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– Es natural que se sienta esa obligación, y si yo pudiese sentir gratitud, la daría las gracias ahora. Pero no puedo. Nunca he ambicionado su consideración, y usted ciertamente me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. -Lo miró por un instante-. Siento haberle hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, según usted dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento, después de esta explicación.

Al oír la facilidad con que ella desechaba tantos meses de lucha y desbarataba todas sus esperanzas, una marea de emociones recorrió a Darcy en rápida sucesión: aturdimiento e incredulidad, asombro, aguda incomodidad y, finalmente, una rabia tan feroz que se sintió incapaz de articular palabra. Pálido de furia, se quedó de pie junto a la chimenea, mientras luchaba contra su indignación. ¿Cómo podía ser tratado con tanta insensibilidad él, que había renunciado a tantas cosas para ofrecerle a ella el mundo y su corazón? ¡Quién era ella para rechazarlo de esa manera! La cabeza le daba vueltas, sin poderse serenar. ¿Por qué? La pregunta parecía gritar dentro de su cabeza. Miró a Elizabeth, pero ella parecía haber terminado lo que tenía que decir. ¡Oh, no, señora! ¡Usted todavía no ha terminado conmigo!

– ¿Y ésa es toda la respuesta que voy a tener el honor de esperar? -preguntó Darcy de manera fría-. Tal vez quisiera preguntar por qué se me rechaza con tan escasa cortesía. -Adoptó un tono irónico-. Pero no tiene la menor importancia.

Elizabeth se levantó de la silla al oír esas palabras y la expresión de su rostro reflejaba el mismo sentimiento de indignación que la de él.

– Yo también podría preguntar por qué, con tan evidente propósito de ofenderme y de insultarme, me dice usted que le gusto en contra de su voluntad, su buen juicio y hasta su modo de ser. -Elizabeth puso una mano sobre la mesa que había entre ellos, como si necesitara apoyo-. ¿No es ésa una excusa para mi falta de cortesía, si es que en realidad fui descortés? -El fuego que despedían sus ojos no era menos ardiente que la sangre que subió a la cara de Darcy al oír su siguiente acusación-. Pero, además, he recibido otras provocaciones. Lo sabe usted muy bien. Aunque mis sentimientos no hubiesen sido contrarios a los suyos, aunque hubiesen sido indiferentes o incluso favorables, ¿cree usted que habría algo que pudiese tentarme a aceptar al hombre que ha sido el culpable de arruinar, tal vez para siempre, la felicidad de una hermana muy querida?

¡Elizabeth lo sabía! ¿Cómo? ¡Richard, maldición! Darcy se contuvo, pues sabía que sería inútil interrumpirla.

– ¿Puede negar que lo hizo? -le preguntó ella.

– No voy a negar que hice todo lo que estuvo en mi poder para separar a mi amigo de su hermana -respondió Darcy, con un aire de tranquila superioridad-, ni que me alegro del resultado. He sido más amable con él -dijo haciendo énfasis- que conmigo mismo.

Elizabeth pareció ofenderse al oír aquella insinuación, pero decidió pasarla por alto, para lanzar un nuevo ataque.

– Pero no sólo en esto se funda mi antipatía. Mi opinión de usted se formó mucho antes de que este asunto tuviese lugar. Su verdadero carácter quedó revelado por una historia que me contó el señor Wickham hace algunos meses…

¡Wickham! Con un odio frío e implacable, fácilmente distinguible de la ardiente indignación que lo había invadido antes, se levantó para mirar a Elizabeth a través de unos ojos impenetrables.

– ¡Se interesa usted muy vivamente por lo que afecta a ese caballero!

– ¿Quién, que conozca las penas que ha pasado, puede evitar sentir interés por él? -replicó Elizabeth.

– ¡Las penas que ha pasado! -espetó Darcy con desprecio, mientras su emociones se levantaban de manera amenazante ante la intrusión de ese odiado nombre entre él y la persona que todavía amaba-. Sí, realmente ha sufrido unas penas inmensas.

– ¡Y por su culpa! -gritó Elizabeth-. Usted lo redujo a su actual estado de relativa pobreza. Usted le negó el porvenir que, como bien debe saber, estaba destinado para él…

¿Qué historias le habría contado ese demonio? ¿De qué manera habría manchado su nombre y su persona, para haber logrado envenenar de tal forma contra él a la mujer que amaba? ¡Si alguna vez ese canalla había pensado en vengarse, ahora ciertamente lo había logrado, destruyendo las más profundas esperanzas de Darcy y haciéndole daño de la forma más dolorosa posible!

– … ¡Usted hizo todo eso! Y todavía es capaz de ridiculizar y burlarse de sus penas.

¡Basta! Apartándose de la chimenea, Darcy atravesó el salón rápidamente.

– ¡Y ésa es la opinión que tiene usted de mí! -tronó Darcy-. ¡Esa es la estimación en la que me tiene! Le doy las gracias por habérmelo explicado tan abiertamente. Mis faltas, según sus cálculos, son verdaderamente enormes. -Se detuvo a la mitad de un paso y se volvió hacia ella, con una sombra de sospecha en el rostro-. Pero puede que esas ofensas hubiesen sido pasadas por alto si no hubiese herido su orgullo con mi honesta confesión de los reparos que durante largo tiempo me impidieron tomar una resolución. Me habría ahorrado estas amargas acusaciones -continuó diciendo de manera mordaz-, si hubiese sido más hábil y le hubiese ocultado mi lucha, halagándola al hacerle creer que había dado este paso impulsado por la razón, por la reflexión, por una incondicional y pura inclinación, por lo que sea. -Elizabeth permaneció inmóvil bajo la andanada de Darcy, con actitud desafiante-. Pero aborrezco todo tipo de engaño y no me avergüenzo de los sentimientos que he manifestado. Eran naturales y justos. -Dio un paso hacia atrás y recogió con rabia sus guantes, su sombrero y su bastón-. ¿Cómo podía suponer usted que me agradase la inferioridad de su familia y que me congratulase por la perspectiva de tener unos parientes cuya condición está tan por debajo de la mía?

Elizabeth respondió con una voz asombrosamente serena.

– Se equivoca usted, señor Darcy, si supone que su forma de declararse me ha afectado más allá de ahorrarme la pena que me habría causado el hecho de rechazarlo, si se hubiera comportado de modo más caballeroso. -Darcy se sobresaltó al oír las palabras de Elizabeth y sintió como si ella le hubiese dado una bofetada, acusándolo de esa manera-. Usted no habría podido ofrecerme su mano de ningún modo que me hubiese tentado a aceptarla. -El caballero la miró con mudo asombro, mientras su convicción en la justicia de su posición rivalizaba con su incredulidad ante esas palabras-. Desde el principio, casi desde el primer instante en que le conocí, sus modales me convencieron de su arrogancia, de su vanidad y de su egoísta desdén hacia los sentimientos ajenos. Me disgustaron de tal modo que hicieron nacer en mí la desaprobación que los sucesos posteriores convirtieron en firme desagrado. -Elizabeth alzó la voz-. Y no hacía un mes aún desde que lo conocía, cuando supe que usted sería el último hombre en la tierra con el que podría casarme.

¡Darcy la había perdido, total e inevitablemente! La cabeza comenzó a darle vueltas. ¡Por Dios… Elizabeth! El dolor que sentía en el pecho se estaba haciendo insoportable. Tenía que salir de allí, huir. ¡Aquello era demasiado!

– Ha dicho usted bastante, señorita -logró responder-. Comprendo perfectamente sus sentimientos y sólo me resta avergonzarme de los míos. -Hizo una reverencia y retrocedió hasta la puerta. Tras apoyar la mano contra el picaporte, se detuvo, con la cabeza inclinada, y la miró a los ojos por última vez-. Perdóneme por haberle hecho perder tanto tiempo -dijo con voz ahogada- y acepte mis buenos deseos de salud y felicidad. -Sin esperar a que ella respondiera o le hiciera una reverencia, Darcy empujó el pomo y salió rápidamente del salón. Bajó las escaleras casi corriendo y en unos segundos estuvo fuera, mientras la puerta se cerraba tras él, de manera sólida e irrevocable.