja pero llena de autoridad. No estaba dispuesto a tolerar más demoras ni objeciones.