Rick negó con la cabeza.
– Te equivocas, hermanito. Yo también entro en el juego. La última vez no tiene nada que ver con esto. Ahora es por la familia.
Roman lo entendió. Para los Chandler, la familia era lo más importante. Así que volvían a estar como al comienzo. ¿Retomaría su trabajo de corresponsal en el extranjero para Associated Press, seguiría aterrizando en lugares conflictivos para contar al mundo las últimas noticias o se instalaría en Yorkshire Falls, cosa que nunca había planeado? Aunque, a veces, Roman no estaba seguro de cuál era el sueño que en realidad perseguía: si el suyo, el de Chase o una combinación de ambos. Roman temía reproducir la vida de su hermano mayor, predeterminada y sin opciones.
A pesar de tener el estómago revuelto, estaba preparado y asintió en dirección a Chase. -Hagámoslo de una vez.
– De acuerdo. -Y Chase lanzó la moneda al aire. Roman inclinó la cabeza hacia Rick para que eligiera él primero.
– Cara -dijo éste.
La moneda giró y voló como a cámara lenta. Roman vio pasar ante sus ojos su despreocupada vida: las mujeres que había conocido y con las que había ligado, la especial que había durado lo suficiente como para mantener una relación con ella pero sin llegar a ser la pareja de su vida, los tórridos y apasionados encuentros ocasionales, menos habituales ahora que era más mayor y más exigente.
El sonido de la palma de Chase contra la otra mano devolvió a Roman a la realidad inmediata. Observó la expresión solemne de su hermano mayor. Un cambio de vida. La muerte de un sueño.
Roman sintió la gravedad de la situación en su fuero interno. Se enderezó y esperó mientras Rick tomaba aire de forma exagerada.
Chase levantó la mano y bajó la vista antes de mirar primero a Rick y luego a Roman. Entonces cumplió con su deber como hacía siempre, sin echarse atrás.
– Me parece que vas a necesitar una copa, hermanito. Eres el chivo expiatorio del deseo de mamá de tener nietos.
Rick dejó escapar un suspiro de alivio que no era nada comparado con el nudo de plomo que Roman sintió en el estómago. Chase se acercó a él.
– Si no aceptas, ahora es el momento de decirlo. Nadie te va a reprochar que no quieras hacerlo.
Roman esbozó una sonrisa forzada e imitó al Chase de los diecisiete años.
– ¿Os parece que elegir mujer y engendrar bebés es una tarea dura? Para cuando lo haya conseguido, desearéis estar en mi lugar.
– Búscate a una tía buena -dijo Rick con sentido práctico pero sin que sus palabras denotaran ninguna voluntad humorística. Obviamente, sentía la angustia de Roman, aunque era evidente que se sentía aliviado por no haber sido el elegido.
Roman agradeció el intento de aligerar la situación aunque no surtiera efecto.
– Es más importante que sea alguien que no espere demasiado -espetó. La mujer con la que se casara tendría que saber desde el primer momento quién era él y aceptar lo que no era.
Chase le dio una palmada en la espalda.
– Estoy orgulloso de ti, chico. Decisiones como ésta sólo se toman una vez en la vida. Asegúrate de poder vivir con ella, ¿entendido?
– No pienso vivir con nadie -farfulló Roman.
– Entonces ¿qué piensas hacer? -preguntó Rick.
– Un buen matrimonio a distancia que no cambie mi vida demasiado. Quiero encontrar a una mujer que esté dispuesta a quedarse en casa cuidando al niño y que se alegre de verme cada vez que yo vuelva de viaje.
– Así, asunto concluido, ¿no? -preguntó Rick.
Roman le puso mala cara. Su intento de aligerar la situación había ido demasiado lejos.
– De hecho, nosotros tuvimos una muy buena vida mientras éramos pequeños, y quiero asegurarme de que la mujer con la que me case le ofrezca lo mismo a mi hijo.
– Entonces, tú de viaje y tu mujer en casa. -Chase negó con la cabeza-. Más vale que tengas cuidado con cómo te comportas. Supongo que no querrás ahuyentar a las posibles candidatas demasiado pronto.
– Es imposible que eso ocurra. -Rick se rió-. No había ni una sola chica en el instituto que no fuera detrás de él antes de que se marchara a vivir la aventura.
A pesar de la situación, Roman se rió.
– Sólo después de que tú acabaras el bachillerato. Dejaste el listón muy alto.
– Por supuesto. -Rick se cruzó de brazos y sonrió-. Pero, a decir verdad, yo tuve que seguir la senda abierta por Chase, y no fue tarea fácil. A las chicas les encantaba su carácter fuerte y silencioso, pero en cuanto acabó el instituto, se fijaron en mí. -Se dio una palmada en el pecho-. Y cuando yo me marché, tuviste el terreno libre. Y les interesabas a todas.
No a todas. Sin previo aviso, el recuerdo de su amor de juventud le vino a la memoria, como le pasaba a menudo. Charlotte Bronson, una chica preciosa de pelo azabache y ojos verdes, hizo que sus hormonas adolescentes se volvieran locas. Su rotundo rechazo le seguía doliendo tanto como entonces. Consideraba que era la única que se le había resistido y nunca la había perdonado. Aunque a Roman le habría gustado considerarlo un mero capricho juvenil, había llegado el momento de reconocer que había sentido algo fuerte por ella.
En el pasado no lo había admitido delante de sus hermanos, ni pensaba hacerlo ahora. Un hombre debía mantener en secreto ciertas cosas.
Lo último que sabía Roman de Charlotte era que se había mudado a Nueva York, la capital mundial de la moda. Aunque él tenía alquilado un pequeño apartamento en la misma ciudad, nunca se la había encontrado ni la había buscado. Roman apenas pasaba en la ciudad más tiempo que el de dormir una noche, cambiarse de ropa y dirigirse a su siguiente destino.
Últimamente su madre no le había contado ningún cotilleo, y se dejó vencer por la curiosidad.
– ¿Charlotte Bronson ha vuelto al pueblo? -preguntó.
Rick y Chase intercambiaron una mirada de sorpresa.
– Pues sí -respondió Rick-. Ha montado una tienda en la calle principal.
– Y está soltera -añadió Chase por fin sonriendo.
A Roman le subió la adrenalina de golpe.
– ¿Qué tipo de tienda?
– ¿Por qué no te pasas por allí y lo ves con tus propios ojos? -sugirió Rick.
La idea le tentó. Roman se preguntó cómo sería Charlotte ahora. Si seguiría tan callada y sincera como en el pasado. Si todavía llevaría suelta su melena azabache que tan tentadora resultaba. Sentía curiosidad por saber si sus ojos verdes seguían siendo tan expresivos, una ventana abierta a su alma para quienquiera que se tomase la molesta de mirar.
Él lo había hecho, y había sido abatido por el esfuerzo.
– ¿Ha cambiado mucho?
– Ve a verla. -Chase se sumó a la sugerencia de Rick-. Puedes considerarlo tu primera oportunidad de elegir a posibles candidatas.
Como si a Charlotte fuera a interesarle. Lo había dejado con facilidad después de su única cita y había seguido su camino, al parecer sin pizca de remordimiento. Roman nunca se había creído la proclamación de desinterés por parte de ella, y no pensaba que esa impresión fuera fruto de su ego. La chispa entre ellos podría haber incendiado todo el pueblo, y la química era tan caliente que amenazaba con explotar. Pero la atracción sexual no era lo único que habían compartido.
Habían conectado a un nivel más profundo, él incluso había compartido con ella sus sueños y esperanzas de futuro, algo que nunca había hecho con anterioridad. Revelar esa parte de su alma lo había dejado expuesto, y ahora, gracias a la sabiduría que dan los años y de la que carecía en su juventud, se daba cuenta de que eso había hecho que su rechazo fuera mucho más doloroso.
– Quizá vaya a verla. -Roman fue ambiguo a propósito. No quería dar a sus hermanos ningún otro indicio sobre su renovado interés por Charlotte Bronson. Sobre todo teniendo en cuenta que necesitaba a otro tipo de mujer, una que aceptara su plan.
Dejó escapar un gemido al recordar cómo había comenzado la conversación. Su madre quería nietos. Y Roman haría todo lo posible por dárselos. Pero eso no significaba que fuera a tener una esposa con la sensación de ahogo y las expectativas que conllevaba un matrimonio típico. Él necesitaba libertad. No era un esposo para todos los días del año. Su futura esposa debería estar más deseosa de tener hijos que de tener marido y saber disfrutar estando sola. Bastaba con que fuera una mujer independiente a la que le encantaran los niños. Porque Roman tenía intención de casarse, dejar embarazada a su mujer, largarse y, en la medida de lo posible, no volver la vista atrás.