Eso sospechaba Maggie, por el tipo de hombre que era Adam. Aunque no fuera más que por el Ferrari.
– Depende -contestó Adam, otra vez sincero. -No me gusta atarme. Para mí la libertad significa mucho. -Maggie hizo un gesto de asentimiento. Le gustaba que Adam no intentara ocultar quién era, algo que se veía a las claras. -A veces no salgo con nadie durante una temporada.
– ¿Y ahora? -preguntó Maggie con mirada picara. -¿Con muchas, ninguna, o unas cuantas?
Adam le sonrió.
– ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? -También le había hecho muchas preguntas la noche anterior. Parecía ser su estilo. -Ahora mismo no veo a nadie en especial.
– ¿Estás haciendo una prueba? -inquirió burlonamente Maggie, más femenina que antes. Era una chica preciosa, y a plena luz del día Adam lo vio con más claridad que la noche en que se habían conocido.
– ¿Estás solicitando el puesto de trabajo?
– A lo mejor -respondió Maggie. -No estoy segura.
– ¿Y tú? -le preguntó Adam en voz baja. -¿Estás con alguien?
– Pues no. Llevo un año sin salir con nadie. El último con el que salí resultó ser un camello y acabó en la cárcel. Al principio parecía un tipo muy majo. Lo conocí en el Pier 92.
– Yo no vendo drogas, si eso es lo que te preocupa -dijo Adam en tono convincente. -Todo lo que ves lo he conseguido con el sudor de mi frente.
– No, contigo no me preocupo por eso.
Adam se levantó a poner música. La tarde empezaba a adquirir ciertos tintes románticos. Cuando volvió, Maggie le hizo otra pregunta, para ella importante.
– Si empezáramos a salir, ¿irías con otras mujeres al mismo tiempo?
– Es posible, pero no correrías ningún riesgo por mi culpa, si te refieres a eso. Tomo precauciones, y me he hecho una prueba de sida hace poco.
– Como yo -dijo Maggie tranquilamente. Se la había hecho cuando el camello fue a la cárcel.
– Maggie, si lo que quieres saber es si estaría exclusivamente contigo, tengo que decirte que a lo mejor no. No al principio, por lo menos. Pero ¿quién sabe hasta dónde podría llegar después? Prefiero mantener las posibilidades abiertas, y a tu edad, tú deberías hacer lo mismo. -Maggie asintió. Lo que estaba oyendo no le encantaba precisamente, pero le parecía lógico, y al menos Adam era sincero. No iba a hacerle promesas que luego no fuera a cumplir, pero pensaba ver a otras personas, y ella también. -Incluso si saliéramos, prefiero tener vidas separadas. Llevo mucho tiempo soltero, casi once años, y me parece que así voy a seguir. No quiero verme enredado en la vida de otra persona.
– A mí me parece que te equivocas con lo de no casarte, pero es asunto tuyo -repuso Maggie con toda calma. -Yo tampoco quiero casarme, al menos hasta dentro de mucho tiempo. Soy demasiado joven. Todavía quiero hacer muchas cosas, al menos durante los próximos años, pero sí, algún día me gustaría casarme y tener hijos.
– Claro. Es lo que deberías hacer.
– Quiero darle a mis hijos lo que yo nunca tuve. Una madre, por ejemplo -dijo en voz baja.
– Yo tampoco la tuve -dijo Adam, dirigiéndose hacia el borde del jacuzzi, donde estaba sentada Maggie, moviendo los pies en el agua como una cría. -No todas las madres son madres de verdad, y te aseguro que la mía no lo era. Yo llegué de sorpresa, casi diez años después que mi hermana y catorce después que mi hermano, y todos han estado cabreados conmigo toda la vida. No deberían haberme tenido.
– Pues yo me alegro de que te tuvieran -dijo Maggie con dulzura cuando Adam se acercó a ella. -Francamente, sería una pena que no te hubieran tenido -añadió sonriendo.
– Gracias -contestó Adam, también con dulzura; se agachó y la besó.
Después le propuso que se metieran juntos en el jacuzzi. Tenía un montón de bañadores femeninos en el armario, y le dijo que eligiera el que quisiera. Era la casa de soltero ideal, perfectamente equipada. Había un bañador de su talla, sin estrenar. A Maggie le habría molestado si Adam no hubiera sido tan sincero con ella, pero como lo había sido, entre ellos no se interponían propósitos ocultos ni citas secretas.
Maggie se puso el bañador, se metió en el jacuzzi, y al poco tiempo apareció Adam, también en bañador, y se introdujo en el agua. Se quedaron allí largo rato, hablando y besándose; después se quitaron los bañadores, mientras la cálida noche de octubre iba cayendo sobre Nueva York. Tras un buen rato allí tumbados, Adam arropó a Maggie con una toalla y la llevó dentro. Ya en la cama, le quitó la toalla como si desenvolviera un regalo. Era una auténtica maravilla, una exquisitez, allí tumbada en su cama. Jamás había visto un cuerpo tan hermoso. Incluso le sorprendió darse cuenta de que era rubia natural. No había nada falso en Maggie O'Malley. Todo en ella era auténtico.
Hicieron el amor, y se llevaron una sorpresa al ver lo bien que se acoplaban, lo mucho que disfrutaban el uno del otro, e incluso se rieron y dijeron tonterías. Maggie se sentía totalmente a gusto con él. Después se quedaron muy juntos en la cama un rato y volvieron al jacuzzi. Maggie dijo que era la mejor noche que había pasado en su vida, algo fácil de creer. Había llevado una vida muy dura, y seguía llevándola. Para ella aquello era más que una noche de ensueño, pues sabía que tendría que volver al apartamentucho y a su trabajo, que nada cambiaría su existencia, pero en aquellos momentos compartidos con Adam también compartía una vida que jamás había imaginado. Adam sabía que a ella le resultaría interesante y un auténtico desafío entrar y salir de ambos mundos, si seguían viéndose.
Volvieron a hacer el amor, y en esta ocasión fue algo totalmente espontáneo, con una pasión que los sorprendió a los dos.
Adam la invitó a pasar la noche allí. Normalmente no le apetecía, pero con Maggie sí. Lo espantaba la idea de devolverla a aquella pesadilla en la que vivía, pero los dos tendrían que acostumbrarse a que ella se fuera y a que él la dejara ir. No iba a ofrecerle nada permanente, solo una especie de tregua en la vida que Maggie llevaba, y a ella le parecía suficiente. Por tanto, prefirió volver a su casa aquella noche.
Adam se empeñó en llevarla. No quería que cogiese un taxi. Vivía en un barrio demasiado peligroso. Se había portado bien con él, y él quería corresponder. Maggie se sentía como Cenicienta a punto de volver a casa, y en esa ocasión aún más, porque el Ferrari era de Adam y no una limusina alquilada.
– No voy a decirte que subas -le dijo Maggie después de darle un beso.
– A lo mejor tienes marido y diez hijos y no quieres enseñármelos -susurró Adam, y ella se echó a reír.
– Qué va. Solo cinco.
– Lo he pasado maravillosamente -añadió Adam, muy en serio.
– Yo también -dijo Maggie, y volvió a besarlo.
– Te llamo mañana -prometió Adam, y ella se echó a reír.
– Sí, vale.
Maggie se bajó del Ferrari, subió la escalera, entró en el edifico, saludó con la mano, y al desaparecer entre las sombras recordó las últimas palabras de Adam, que esperaba que cumpliera, si bien no contaba con ello. Nadie mejor que ella sabía que en la vida no hay que fiarse de nada.
CAPÍTULO 14
Adam llamó a Maggie varias veces durante la semana después de Yom Kipur, y ella se quedó en su casa varias noches. Como acababan de cambiarla al turno de día en el Pier 92, su horario le iba bien a Adam. Y a ella le encantaba dormir con él. Todo parecía ir perfectamente, y los dos se atenían al acuerdo al que habían llegado. Maggie no le hacía preguntas sobre el futuro, no tenía razón para ello; y las noches que pasaba en su propia casa, ninguno de ellos preguntaba al otro qué había hecho ni con quién había estado en la siguiente ocasión que se veían.
Lo cierto es que Adam estaba tan entusiasmado con ella que las noches que no la veía la llamaba por teléfono, por lo general antes de acostarse, ya tarde. En dos ocasiones le sorprendió e incluso le preocupó un poco que no estuviera en su casa, pero no le dijo que había llamado ni dejó recado en el contestador. Maggie no le dijo que había salido cuando volvieron a verse. Adam tuvo que reconocer que le había molestado no encontrarla en casa y esperar su llamada, pero no le dijo ni media palabra. Los dos seguían reclamando y recogiendo los beneficios de su libertad. Adam no se acostó con nadie más durante las primeras semanas de su relación; no le apetecía, y cada día se hacía más adicto a Maggie. Y ella le dijo a las claras que no había nadie más en su vida. Pero, a medida que pasaban las semanas, había más noches en que nadie contestaba en casa de Maggie cuando la llamaba, y a Adam le sentaba cada vez peor. Empezó a pensar que debía salir con otras mujeres, para no atarse demasiado a ella. Pero ya se aproximaba Halloween y no había hecho nada al respecto. Seguía siéndole fiel al cabo de un mes. Era la primera vez desde hacía años.