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Sylvia y él habían pasado un fin de semana muy feliz, y Charlie no tenía ni idea de lo que había ocurrido desde su vuelta a Nueva York. Cayó en la cuenta de que no tenía noticias de Gray desde poco después de su vuelta a casa. Había recibido un par de correos electrónicos mientras estaba en el barco, pero nada más desde entonces. Por lo general, si todo iba bien en su mundo, Gray avisaba, pero en esta ocasión no lo había hecho. -Estoy bien -respondió Gray, muy contento. -Es que he estado trabajando mucho.

No le dijo nada de Sylvia, a pesar de que los dos habían decidido durante el fin de semana que ya era hora de que Gray les contara a sus amigos lo que había entre ellos. Sylvia quería esperar un poco para contárselo a sus hijos. Llevaban viéndose casi un mes, y a los dos les parecía que iba en serio. A Sylvia le preocupaba un poco que Charlie y Adam sintieran celos, incluso rencor. Con una relación seria, Gray sería menos accesible, e intuía que no se lo tomarían bien. Gray le aseguraba que no sería así, pero ella no estaba muy convencida.

Gray le contó a Charlie lo de la nueva galería, y Charlie soltó un silbido.

– ¿Cómo ha sido? No puedo creer que por fin hayas movido el culo para buscar una galería donde vender tus cuadros. Ya iba siendo hora.

Charlie se alegró enormemente.

– Pues sí, eso mismo pensé yo.

No se lo atribuyó a Sylvia, pero pensaba hacerlo en cuanto viera a Charlie. No quería hablar del asunto por teléfono.

– ¿Y si nos vemos para comer un día de estos? No sé nada de ti desde que estuviste en el barco -dijo Charlie. Iba a quedar con Adam aquella misma semana, pero con Gray resultaba más difícil, porque cuando se metía de lleno en su trabajo se aislaba durante semanas enteras. Pero parecía de buen humor, y si había firmado un contrato con una galería importante, las cosas debían de irle bien.

– Estupendo -replicó Gray. -¿Cuándo te viene bien?

Raramente se mostraba tan dispuesto a quedar con alguien. En la mayoría de las ocasiones había que sacarlo a rastras de su guarida para apartarlo del caballete. Charlie no hizo ningún comentario, pensando que Gray estaba eufórico por su nuevo contrato.

Charlie consultó rápidamente su agenda. Tenía una abrumadora cantidad de reuniones de la fundación, muchas de ellas con almuerzo incluido, pero al día siguiente tenía un hueco a la hora de comer.

– ¿Qué te parece mañana?

– A mí me va bien.

– ¿En el Club Náutico? -Era el sitio favorito de Charlie para comer, además de otros clubes de los que era miembro. A Gray le parecía un ambiente muy estirado, y también a Adam, pero le seguían la corriente a Charlie.

– De acuerdo -aceptó Gray, un tanto pensativo.

– Pues allí a la una -dijo Charlie, y cada cual volvió a su trabajo.

Gray le dijo a Sylvia a la mañana siguiente que iba a almorzar con Charlie, y ella lo miró por encima del montón de tortitas que Gray acababa de hacer.

– ¿Y eso es bueno o malo? -preguntó nerviosa.

– Pues claro que es bueno.

Estaba sentado frente a ella, con su plato de tortitas. Le encamaba cocinar para Sylvia. Él era el jefe de cocina para el desayuno, y Sylvia cocinaba por la noche, cuando no salían a cenar fuera. Todo empezaba a aclararse y a seguir una rutina cotidiana. Gray se iba a su estudio, pero ya no dormía allí. Sylvia se iba a la galería y volvían a verse en su casa alrededor de las seis. Gray solía llevar una botella de vino y algo de comer. El fin de semana había comprado langosta, y les recordó los maravillosos momentos que habían pasado en el barco. No se había mudado oficialmente a casa de Sylvia, pero se quedaba allí todas las noches.

– ¿Le vas a contar lo nuestro? -preguntó Sylvia con recelo.

– Pues creo que sí. ¿Te parece bien?

Como sabía que Sylvia era tan independiente, no quería ofenderla.

– Claro que me parece bien -contestó con calma Sylvia. -Lo que no tengo tan claro es que él se lo tome bien. A lo mejor se asusta. Seguramente le caí bien en Portofino, como algo pasajero, pero puede que no le entusiasme la idea de que esto vaya en serio.

Era lo que estaba ocurriendo desde el regreso de Gray, durante las últimas cuatro semanas, y a ellos les iba muy pero que muy bien.

– No digas tonterías. Se alegrará. Siempre ha mostrado interés por las mujeres con las que yo estaba. Sylvia le puso un café, riéndose.

– Sí, claro, porque no representaban ninguna amenaza para él. Seguro que pensaba que acabarían en la cárcel o en cualquier centro de acogida antes de que causaran demasiados problemas entre vosotros dos.

– ¿Qué pasa? ¿Tú quieres causar problemas? -preguntó Gray con curiosidad, casi riéndose.

– Claro que no, pero a lo mejor Charlie lo percibe así. Vosotros tres sois inseparables desde hace diez años.

– Pues sí, y tengo intención de seguir viéndolos. No hay ninguna razón para que no los vea contigo.

– Bueno, a ver qué dice Charlie. Podríamos invitarlo a cenar. La verdad es que ya se me había ocurrido, y también invitar a Adam, si quieres -a pesar de que le caía mucho peor que Charlie. -Lo que pasa es que no me fascina la idea de cenar con mujeres de la edad de mis hijos, o más jóvenes, en el caso de Adam. Pero si a ti te parece buena idea, pues lo hacemos.

Sylvia había adoptado una actitud diplomática.

– ¿Y si invitamos a Charlie solo, en principio? -sugirió Gray. Sabía que a Sylvia no le caía bien Adam, y no quería forzar las cosas, al menos de momento, pero sí le gustaba la idea de incluirla en su pequeño grupo de amigos. Formaban una parte importante de su vida, y Sylvia también.

Ambos sabían que incorporar amigos a su mundo privado a la larga redundaría en beneficio de la relación. No podían estar toda la vida solos, viendo películas en la televisión cogidos de la mano o pasando los fines de semana en la cama, aunque a los dos les encantaba y se divertían. Pero necesitaban más personas en su vida. Añadir amigos a la mezcla suponía un paso más hacia una cierta estabilidad entre ellos. Sylvia siempre tenía la sensación de que existía un manual de normas sobre las relaciones y que los demás conocían su contenido mejor que ella, En primer lugar acostarse juntos, después que él pasara la noche contigo, cada vez con mayor frecuencia. En un momento dado, la pareja necesitaba espacio en el armario y en los cajones. Ellos no habían llegado aún a ese punto, y la ropa de Gray estaba colgada en el lavadero. Sylvia sabía que tendría que hacer algo al respecto un día de estos. Después venía la fase de darle la llave, una vez que una está segura de que no quiere salir con nadie más, con el fin de evitar situaciones incómodas si llega en un momento inoportuno. Ya le había dado una copia de la llave, porque no había nadie más en su vida, y a veces Gray entraba en su casa antes de que ella volviera de la galería. Era absurdo hacerlo esperar a la entrada. No tenía muy claro qué venía después de eso. Comprar cosas de comer: Gray ya lo hacía. Compartir los gastos de los recibos. Contestar al teléfono. Desde luego, aún no habían llegado a esa etapa, por si acaso la llamaban sus hijos, que no sabían de la existencia de Gray. Preguntarle si quería vivir con ella, cambiar de dirección, poner su nombre en el buzón y en el timbre. Los amigos formaban parte de todo eso. Era muy importante que les gustaran las mismas personas, al menos algunas. Y, con el tiempo, también tendrían que gustarle sus hijos. Sylvia quería que los conociera, pero sabía que se sentía un poco incómodo con el asunto, porque ya se lo había dicho. También sabía que eso sería lo más fácil. Sus hijos eran estupendos, y estaba segura de que Gray llegaría a quererlos. Lo único que deseaban Emily y Gilbert era la felicidad de su madre. Sí veían que Gray se portaba bien con ella y que se querían, se tomarían a Gray como uno más de la familia. Sylvia conocía muy bien a sus hijos.