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– Así sea -repuso Charlie, apoyando la propuesta.

– Pues claro que sí-terció Adam.

Momentos después se separaron y cada cual volvió a su vida y a la mujer con la que la compartían. Adam llamó a Maggie, pero a pesar de lo avanzado de la hora no estaba en casa, y en esa ocasión se puso furioso. Era casi la una de la madrugada. ¿Qué demonios andaba haciendo? ¿Y con quién?

Dos días más tarde Charlie fue a la fiesta de Halloween que había organizado Carole para los niños del centro. Le había pedido que fuera disfrazado, y él le había prometido llevar dulces para los niños. A Charlie le encantaba ir a verla al centro. La había invitado a almorzar en dos ocasiones, una en el restaurante de Mo y otra en el de Sally, pero casi siempre se veían para cenar, después del trabajo. Era más relajante, y parecía más discreto. Ninguno de los dos quería que la gente empezara a sacar la lengua a paseo. Aún no habían llegado a ninguna conclusión sobre lo suyo, si era amistad o romance; era un poco las dos cosas, y hasta que lo tuvieran claro, no querían que nadie los presionara. A las dos únicas personas a las que se lo había contado Charlie eran Adam y Gray, y ni siquiera se lo dijo a Carole cuando habló con ella a la mañana siguiente. Solo le comentó que lo había pasado muy bien con sus amigos, y ella le respondió que se alegraba mucho. No conocía a ninguno de los dos, pero por lo que le contaba Charlie sabía que eran hombres interesantes y valiosos a quienes no solo era leal, sino que les profesaba un profundo cariño. Decía que para él eran como hermanos, y Carole lo respetaba. Para Charlie, a quien no le quedaban relaciones por consanguinidad en el mundo, sus amigos eran su familia.

Los niños estaban preciosos con sus disfraces en la fiesta de Halloween. Gabby iba vestida de Wonder Woman, y Zorro llevaba una camiseta con una S, y Gabby dijo que era Superperro. Había disfraces de Raggedy Ann, Minnie, Tortugas Ninja y Spiderman, fantasmas y un auténtico aquelarre de brujas. Carole llevaba sombrero de pico, jersey de cuello alto y vaqueros, todo negro, y peluca verde. Dijo que tenía que trajinar demasiado con los niños para llevar un disfraz más enrevesado, pero se había pintado la cara de verde y los labios de negro. Últimamente se maquillaba cuando salían por la noche. Charlie lo notó el primer día y lo alabó en su primera cita «oficial» para cenar. Carole se sonrojó y dijo que se sentía un poco tonta, pero siguió maquillándose.

Charlie fue a la fiesta disfrazado de León Cobarde de El mago de Oz. Su secretaria había comprado el disfraz en una tienda de vestuario teatral.

Los niños lo pasaron divinamente, los dulces les chiflaron, y además Charlie también había llevado montones de caramelos, porque no podían ir por el barrio pidiéndolos de casa en casa. Era demasiado peligroso, y la mayoría de los niños, demasiado pequeños. Cuando Carole y Charlie se marcharon del centro eran casi las ocho. Habían hablado de ir a cenar después, pero estaban los dos agotados y habían comido demasiados dulces. Charlie había tomado un montón de chocolatinas y Carole tenía una irresistible debilidad por la calabaza con chocolate y malvavisco.

– Te invitaría a mi casa, pero está patas arriba -dijo Carole con tacto. -He estado fuera toda la semana.

Habían cenado juntos todos los días, salvo la noche en que Charlie había estado con Adam y Gray.

– ¿Quieres venir a mi casa a tomar una copa? -le preguntó Charlie sin problemas.

Carole aún no había estado allí. Siempre iban fuera, y habían estado en bastantes restaurantes, algunos de los cuales les gustaban y otros no.

– Me gustaría, pero no voy a quedarme mucho rato -contestó Carole, sonriendo. -Estoy molida.

– Y yo.

El taxi fue a toda velocidad por la Quinta Avenida y se detuvo en la dirección que había dado Charlie. Aún llevaba el disfraz de león, y Carole la peluca y la cara verdes. El portero les sonrió y los saludó como si él llevara traje y corbata y ella vestido de noche. Subieron en el ascensor en silencio, sonriendo. Charlie abrió la puerta del apartamento, dio las luces y entró. Ella lo siguió y miró a su alrededor. Era una casa elegante, preciosa. Por todas partes había hermosas antigüedades, la mayoría de ellas heredadas, y otras que había adquirido Charlie en el transcurso de los años. Carole cruzó lentamente el salón y contempló la vista del parque.

– Es precioso, Charlie.

– Gracias.

No cabía duda de que era un apartamento bonito, pero a Charlie últimamente lo deprimía. Todo le parecía viejo y cansino, y cuando volvía allí reinaba un terrible silencio. En la última temporada se sentía más feliz en el barco, salvo las horas que pasaba con Carole.

Carole se detuvo ante una mesa llena de fotografías mientras Charlie iba a buscar vino y encendía las demás luces. Había varias de sus padres, una preciosa de Ellen, y muchas de sus amigos. Y una muy graciosa de Charlie, Gray y Adam en el barco aquel verano, mientras habían estado en Cerdeña con Sylvia y sus amigos, pero solo aparecían los Tres Mosqueteros, nadie más. Había otra foto del Blue Moon de perfil, atracado en el puerto.

– Menudo barco -dijo Carole mientras Charlie le ofrecía una copa de vino.

Charlie aún no le había dicho nada del barco; estaba esperando el momento oportuno. Le daba vergüenza, pero sabía que tarde o temprano tendría que contarle lo del yate. Al principio le parecía pretencioso, pero como se estaban viendo con tanta frecuencia y explorando la posibilidad de salir realmente juntos, quería ser sincero con ella. No era ningún secreto que era muy rico.

– Gray, Adam y yo pasamos el mes de agosto en el barco todos los años. Esa foto es de Cerdeña. Lo pasarnos muy bien ese verano -dijo un poco nervioso. Carole asintió con la cabeza, tomó un sorbo de vino y se sentó con él en el sofá.

– ¿De quién es? -preguntó cómo sin darle importancia. Le había contado a Charlie que a toda su familia le gustaba navegar y que ella había estado en muchos veleros cuando era más joven. Charlie esperaba que le gustara su barco, a pesar de que era de motor, y los navegantes los llamaban «apestosos» por eso, pero sin duda era una auténtica belleza. -¿Lo alquiláis? -Actuaba con normalidad, y Charlie sonrió al mirarle la cara pintada de verde. Él tenía un aspecto igualmente ridículo vestido de Icón, con las peludas patas y la cola sobre el sofá, y Carole se echó a reír. -Qué pintas tenemos.

– No, no lo alquilamos.

Charlie contestó a la segunda pregunta antes que a la primera.

– ¿Es de Adam?

Charlie le había dejado caer que Adam tenía un éxito enorme en su profesión y que su familia tenía dinero. Negó con la cabeza y contestó, tomando aliento:

– Es mío.

Se hizo un silencio sepulcral mientras Carole lo miraba directamente a los ojos.

– ¿Tuyo? No me lo habías dicho -dijo Carole, con una expresión de absoluta sorpresa. Era un yate enorme.

– Me daba miedo que no te pareciera bien. Cuando nos conocimos acababa de volver de pasar una temporada en él. Todos los veranos paso tres meses en Europa y un par de semanas en el Caribe en invierno. Es maravilloso.

– Me lo puedo imaginar -replicó Carole, pensativa. -¡Vaya, vaya, Charlie…!

Era un indicio evidente de la enorme riqueza de Charlie, que contrastaba tremendamente con la forma de vida, el trabajo y las convicciones de Carole. La fortuna de Charlie no era ningún secreto, pero ella vivía de un modo mucho más sencillo y discreto. El centro de su mundo estaba en el corazón mismo de Harlem, y no en un yate flotando perezosamente en el Caribe. Charlie sabía que, en espíritu, ella era mucho más espartana que él, y no quería que pensara mal de él por los lujos que se permitía en la vida. No quería espantarla.

– Espero que esto no rompa nuestra relación -dijo en voz baja. -Me gustaría que vinieras al barco algún día. Se llama Blue Moon.

Se sintió un poco mejor tras habérselo contado, pero no sabía cómo se sentía ella. Parecía horrorizada.