– ¡Dios mío! ¿A qué hora te has levantado?
– Pues como a las siete. No suelo levantarme tarde.
– Ni yo, pero esta noche he dormido como un angelito. -Le sonrió y se levantó para peinarse y cepillarse los dientes. Volvió al cabo de un minuto y se acomodó en la cama con la bandeja. -Me vas a acostumbrar mal, Sylvia. Me voy a poner gordo de tanto hacer el vago.
Sylvia sospechaba que no corría ese peligro. Le gustaba estar con él y hacer cosas para él. Le dio el periódico, que ya había leído, y se fue a la cocina a tomar café con tostadas. Gray echó un vistazo al periódico y lo dejó. Prefería hablar con Sylvia.
Estuvieron charlando mientras desayunaban, y después Gray se preparó para salir. Se dirigieron a su estudio a las once, cogidos de la mano. Sylvia se sentía como una quinceañera con un nuevo romance, pero hacía tanto tiempo que no se sentía así que disfrutaba de cada minuto. Iba sonriendo mientras caminaban bajo el sol de septiembre, y Gray paró un taxi. Había un trayecto muy corto hasta su estudio, y mientras subían los cuatro tramos de escalera del destartalado edificio de piedra rojiza se disculpó por el desorden antes de entrar en el estudio.
– He estado fuera un mes, y la verdad es que ya estaba hecho un asco antes. Francamente, lleva años hecho un asco -dijo con una amplia sonrisa y un poco sofocado al llegar a su rellano. Lo mismo que su vida, pero eso no se lo dijo a Sylvia. Para las mujeres con las que salía, él había sido un pilar de estabilidad; pero, en comparación con Sylvia, era un completo desastre.
Ella dirigía una galería de gran éxito, había mantenido dos largas relaciones, había criado a dos hijos normales y sanos hasta la edad adulta, y todo en su vida y su apartamento era impecable, y estaba limpio como los chorros del oro. Cuando Gray abrió la puerta de su apartamento, apenas pudieron entrar. Les impedía el paso una maleta, había paquetes que el conserje había dejado por todos lados y un montón de sobres que se habían caído y desparramado por el suelo. Los recibos que había pagado el día anterior estaban abiertos y desordenados sobre una mesa. Había ropa en el sofá, las plantas se habían secado y todo parecía viejo. Sin embargo, tenía un agradable aire masculino. Los muebles no estaban mal, aunque la tapicería estaba raída. Lo había comprado todo de segunda mano. Había una mesa de comedor redonda en un rincón de la habitación, donde a veces cenaba con sus amigos, y detrás de ella lo que en su día había sido el comedor, transformado en estudio. Para eso había ido Sylvia.
Se dirigió directamente allí mientras Gray intentaba en vano poner un poco de orden, pero comprendió que era inútil. La siguió y se quedó observando su reacción ante la obra que tenía allí. Había tres cuadros apoyados en sendos caballetes. Uno estaba casi acabado, otro acababa de empezarlo cuando se había ido de viaje, y estaba reflexionando sobre los cambios del tercero, porque le parecía que no funcionaba. Y tenía al menos otra docena apoyados contra las paredes. Sylvia se quedó pasmada ante la fuerza y la belleza de aquellas obras. Eran figurativas, de gran meticulosidad, oscuras en la mayoría de los casos, con luces extraordinarias. Había uno de una mujer con un vestido de campesina medieval que parecía de un gran maestro. Eran realmente hermosos, y Sylvia se volvió hacia a él con expresión de admiración y respeto. Eran completamente distintos del material que ella exponía en la galería, muy de moda, joven y nuevo. Sentía verdadera pasión por los artistas emergentes, y lo que ella ofrecía resultaba fácil de ver y divertido para vivir. También vendía las obras de jóvenes pintores de mucho éxito, pero ninguno tenía la técnica, la maestría ni la pericia que mostraba Gray en sus cuadros. Sabía que Gray era un pintor de primera categoría, pero lo que veía en su obra era madurez, conocimiento y una infinita capacidad. Se puso a su lado, deseosa de absorberlo todo, de beberlo todo.
– ¡Es absolutamente increíble! -Comprendió por qué solo pintaba dos o tres cuadros al año. Incluso si trabajaba en varios a la vez, como hacían la mayoría de los pintores, debía de llevarle meses enteros, incluso años, terminar cada uno. -Me he quedado con la boca abierta.
A Gray le encantó su reacción. Había una marina fascinante, con la luz del sol reflejada sobre el agua al final del día. Daban ganas de quedarse allí contemplándola para siempre. Sylvia comprendió que Gray necesitaba un galerista importante que viera su obra y lo representase, pero no su galería. Gray sabía qué clase de cuadros vendía Sylvia, pero quería que viera los suyos para que supiera lo que hacía. Sentía gran respeto por sus conocimientos de historia del arte e incluso de arte moderno. Sabía que si reaccionaba favorablemente, a él lo halagaría enormemente. Y tanto si le gustaba como si no, era lo que hacía.
– Tienes que encontrar una galería que te represente, Gray -dijo Sylvia con gravedad. Gray le había dicho que llevaba casi tres años sin que nadie lo representara. Vendía sus cuadros a personas que ya le habían comprado otros y a amigos, como Charlie, que le había comprado vanos y también pensaba que eran muy buenos. -Es un crimen que estos cuadros se queden aquí, sin hogar. -Había montones apoyados contra las paredes.
– Detesto a todos los galeristas que conozco. Les importa un comino la obra. Solo les interesa el dinero. ¿Por qué les voy a dar mis cuadros? No se trata del dinero, al menos para mí.
Sylvia lo veía claramente por cómo vivía.
– Pero tienes que comer -lo reprendió con dulzura. -Y no todos los galeristas son tan codiciosos ni tan irresponsables. A algunos les interesa de verdad lo que hacen. A mí, por ejemplo. Quizá yo no venda obras de este calibre, ni de tanta maestría, pero creo en lo que expongo, y en mis artistas. A su manera, también ellos tienen un enorme talento, solo que lo expresan de un modo distinto del tuyo.
– Sé que te importa. Lo llevas escrito en la cara, y por eso quería que vieras mis cuadros. Si fueras como los demás, no te habría invitado aquí. Y además, si fueras como los demás, tampoco me estaría enamorando de ti.
Era una declaración tremenda tras la primera noche juntos, y Sylvia no contestó. Le encantaba estar con él y quería conocerlo mejor, porque para ella también iba en serio, pero todavía no sabía si lo quería. Por entusiasmada que estuviera con él, aún era demasiado pronto. También para él, pero Gray iba más deprisa de lo que ninguno de los dos tenía previsto, y ella también. Ver su obra y comprender que se había atrevido a mostrarse vulnerable ante ella le despertó aún más interés y cariño por él. Lo miró de una forma que no necesitaba de palabras; Gray la tomó entre sus brazos y la besó.
– Me gusta tu obra, Gray -susurró Sylvia.
– No eres mi galerista. Lo que te tiene que gustar soy yo, nada más -replicó Gray en broma.
– Ya estoy llegando a eso -dijo Sylvia con toda sinceridad. En realidad, más rápido de lo que se esperaba.
– Yo también -repuso Gray.
Sylvia se quedó contemplando los cuadros largo rato, como si estuviera en otro planeta. Su cerebro funcionaba a miles de kilómetros por hora.
– Quiero buscarte una galería. Tengo varias ideas. Podemos ir a echar un vistazo a lo que exponen esta semana, a ver qué te parece.
– Lo que yo piense da igual. Depende de lo que piensen ellos. No te preocupes por eso. Bastantes cosas tienes que hacer, y además, de momento no tengo suficientes cuadros para una exposición -dijo Gray con modestia. No quería aprovecharse de los contactos de Sylvia. Lo que sentía por ella era totalmente personal y privado, no tenía nada que ver con el trabajo ni quería que le presentara a nadie, y Sylvia lo sabía.
– A mí no me vengas con que no tienes suficiente para una exposición -replicó Sylvia con energía, a medio camino entre la galerista y la típica madre pesada de un niño prodigio, como si se dirigiera a uno de sus jóvenes pintores. Pero muchas veces tenía que ponerse pesada y darles un empujón. Muy pocos se daban cuenta de su propio talento, y desde luego, nunca los mejores, Los jóvenes fantasmones raramente eran tan buenos. -Mira todo esto -añadió, moviendo los lienzos con delicadeza para ver lo que había en cada montón. Era una maravilla, tan bueno o mejor que los cuadros aún sin terminar de los caballetes.