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Aún íes quedaba mucho camino por recorrer, pero ya lo habían iniciado. A Sylvia la asustaban algunos de los obstáculos, y todavía no estaba preparada para superarlos, ni tampoco Gray. Pero también sabía que contarle lo suyo a Adam y Charlie supondría un gran avance para Gray. No tenía ni idea de cómo reaccionarían ante la noticia de que entre ellos había algo serio. Confiaba en que Charlie no desanimara a Gray ni lo pusiera en guardia contra sus hijos. Sabía que ese era el talón de Aquiles de Gray. Lo suyo era auténtica fobia a los niños, no solo a tenerlos, sino a mantener una relación con los hijos de otra persona. No parecía comprender que sus hijos ya no eran niños, sino adultos. Le daba auténtico pánico relacionarse con nadie hasta ese punto. A un hombre que se había pasado toda la vida cuidando cíe algunas de las mujeres con mayores desequilibrios del planeta, lo único que lo aterrorizaba era conocer a sus hijos o relacionarse con ellos. Para Sylvia era un temor totalmente irracional, pero para Gray era algo real, auténtico.

Gray la ayudó a recoger los platos del desayuno y se fue a su estudio. Sylvia tenía que hacer varias llamadas antes de ir a la galería. Quería llamar a Emily y a Gilbert. Con la diferencia horaria, muchas veces era demasiado tarde para llamarlos cuando volvía del trabajo. Todavía no les había contado nada sobre Gray. Ninguno de los dos iba a volver a Estados Unidos hasta las Navidades. Pensaba que había tiempo de sobra, nada menos que tres meses, para ver cómo iban las cosas con Gray. Los dos estaban fuera cuando los llamó aquel día, y les dejó mensajes cariñosos en sus respectivos contestadores. Siempre se mantenía en estrecho contacto con sus hijos.

Cuando Sylvia salió de casa para ir a la galería, Gray ya estaba en el Club Náutico, Les dieron la mesa favorita de Charlie. Era un comedor enorme, muy elegante, con techos abovedados, retratos de los anteriores presidentes y maquetas de barcos protegidos con cristal. A Gray le pareció que Charlie estaba estupendo, bronceado, en forma y relajado.

– Bueno, ¿cómo terminó el viaje? -preguntó Gray para entablar conversación, después de que los dos hubieron pedido ensaladas del chef.

– Bien, pero en realidad no fuimos a ningún sitio después de que tú te marcharas. Yo tenía trabajo, y la tripulación se puso a hacer unas reparaciones. Pero se estaba mejor en el barco que aquí, en mi apartamento. -Últimamente le había resultado deprimente, y se sentía solo e inquieto. -Bueno, cuéntame lo de la galería con la que has firmado el contrato. Es Wechsler-Hinkley, ¿no? -El nombre de la galería impresionaba en el mundo artístico de Nueva York. -¿Cómo ha sido? ¿Te llamaron o algo? ¿O los llamaste tú? -Charlie estaba muy contento por Gray. Nadie se lo merecía más que él, con su enorme talento. Le dirigió una amplia sonrisa, deseoso de saber lo ocurrido.

– Bueno, me recomendó una persona -repuso Gray con cautela. Sylvia lo había puesto nervioso sobre la posible reacción de Charlie. Sabía que era una tontería, pero lo cierto es que estaba nervioso y que lo parecía.

– ¿Quién? -preguntó Charlie con interés. Sin saber por qué, la historia le sonaba un poco rara.

– Pues una persona… bueno, una amiga, una mujer -respondió Gray, sintiéndose como un colegial que tuviera que darle explicaciones a su padre.

– Ah, eso cambia las cosas-dijo Charlie, divertido-.¿Qué clase de mujer? ¿La conozco? ¿Tienes un nuevo pájaro herido en tu nido íntimamente? ¿Que trabaja en una galería y tiene buenos contactos? Si es así, eres muy listo -añadió, lisonjero. Pero no era eso lo que pensaba. Gray no era capaz de salir con una secretaria que le hubiera pedido a su ¡efe que lo viera. En el nido de Gray no había un pájaro herido, sino una auténtica luchadora que lo había acogido bajo su ala y echado a volar como un águila.

– No ha sido por listo, sino por suerte.

– No hay suene que valga en esto, y tú lo sabes -replicó Charlie, como un eco de las palabras de Sylvia. -Tienes un talento extraordinario. Amigo mío, si alguien ha tenido suerte, han sido los de la galería. Pero no has contestado a mi pregunta. -La mirada de Charlie se cruzó con la de Gray y la mantuvo. -¿Quién es la mujer en cuestión? ¿O es un secreto? -A lo mejor estaba casada. Gray también había pasado por eso, con esposas fugitivas que aseguraban estar separadas y no lo estaban o que tenían un «arreglo», y de repente se presentaba el marido y quería matarlo. Había desempeñado todos los papeles posibles en los escenarios más desastrosos durante sus años de eterna soltería. A veces Charlie se preocupaba por él. Cualquier día le pegaría un tiro el ex novio de una de sus chifladas. -Espero que no te hayas metido en otro lío, ¿eh? -Charlie parecía preocupado, y Gray se echó a reír, como arrepentido.

– No, qué va, pero vaya fama que tengo, ¿no? Supongo que la tengo merecida. Sí, he salido con unas cuantas majaras. -Suspiró, volvió a mover la cabeza y decidió que tenía que capear el temporal. -Pero esta vez no. Y sí, estoy saliendo con alguien, pero es completamente distinta -añadió con orgullo.

– ¿Quién es? ¿La conozco? -Charlie sentía una enorme curiosidad por saber quién era la mujer del momento; pero, fuera quien fuese, Gray parecía feliz, relajado, contento de la vida, incluso encantado. Daba la impresión de estar tomando tranquilizantes o algo parecido, pero Charlie sabía que no era así, a pesar de que estaba casi eufórico.

– Bueno, la has visto -contestó Gray, enigmático, intentando ganar tiempo al recordar las advertencias de Sylvia.

– Bueno, venga. ¿Vas a anunciarlo con redobles de tambor? -La conociste en Portofino -le soltó al fin Gray, aún nervioso.

– ¿Ah, sí? ¿Cuándo? -A Charlie de repente se le había quedado la mente en blanco. No recordaba a nadie que hubiera salido con Gray durante el viaje. El único que se había marcado unos tantos era Adam, en Saint Tropez, Córcega y Capri; pero, que él recordara, ni Gray ni él habían hecho nada.

– Sylvia Reynolds -contestó Gray con calma. -Del grupo de personas con el que estuvimos en Portofino y Cerdeña.

– ¿Sylvia Reynolds, la galerista? -Charlie se quedó de piedra. Recordaba que a Gray le caía bien y que Adam le tomaba el pelo por eso y le decía que era su tipo, que no estaba lo suficientemente loca o más bien que no estaba loca en absoluto. Charlie se acordaba muy bien de ella, y le caía bien, como a Gray, al parecer. Pero no podía creer que hubieran cometido ninguna locura. -¿Y cuándo pasó eso? -preguntó, atónito. Durante el viaje había sospechado que se caían bien, pero no hasta el extremo de volver a verse más adelante.

– Pues cuando volví. Llevamos viéndonos casi un mes. Es una mujer maravillosa. Me presentó a los de la Wechsler-Hinkley, y a los de otras dos galerías en cuanto vio mi obra, Y sin más, ya había firmado. Ella no pierde el tiempo -dijo Gray con admiración, sonriendo a su amigo.

– Pues la verdad es que pareces muy contento -comentó Charlie, intentando adaptarse a la nueva situación, porque Gray jamás había hablado de ninguna mujer en esos términos. -Lo siento, pero estoy de acuerdo con Adam. No pensaba que fuera tu tipo.

– Y no lo es -replicó Gray, como arrepentido otra vez. -Supongo que eso es bueno. No estoy acostumbrado a una mujer capaz de valerse por sí misma y que no me necesite para nada más que pasar un buen rato y un revolcón.

– ¿Es solo eso? -preguntó Charlie con expresión de curiosidad. Tendría mucho que contarle a Adam cuando lo viera la noche siguiente.

– Pues no. Francamente, es mucho más que eso. Paso todas las noches con ella.

Charlie se quedó pasmado.

– ¿Llevas un mes viéndola y ya vives en su casa? ¿No te parece que vas un poco deprisa?

Charlie pensó que Gray había intercambiado los papeles con los pobres pajaritos de alas rotas.