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– Me he enterado de lo de Raina. ¿Está bien? -preguntó Beth.

Él asintió.

– Se pondrá bien si se toma las cosas con calma y hace caso al médico.

«Y estaría mucho mejor si Roman se casara y fecundara a una mujer lo antes posible.» Dado que el amor y el deseo no tenían nada que ver con el tema, Roman sólo podía pensar en su misión en términos así de cínicos.

Examinó a Beth de nuevo, esta vez como posible candidata. Siempre le había gustado, lo cual ayudaría a cumplir con el objetivo. Habían sido buenos amigos, nada más, pero en el instituto él le había propuesto salir. Se habían visto unas cuantas veces y mantenido relaciones en el asiento trasero del coche de Chase, porque ella estaba dispuesta y él estaba caliente. Pero sobre todo porque necesitaba desesperadamente que le subieran la moral después del rechazo de Charlotte Bronson. Si no «lo hacía» con Charlotte, había decidido que sí iba a «hacerlo» con Beth.

Ahora se daba cuenta de que todo aquello había sido fruto efe su ego masculino. Sin embargo, él y Beth habían seguido juntos hasta la graduación porque era una relación divertida y fácil. Luego, cada cual había seguido su camino. Ninguno de los dos había sufrido y obviamente habían conservado su camaradería.

– Dale recuerdos a Raina de mi parte, ¿vale? -dijo Beth.

– Descuida.

– ¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí esta vez? -Los ojos le brillaban de curiosidad.

Beth no le atraía tanto como Charlotte pero tenía buen corazón. ¿Seguiría interesada?, se preguntó Roman. Y si así era, ¿aceptaría un matrimonio entre amigos pero sin amor? Se inclinó más hacia ella.

– ¿Cuánto tiempo quieres que me quede?

Ella se echó a reír y le dio un suave puñetazo en el hombro.

– No has cambiado nada. Si todo el mundo sabe que no te quedarás aquí más de lo estrictamente necesario.

Chase carraspeó detrás de él, pero fue un sonido que sonaba más a advertencia.

– Felicita a Beth, Roman. Está prometida con un médico de la gran ciudad. Un cirujano plástico.

Roman dedicó una sonrisa de agradecimiento a su hermano por evitarle quedar como un patán haciéndole insinuaciones a Beth.

– Espero que sepa lo afortunado que es. -Roman la tomó de las manos y advirtió por primera vez el pedrusco que llevaba en el dedo-. Vaya, espero que tenga un corazón tan grande como este anillo. Te lo mereces.

Ella lo miró con su sincera mirada.

– Es lo más encantador que me han dicho jamás.

Si eso era lo más encantador que le habían dicho, su prometido tendría que currárselo un poco más, pensó Roman.

– Oye, tengo que ir a sentarme. No quiero perder la mesa. -Le dio un beso cariñoso en la mejilla-. A ver si te dejas ver mientras estás en el pueblo.

– De acuerdo.

Roman se sentó, confiando en que sus hermanos olvidaran que había tanteado a Beth como posible candidata. La observó mientras se marchaba y se sentaba a una mesa bastante alejada antes de volver a mirar a Rick y a Chase.

Los hermanos intercambiaron una mirada sin romper el silencio, hasta que Rick soltó una risa ahogada.

– ¿Esperas que tenga el corazón tan grande como ese anillo?

Roman sonrió.

– ¿Qué otra comparación iba a hacer? -Sin hacer referencia a lo obvio, pensó.

– Por un momento he pensado que ibas a mencionar el tamaño de sus… Da igual. -Rick negó con la cabeza con expresión divertida.

– Sabéis que tengo más clase que eso.

– ¿Crees que valen diez de los grandes? -preguntó Chase-. No es que su prometido le haya cobrado.

– Son… impresionantes -dijo Roman.

– Lo suficientemente impresionantes como para que te hayas planteado dar el paso. -Chase esbozó una media sonrisita.

Y eso que él esperaba que estuvieran más calmados. Pero siempre habían sido bromistas bienintencionados, eso no había cambiado.

– Me lo he planteado durante unos instantes. He pensado en nuestros buenos momentos, no en el tamaño de sus… Bueno, ya os lo imagináis.

Los hermanos asintieron para mostrar su acuerdo.

Izzy les trajo las bebidas y pusieron fin a ese tema de conversación.

– ¿Qué me dices de Alice Magregor? -preguntó Chase en cuanto Izzy ya no podía oírlos-. El otro día se pasó por el periódico con comida casera en una cesta de picnic y una botella de Merlot. Como vio que no me interesaba, preguntó por Rick. Es un indicio claro de que quiere sentar la cabeza.

– Con vosotros dos -murmuró Roman.

No había ni una sola mujer soltera en Yorkshire Falls que no hubiera intentado acosar y atraer tanto a Chase como a Rick con su mercancía; ya fuera cocinada o de otro tipo.

– ¿Alice no es la que llevaba el pelo cardado?

– Esa misma -repuso Rick.

– No recuerdo que estuviera interesada en nada más aparte de los peinados y el maquillaje -dijo. Y aunque ahora se peinase de otro modo, tampoco recordaba haber tenido nada en común con ella-. Necesito conversación inteligente -declaró Roman-. ¿Es capaz de hablar con sentido o sigue dedicada a cosas superficiales?

Chase rezongó.

– Roman tiene razón. No es casualidad que siga soltera en un pueblo en que la gente se empareja justo después de la graduación.

Roman cogió el vaso, frío y húmedo.

– Tengo que acertar a la primera. -Echó la cabeza hacia atrás notando cómo la sangre le latía en las sienes, antes de incorporarse y encontrarse con la mirada de su hermano-. Además, tengo que elegir a una mujer que le caiga bien a mamá. Quiere un nieto por motivos sentimentales, pero también quiere sentirse de nuevo parte del mundo. Me refiero a que la gente del pueblo se portó bien con ella después de la muerte de papá, pero, seamos sinceros, se convirtió en la viuda con la que nadie sabe qué hacer.

– Es la personificación del mayor temor de todas las esposas -añadió Chase.

– Hablando de mamá… Quiero asegurarme de que recordáis el trato. Si alguno de vosotros revela el plan y se lo chiva a mamá, me largo de aquí en el primer avión, y ya cargaréis vosotros con el muerto. ¿Está claro?

Rick dejó escapar un gemido.

– Vaya, tú si sabes cómo hacer que una decisión tomada a cara o cruz pierda toda la gracia.

Roman no desistió hasta que Rick por fin se comprometió.

– Vale, vale. No diré nada.

Chase se encogió de hombros.

– Yo tampoco, pero supongo que sois conscientes de que mamá va a estar pasándonos mujeres por las narices a los tres hasta que Roman encuentre a su novia.

– Es el precio que tenéis que pagar por seguir solteros -les recordó Roman.

– Entonces, mejor que nos pongamos manos a la obra antes de que mamá empiece a hacer de las suyas por el pueblo. ¿Marianne Diamond? -preguntó Chase.

– Prometida con Fred Aames -dijo Rick.

– El gordito de quien todo el mundo se burlaba. -Freddy el gordito, se acordó Roman de repente.

– Menos tú. Le diste una paliza a Luther Hampton por robarle el almuerzo. Yo estaba tan orgulloso de ti que no me importó que te expulsaran del colé -recordó Chase.

– ¿Y a qué se dedica Fred ahora? -preguntó Roman.

– Pues ya no es Freddy el gordito, eso está claro -informó Chase.

– Pues mejor para él. El sobrepeso es poco saludable.

– Siguió los pasos de su padre. Tiene un negocio de fontanería y le cae bien a todo el mundo. Fuiste tú quien inició esa tendencia. -Rick apuró el refresco con un sonoro sorbo.

Roman se encogió de hombros.

– Me parece increíble que os acordéis de eso.

– También recuerdo otras cosas -dijo Chase con una mezcla de humor y seriedad en su mirada de hermano mayor.

– La cena, chicos. -Izzy les llevaba la comida. Los suculentos aromas de la hamburguesa y las patatas fritas de Norman le recordaron a Roman que tenía el estómago vacío. Cogió una patata antes de que Izzy llegara a dejar el plato en la mesa y se la comió-. Felicidades al cocinero. Su comida es la mejor.