Le molestaba un poco no haber visto a Charlie desde que este había vuelto, hacía un mes; pero, cada vez que lo llamaba para invitarlo a algún sitio, tenía algo que hacer. Adam sabía que tenía muchas actividades sociales y mucho trabajo en la fundación, pero le fastidiaba que no tuviera tiempo para verlo. Lo bueno era que así él tenía más tiempo para Maggie. Cada día le preocupaba más y le angustiaba lo que hacía cuando no estaba con él. Maggie nunca le explicaba adónde iba las noches que no pasaban juntos; simplemente reaparecía al día siguiente, radiante y alegre, y se metía en la cama con él, feliz como siempre, con su cuerpo absolutamente irresistible. Cada día que pasaba crecía su locura por ella. Sin saberlo, Maggie le estaba ganando con sus propias armas. Cada día tenían menos significado para él las grandiosas posibilidades de que le había hablado al principio. A juzgar por la cantidad de veces que no la encontraba en su casa cuando la llamaba, Maggie aprovechaba su libertad mucho mejor que él.
Y Adam veía aún menos a Gray. Había hablado varias veces con él, pero su amigo estaba disfrutando de la felicidad conyugal con Sylvia y no quería ir a ninguna parte. Acabó por mandar correos electrónicos a los dos y consiguió que accedieran a salir una noche, solamente los tres, dos días antes de Halloween. Llevaban más de un mes sin verse; la primera vez desde hacía años que pasaba tanto tiempo, y los tres se quejaban de que los demás habían desaparecido.
Quedaron en un restaurante del centro, en uno de sus sitios favoritos, y Adam fue el primero en llegar. Sus otros dos amigos entraron inmediatamente después, y Adam observó que Gray había engordado. No demasiado, pero sí lo suficiente para estar más rellenito de cara. Les contó que Sylvia y él cocinaban juntos, y parecía más feliz que nunca. Llevaban juntos dos meses, y se conocían desde hacía tres. De momento no había que dar la voz de alarma. Sus dos inseparables amigos se alegraron, pero pensaron que aún no había que echar las campanas al vuelo. Gray les dijo que nunca discutía con Sylvia, y que estaban felices. Pasaba todas las noches con ella, y nunca se quedaba en su estudio, a pesar de lo cual insistía en que oficialmente no vivía con ella, sino que solo «se quedaba» en su casa. A Charlie y Adam les parecía que con aquella expresión hilaba demasiado fino, pero al parecer él se sentía mejor así que diciendo que vivían juntos.
– ¿Y tú? ¿Dónde demonios te has metido todo este mes? -preguntó Adam a Charlie, un tanto quejumbroso.
– He salido mucho -contestó Charlie, enigmático, y Gray sonrió.
Charlie había reconocido hacía unos días que había seguido su consejo y estaba viendo a Carole Parker. Aún no había ocurrido nada serio, pero salían a cenar muchas noches y estaban conociéndose. Se veían varias veces a la semana, pero de momento ni siquiera la había besado. Avanzaban lentamente, y Charlie reconocía que los dos se morían de miedo, porque no querían que les hicieran daño.
Adam vio la mirada de complicidad de Gray y obligó a Charlie a que se lo contara.
– Pero ¿se puede saber qué os pasa a los dos, por lo que más queráis? Gray está prácticamente viviendo con Sylvia, es decir, está viviendo con ella pero no quiere reconocerlo. Para que luego hablen de la traición al código ético de los solteros.
Se quejaba, pero de buen humor, porque en realidad se alegraba por sus amigos. Los dos querían encontrar a alguien, y ya iba siendo hora. El no lo tenía tan claro. Su relación con Maggie parecía ir viento en popa, pero no iba a llegar a ninguna parte, como habían acordado desde el principio. Simplemente salían juntos y mantenían vidas separadas; hacían lo que querían cuando no estaban juntos, pero cuando lo estaban, Maggie era increíble, y a él le encantaba. No se cansaba de ella, y en ocasiones incluso le molestaba el espíritu independiente de la chica, algo que no le había ocurrido hasta entonces. El era siempre el independiente en sus relaciones, pero Maggie lo era aún más. Necesitaba mucho tiempo para sí misma, lo mismo que le ocurría a Adam, pero no con ella.
– ¿Y tú? No has dicho gran cosa sobre lo que has estado haciendo. ¿Sales con alguien? ¿O con miles, como de costumbre? -le preguntó Charlie a Adam a las claras cuando llegaron al postre. Adam salía con tantas mujeres, a ser posible al mismo tiempo, que Charlie había perdido la cuenta.
– Bueno, llevo como un mes saliendo con alguien -contestó Adam como sin darle importancia. -No es gran cosa. Desde el principio decidimos no llegar a nada serio. Sabe que no quiero casarme.
– ¿Y ella? ¿Se le ha empezado a acelerar ya el reloj biológico? -inquirió Charlie con Interés, y Adam negó con la cabeza.
– Es demasiado joven para eso. Es la ventaja de las jóvenes.
– Por lo que más quieras, no irás a decirnos que tiene catorce años -exclamó Gray, poniendo los ojos en blanco. -Como no te andes con cuidado, vas a acabar en la cárcel.
Les encantaba tomarle el pelo por las jovencitas con las que salía, pero Adam siempre decía que era por pura envidia.
– Tranquilos, chicos. Tiene veintiséis años, un cuerpo sensacional, y es una persona estupenda.
Y su cabeza es sensacional, pero no se molestó en añadir ese dato; de haberlo hecho, sus amigos se habrían dado cuenta de que él la había perdido por completo por la chica, algo que él mismo comenzaba a temerse. Cuando empezaba a enamorarse de una mujer por su cabeza, sabía que la había cagado. En realidad, les estaba pasando a los tres, pero ninguno quería reconocerlo, ni ante los demás ni ante sí mismos. Ninguna de sus relaciones había sobrevivido al paso del tiempo. No habían superado las primeras discusiones, ni las decepciones que normalmente sufre todo el mundo. Ellos todavía estaban disfrutando como críos de la novedad y de lo bien que lo pasaban. Ya verían qué ocurría después.
Estuvieron allí hablando, bebiendo y disfrutando de la compañía mutua hasta después de medianoche. Los tres se habían echado de menos durante el mes anterior, sin darse cuenta. Estaban tan ocupados en otras cosas y dedicaban tanto tiempo a las mujeres con las que mantenían una relación que no habían comprendido hasta qué punto constituían una parte fundamental los unos en la vida de los otros, y el enorme vacío que se abría cuando no se veían. Prometieron reunirse más a menudo, y pasaron un buen rato hablando de política, dinero, inversiones, arte -en honor a la nueva galería que había conseguido Gray gracias a Sylvia, -y sus respectivas profesiones. Adam había añadido dos clientes importantes a su lista y Charlie estaba encantado con la marcha de la fundación. Fueron los últimos en abandonar el restaurante, a regañadientes.
– Vamos a prometer una cosa -dijo Gray antes de que cada uno tomara un taxi en una dirección diferente. -Que pase lo que pase con las mujeres con las que estamos, o las que puedan venir después, nosotros nos veremos siempre que podamos, o al menos hablaremos por teléfono. Os he echado en falta. Quiero a Sylvia, me encanta quedarme en su casa -les dirigió una sonrisa a ambos, -pero también os quiero a vosotros.