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La acompañó a casa en un taxi y la besó en el portal. Ella no lo invitó a subir, pero ya le había dicho antes que tenía la casa patas arriba. Charlie no conocía su estudio, pero se imaginaba lo difícil que resultaría vivir en una sola habitación, y encima con la vida tan ajetreada que llevaba ella.

La besó en la punta de la nariz, y ella se rió al ver que tenía los labios verdes. Aún no se había quitado la pintura de la cara.

– Te llamo mañana -prometió Charlie antes de volver al taxi. -Y miraré lo de las entradas para el ballet, a lo mejor para la próxima semana.

Carole volvió a darle las gracias, lo saludó con la mano y desapareció en el edificio mientras él se alejaba.

A Charlie le pareció que el apartamento estaba vacío sin ella. Le gustaba cómo llenaba su espacio, su vida, su corazón.

CAPÍTULO 15

La secretaria de Charlie le dijo a la mañana siguiente que había reservado entradas para el ballet, para el viernes. Al parecer era una excelente producción de Giselle. Charlie le dejó un recado a Carole para decírselo y se puso a abrir el correo. Le había llegado la nueva guía de antiguos alumnos de Princeton, y buscó el nombre de Carole, por pura curiosidad. Como sabía el año en que se había licenciado, no le resultaría difícil. Pasó las páginas correspondientes y frunció el ceño al no encontrarlo.

Pensó en el año que ella le había dicho y volvió a intentarlo. Carole no aparecía, algo muy extraño. Habían cometido un error, sin duda. Se lo comentó a su secretaria un poco más tarde y decidió hacerle un favor a Carole para que no perdiera tiempo, porque estaba seguro de que querría solucionarlo. Le pidió a su secretaria que llamara al despacho de antiguos alumnos y les comunicara la omisión. Le dio el nombre completo de Carole, Carole Anne Parker, y el año en que se había licenciado.

Estaba trabajando con ahínco en unos informes económicos aquella tarde cuando lo llamó su secretaria por el interfono. Cogió el aparato, distraído. Estaba intentando desentrañar unas proyecciones económicas sumamente complicadas y tuvo que concentrarse en lo que acababan de decirle.

– Señor Harrington, he llamado al despacho de antiguos alumnos, como me pidió. Les he dado el nombre y la titulación de la señorita Parker, pero me han dicho que no hay ningún licenciado por Princeton con ese apellido. Les pedí que volvieran a comprobarlo, y lo hicieron. Creo que no fue a Princeton, y que quizá ese sea el error. En el despacho insisten en que no estudió allí.

– Es absurdo. Deme el número. Voy a llamar yo.

Estaba indignado por aquella estupidez, como seguro que lo habría estado Carole. Incluso sabía a qué club gastronómico había pertenecido. En su currículo aparecía por todas partes que había ido a Princeton.

Pero cuando llamó, cinco minutos más tarde, le dijeron lo mismo. Aún más, se pusieron muy desagradables y dijeron que jamás cometían esa clase de errores. Carole Anne Parker no se había licenciado en Princeton e incluso, según sus archivos, ni siquiera se había matriculado allí nadie con ese apellido.

Al colgar el teléfono, Charlie sintió un escalofrío en la espalda. Y cinco minutos más tarde, con la sensación de ser un monstruo, llamó a la Escuela de Trabajo Social de Columbia, donde le dijeron lo mismo. Carole tampoco había estudiado en Columbia. Cuando colgó, Charlie sabía que había encontrado el defecto imperdonable. La mujer de la que se estaba enamorando era una farsante. Quienquiera que fuese, y por bien intencionado que fuera su trabajo en el centro, no tenía ninguna de las titulaciones que aseguraba poseer e incluso había estafado un millón de dólares a su fundación, amparándose en documentos falsos y referencias fraudulentas. Casi constituía un delito, salvo por el hecho de que no había utilizado el dinero en su propio beneficio, sino para ayudar a los demás. No sabía qué hacer con aquella información. Necesitaba tiempo para pensar y digerirla.

Por primera vez desde que se habían conocido, hacía seis semanas, Charlie no contestó a la llamada de Carole. No podía desaparecer sin más de su vida, y quería una explicación, pero primero necesitaba tiempo para asimilarlo, y al cabo de dos días iba a llevarla al ballet. Decidió no decirle nada hasta entonces, y enfrentarse después al asunto. La llamó más tarde y le dijo que había surgido un problema en el consejo de administración y no podría vería hasta el viernes. Carole respondió que lo comprendía perfectamente, que esas cosas también le pasaban a ella. Pero cuando colgó se preguntó por qué Charlie le habría hablado con tanta frialdad. En realidad, Charlie había estado a punto de echarse a llorar. La mujer a la que tanto admiraba desde el mismo día en que se habían conocido era una mentirosa.

Pasó dos días de tormento, esperando a verla, y cuando fue a recogerla el viernes estaba preciosa. Llevaba el vestidito negro de rigor, zapatos de tacón y una sencilla chaqueta de piel negra. Iba maravillosamente vestida, e incluso se había puesto unos pendientes de perlas muy adecuados para la ocasión que, según dijo, eran de su madre. Charlie ya no creía ni media palabra. Había contaminado cuanto había entre ellos con las mentiras sobre Columbia y Princeton. Ya no se fiaba de ella, y a Carole le pareció que Charlie estaba tenso y triste. Le preguntó si pasaba algo justo cuando se alzaba el telón, y él asintió con la cabeza. Apenas había hablado en el taxi, ni cuando entraron en el Lincoln Center. Carole pensó que tenía un aspecto espantoso, y supuso que había ocurrido algo terrible en la fundación desde la última vez que lo había visto.

En el intermedio fueron al bar a tomar una copa, y antes de volver a sus asientos Carole se excusó para ir a los lavabos. Justo cuando iba a apartarse de Charlie se le echó encima una pareja, sin que pudiera evitarla. Volvió la cabeza, como si quisiera esconderse, algo que Charlie observó y le hizo sentir vergüenza. Carole se limitó a decirle que eran amigos de sus padres, que no los soportaba y a continuación se esfumó. Charlie cayó entonces en la cuenta de quiénes eran, cuando la mujer se plantó delante de él, seguida por su marido. Él también los conocía, y tuvo que reconocer que tampoco le caían bien. Eran unos trepas insoportables.

La mujer cotorreó interminablemente sobre el espectáculo, y dijo que prefería la producción de la temporada anterior. Se extendió hasta la saciedad en las debilidades y las virtudes de los bailarines y después clavó los ojillos en Charlie e hizo un comentario críptico que al principio él no entendió.

– Vaya, todo un golpe maestro, ¿eh? -dijo la mujer, en tono cómplice y malicioso. Charlie no tenía ni idea de a qué se refería y se quedó mirándola, deseando que volviera Carole. Enfadado como estaba con ella, prefería su compañía a la de aquella mujer espantosa y su marido, más comedido, que se le habían pegado por ser él quien era. -Tengo entendido que estuvo a punto de volverse loca cuando la dejó su marido. Aunque no sé para qué lo necesitaba, francamente, porque los Van Horn tienen muchísimo más dinero que él, la fortuna más antigua del país, mientras que él no es más que un nuevo rico.

Charlie no tenía ni idea de por qué le estaba hablando de los Van Horn. Conocía a Arthur van Horn, pero no mucho. Era el hombre más conservador que había conocido en su vida, el más envarado y desde luego, el más aburrido, y no le interesaba lo más mínimo cuánto dinero tenía.