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– No vivo en su casa -contestó Gray tranquilamente. -Lo que he dicho es que me quedo a dormir allí.

– ¿Todas las noches?-insistió Charlie, y Gray volvió a sentirse como un colegial travieso. -¿No crees que las cosas van demasiado deprisa? No irás a dejar tu estudio, ¿no?

– Claro que no. Lo estoy pasando bien con una mujer maravillosa, nada más. Es una mujer increíble, inteligente, competente, normal, decente, divertida, cariñosa… No sé dónde se había metido durante todos estos años, pero lo cierto es que en las últimas tres semanas y media mi vida ha cambiado por completo.

– ¿Y eso es lo que quieres? -preguntó Charlie muy serio. -Me da la impresión de que estás metido en esto hasta el cuello, y eso puede ser peligroso. A lo mejor ella empieza a hacerse ilusiones.

– ¿Qué quieres decir? ¿Que espera venir a vivir a la mierda de casa que tengo? ¿O llevarse mis maletas, que tienen más de treinta años? Sylvia tiene unos libros de arte increíbles, mucho mejores que los míos. Claro, podría robar mis cuadros. Mi sofá está hecho polvo, y el suyo me parece estupendo. Mis plantas se secaron mientras estaba en Europa, y por no tener, no tengo ni una toalla decente. Tengo dos sartenes, seis tenedores y cuatro platos. No sé qué crees que podría sacarme, pero sea lo que sea, yo se lo daría con sumo gusto. Las relaciones pueden resultar difíciles, pero puedes creerme, Charlie: Sylvia es la primera mujer con la que salgo que no me parece peligrosa. Las demás sí lo eran, sin duda.

– No quiero decir que vaya detrás de tu dinero, pero sé cómo se ponen las mujeres. Se hacen muchas ilusiones e interpretan las cosas de una manera distinta. Las invitas a cenar y acto seguido ya están probándose un vestido de boda e inscribiéndose en Tiffany. No quiero ver cómo te arrastran a una cosa así. -Charlie, te aseguro que nadie me está arrastrando a ninguna parte. No sé adonde llegará esto, pero si me he subido a ese tren, voy muy a gusto.

– ¡Por Dios! ¿Vas a casarte con ella? -Charlie se quedó mirándolo con los ojos abiertos de par en par.

– No lo sé -contestó Gray con franqueza. -Llevo años sin pensar en el matrimonio. Creo que ella no quiere casarse. Ya ha estado casada, y me da la impresión de que no fue una buena experiencia. Su marido se largó con una chica de diecinueve años, tras veinte de matrimonio. Tiene hijos, y dice que es demasiado mayor para tener más. Su galería funciona a las mil maravillas, y tiene mucho más dinero de lo que yo tendré jamás. No me necesita para eso. Y yo no tengo el menor interés en aprovecharme de ella. Los dos podemos mantenernos por nuestra cuenta, aunque ella mucho mejor que yo. Tiene un loft increíble en el SoHo, y le encanta su trabajo. Desde que se divorció solo ha habido otro hombre en su vida, y se suicidó hace tres años. Desde entonces yo soy el primer hombre con el que mantiene una relación. Creo que ninguno de los dos quiere más de lo que tenemos ahora. ¿Que si me casaría con ella un día de estos? A lo mejor. Si ella estuviera dispuesta, cosa que dudo, yo estaría chiflado si no lo intentara. Pero de momento, la decisión más importante que tenemos que tomar es dónde cenar o quién prepara el desayuno. Y no conozco a sus hijos -concluyó tranquilamente Gray.

Charlie seguía mirándolo, sin dar crédito a sus oídos. No veía a Gray desde hacía poco más de tres semanas, y su amigo no solo estaba viviendo con una mujer sino que contemplaba la posibilidad de casarse con ella. Tenía una expresión como si acabaran de pegarle un tiro, y, al mirarlo, Gray comprendió que Sylvia podía tener razón. Saltaba a la vista que a Charlie no le gustaba el giro que había tomado su vida.

– Pero si ni siquiera te gustan los niños, los hijos de nadie y de ninguna edad. ¿Por qué crees que los de Sylvia van a ser diferentes? -le recordó Charlie.

– A lo mejor no lo son. A lo mejor eso es lo que rompe el trato. O a lo mejor ella se cansa de mí antes. Viven a cinco mil kilómetros de aquí y ya son adultos. Y a esa distancia, a lo mejor puedo soportar a sus hijos. Lo mínimo que puedo hacer es intentarlo. Es posible que funcione, o no. Lo único que sé es que de momento funciona, y que lo pasamos muy bien juntos. A partir de ahí, Dios sabe. Podría estar muerto la próxima semana, pero mientras tanto estoy pasándolo divinamente, como no lo había pasado en toda mi vida.

– Espero que no -replicó Charlie, sombrío, refiriéndose a que Gray estuviera muerto dentro de una semana. -Pero es posible que desees estar muerto si Sylvia resulta ser de otra forma y tú ya has caído en la trampa.

Hablaba con tono ominoso, y Gray le sonrió. Charlie estaba asustado, y Gray no sabía si por él o por sí mismo. En cualquier caso, no había motivo alguno. Se sentía cualquier cosa menos atrapado. De momento era un esclavo del amor más que voluntario en el elegante loft de Sylvia.

– No he caído en ninguna trampa -dijo con suavidad. -Ni siquiera vivo en su casa. Me quedo en su casa. Estamos probando, y si no funciona, vuelvo a mi estudio y se acabó.

– Nunca funciona así -sentenció Charlie. -Algunas mujeres se cuelgan de ti, te acusan, te hacen reproches, se ponen histéricas, llaman a un abogado. Se empeñan en que has hecho promesas que no has hecho. Te aferran entre sus garras, y sin darte cuenta, piensan que les perteneces.

Charlie parecía realmente aterrorizado por Gray. En el transcurso de los años había visto a muchos hombres en esas circunstancias y no quería que le pasara lo mismo a su amigo. Sabía lo inocente que podía llegar a ser.

– Te aseguro que ni Sylvia ni yo tenemos ese sentimiento de propiedad. Somos demasiado mayores para eso. Y ella está mucho más cuerda de lo que crees. Si se alejó del hombre con el que llevaba casada veinte años sin mirar atrás, no se va a colgar de mi cuello como un albatros ni me va a clavar las garras. Si alguien se marcha, lo más probable es que sea ella quien lo haga primero. -¿Tiene fobia al compromiso? Porque, en ese caso, podría hacerte mucho daño.

– ¿Acaso no me han hecho daño ya? Vamos, Charlie, sé un poco serio. Así es la vida. Nos hacen daño todos los días, incluso cuando personas que apenas conocemos no contestan a nuestras llamadas. Probablemente me han dejado más mujeres que a ningún otro tío de Nueva York, y he sobrevivido. Y si vuelve a pasar, volveré a sobrevivir. Sí, probablemente tiene fobia al compromiso, como yo. Por Dios, si ni siquiera quiero conocer a sus hijos. Tengo pánico a que me hagan daño o a encariñarme demasiado, pero es la primera vez que pienso que algo es tan bueno que merece la pena un poco de dolor, o incluso un gran riesgo. Nadie ha hecho promesas, nadie ha hablado de matrimonio. De momento, lo único que nos planteamos es dónde queremos cenar cada noche. De momento los dos estamos a salvo.

– En cuanto te metes en una relación dejas de estar a salvo -dijo Charlie, frunciendo la frente con preocupación, -Es que no quiero que te hagan daño.

Pero en realidad se le había escapado lo que pensaba sobre las relaciones. No era solo por el defecto imperdonable de las jóvenes con las que salía, sino por el dolor que intentaba evitar desde la muerte de toda su familia. Lo aterrorizaba correr riesgos, mientras que a Gray ya no. Para él suponía un hito muy importante en su vida, y este hecho suponía una terrible amenaza para Charlie, como si hubiera saltado una alarma. Había desertado uno de los miembros del Ejército de los Solteros.

Gray vio en los ojos de Charlie lo que Sylvia temía: no solo desconfianza y rechazo, sino auténtico pánico. Era más lista de lo que Gray pensaba, al menos con la gente, y había calado a Charlie. Quizá también a Adam. Lo que no le gustaba a Gray era que la reacción de Charlie ante la situación con Sylvia lo hacía sentirse no solo desleal hacia él, sino un perfecto imbécil por sentir lo que sentía. Le resultaba muy desagradable, y mientras Charlie firmaba la cuenta le dio la impresión de que su amistad se empañaba. Desde su punto de vista, el almuerzo no había sido precisamente relajado.