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– Has oído hablar de la noche del bridge, ¿verdad? -Una noche al mes, mientras jugaban a cartas, Raina intentaba convencer a las mujeres de que compraran en la tienda de Charlotte. Ella la llamaba «la noche de las señoras».

Él se rió.

– Por supuesto que he oído hablar de ello. Te has propuesto ayudar a que Charlotte tenga éxito. -Señaló hacia el otro lado, donde estaba el Desván de Charlotte.

Raina se encogió de hombros.

– ¿Por qué no? Esa chica siempre me ha caído bien.

– Ya estás otra vez entrometiéndote -dijo Eric entre dos bocados. Raina frunció el cejo y le habría replicado, pero él suavizó sus palabras con una sonrisa admirable-. Ven conmigo al baile de San Patricio el viernes por la noche.

Nunca antes le había pedido que salieran juntos. Nunca se había ofrecido a acompañarla a ningún sitio a no ser que fueran en grupo. La niñera de la viuda, decía, y a nadie le había parecido mal. Hacía tres años que la mujer de Eric había muerto y él se había volcado en el trabajo, así que su invitación la sorprendió.

– Me gustaría, pero los chicos irían y…

– ¿Podrían pensar que estás sana, Dios no lo quiera?

Se ruborizó.

– Algo así.

– Entonces tendré que recetarte una noche fuera.

A Eric le brillaban los ojos y ella tuvo que reconocer que estaba tentada. No sólo por su oferta, sino por él.

– ¿Quién va a hacer de niñera esta vez? -Necesitaba una aclaración. ¿Iba a salir con él como una cita o su única intención era sacar a una vieja amiga de casa?

Él la miró fijamente y declaró:

– Nadie hará de niñera. Vamos a salir juntos.

– Será un placer. -Volvió a notar un cosquilleo en el estómago, y esta vez, Raina no sólo reconoció la intensa sensación, sino que la recibió con los brazos abiertos.

Tres días después de que Roman visitó la tienda, Charlotte seguía sin poder quitárselo de la cabeza. En sueños sabía que no debía sucumbir, pero durante el día, en cuanto oía las campanillas de la puerta, el estómago se le encogía ante la posibilidad de que fuera él. Si sonaba el teléfono, se le aceleraba el pulso al pensar que quizá oyera su voz al otro lado de la línea.

– Patético -farfulló. Tenía que dejar de pensar en Roman. Aparcó en batería junto a la acera de enfrente de casa de su madre. Visitar a Annie era un ritual semanal. Cuando Charlotte regresó al pueblo, ya llevaba demasiado tiempo emancipada como para volver a vivir con ella y, además, no quería caer en la depresión y la frustración producidas al ver sus esperanzas y sueños irracionales. Pero se negó a dejar que esa vez su madre se deprimiera. Estaba decidida a estar de buen humor para acompañar el buen día que hacía. El sol brillaba en un despejado cielo azul y la alteración propia de la primavera hacía que se sintiera flotando. Y seguiría sintiéndose así si no pensara que esa noche estaría en la sala de baile del ayuntamiento, inhalando el olor de carne en conserva y escuchando los cotilleos del pueblo, en vez de estar disfrutando de una cita con Roman Chandler. Pero las chicas tenían que tomar decisiones sensatas y ella había tomado las suyas.

Charlotte llamó al timbre. No quería usar su llave y asustar a su madre, o hacerle pensar que Russell había vuelto. Annie nunca había cambiado las cerraduras y nunca las cambiaría. Vivía constantemente en el limbo.

Al final, su madre abrió la puerta de la vieja casa de par en par, vestida con una bata.

– ¡Charlotte!

– Buenos días, mamá. -Dio un fuerte abrazo a su madre antes de entrar.

El aire de la casa se notaba viciado, como si no hubiera abierto las ventanas para disfrutar de la llegada temprana del ambiente primaveral, y daba la impresión de que tuviera intenciones de pasar su día de fiesta encerrada en casa. Para variar.

– ¿No tendrías que estar en la tienda? -preguntó Annie.

Charlotte consultó la hora.

– Sí, pero Beth puede abrir por mí. De hecho, Beth puede encargarse de todo hasta más tarde. -A Charlotte se le ocurrió una idea. Hacía tiempo que quería tomarse un día libre y ahora tenía un plan perfecto para las dos-. Vístete -le dijo a su madre-. Vamos a pasar la mañana juntas. -Mientras hablaba, empujó a su madre escaleras arriba hasta su dormitorio-. Seguro que Lu Anne nos puede peinar y hacer la manicura. Compraremos ropa para el baile de San Patricio de esta noche y luego iremos a comer a Norman's. Invito yo.

Su madre echó un vistazo a la habitación ensombrecida.

– Bueno, no pensaba salir esta noche, y lo de salir ahora… -No terminó la frase.

– Nada de excusas. -Charlotte subió las persianas para que entrara la luz-. Vamos a pasarlo bien. -Se cruzó de brazos-. Y no voy a aceptar un no como respuesta, así que vístete.

Mientras Charlotte se preguntaba qué habría hecho si Roman la tomara por asalto de ese modo, su madre parpadeó y, para su sorpresa, obedeció sin rechistar. Media hora más tarde, estaban sentadas en Lu Anne Locks, un salón de belleza propiedad de otro dúo madre-hija. Lu Anne se encargaba de peinar a las señoras mientras que su hija, Pam, se ocupaba de las adolescentes extravagantes y de las jóvenes preocupadas por su estilo.

Después de la peluquería, fueron a Norman's a comer y luego se dedicaron a las compras. Charlotte no recordaba la última vez que había conseguido sacar a su madre de casa, y se alegraba de que hubiera llegado el momento.

Escogió unos cuantos vestidos para ella del colgador y, después de probárselos a regañadientes, se pusieron de acuerdo en escoger uno.

– Te queda fenomenal. Con el peinado nuevo y el maquillaje, este vestido hace que te destaquen los ojos verdes.

– No sé por qué esta noche es tan importante para ti.

– ¿Aparte del hecho de que sea una función para recaudar fondos para la liguilla de béisbol? Porque salir de casa es importante. Oye, a lo mejor te encuentras con Dennis Sterling. Sé de buena tinta que le gustas, mamá. Pasa por la biblioteca mucho más a menudo de lo que le haría falta a un veterinario.

Annie se encogió de hombros.

– No salgo con otros hombres. Estoy casada, Charlotte.

Charlotte tomó aire con expresión frustrada.

– Mamá, ¿no crees que ha llegado el momento de superarlo? ¿Sólo un poquito? Y aunque no estés de acuerdo, ¿qué tiene de malo tantear el terreno? A lo mejor incluso te gusta. -Y cuando Russell se dignara aparecer de nuevo, como hacía siempre, le resultaría beneficioso que su madre no siguiera sentada esperando a que hiciera su aparición estelar.

– Él me quiere. A ti también te quiere. Si le dieras una oportunidad…

– ¿Una oportunidad para qué? ¿Para venir a casa, decir hola y luego adiós al cabo de un momento?

Annie se acercó los vestidos al pecho, como si las capas de tejido pudieran protegerla de las palabras de Charlotte. Ésta se estremeció. No le hacía falta ver la reacción de su madre para darse cuenta de que había sido demasiado dura. En cuanto hubo pronunciado esas palabras, se arrepintió del comentario y el tono despiadado. Tocó el brazo de su madre con actitud conciliadora, sin saber qué más decir.

Annie fue la primera en romper el silencio.

– Las personas tienen formas distintas de mostrar su amor, Charlotte.

Y su padre demostraba su falta de sentimientos cada vez que se marchaba.

– Mamá, no quiero hacerte daño ni quiero discutir.

¿Cuántas veces había mantenido una conversación parecida con su madre? Había perdido la cuenta. Pero siempre que le había parecido que podía darse un paso adelante, su errante padre reaparecía por el pueblo. Charlotte pensó que era como si tuviera un radar. Estaba claro que no quería a Annie, pero tampoco quería que le olvidara. La consecuencia era que su madre vivía en el limbo. Por voluntad propia, se recordó Charlotte. Por eso sus decisiones tenían que ser claramente opuestas a las de su madre.