Estaba tan alterado que temblaba de pies a cabeza, igual que ella. A Carole le dolía que hubiera salido así a la luz, pero en cierto sentido sentía alivio. Detestaba la idea de mentirle. Una cosa era no contarle quién era a la gente del centro, pero no contárselo a él era totalmente distinto.
– Charlie, solo quería que me quisieras por mí misma, no por el apellido de mi padre.
– ¿Qué te creías? ¿Que andaba detrás de tu dinero? Eso es absurdo y tú lo sabes. Has convertido esta relación en una farsa, y que me mintieras es una tremenda falta de respeto hacia mí.
– Solo te he mentido sobre mi apellido y el mundo del que vengo. No es tan importante. Sigo aquí, y te pido perdón. No debería haberlo hecho, tienes razón, pero lo he hecho. A lo mejor simplemente tenía miedo. Y como empezaste a conocerme como Carole Parker, me resultaba mucho más difícil explicarte quién soy de verdad. Por Dios, que no he matado a nadie, ni te he robado dinero.
– Has robado mi confianza, que es peor. -Lo siento, Charlie. Creo que me estoy enamorando de ti. AI pronunciar estas palabras empezaron a rodarle las lágrimas por las mejillas. A sus ojos, ella había metido la pata hasta el fondo, y se sentía fatal. Adoraba a Charlie.
– No te creo -contestó él, casi escupiéndole las palabras. -Si estuvieras enamorándote de mí, no me habrías mentido.
– Cometí un error. La gente comete errores a veces. Tenía miedo. Solo quería que me quisieras por mí misma.
– Ya había empezado a quererte, pero Dios sabe quién eres de verdad. Había empezado a enamorarme de Carole Parker, una chica sencilla sin dinero ni nada a su nombre. Ahora resulta que eres otra persona. Una puñetera heredera, encima.
– ¿Y es tan terrible? ¿No puedes perdonármelo?
– Tal vez no. Lo terrible es que me mintieras, Carole. Eso es lo terrible.
Desvió los ojos y se puso a mirar el parque por la ventana. Se quedó así un buen rato, dándole la espalda. Habían dicho más que suficiente para una noche, quizá para siempre.
– ¿Quieres que me marche? -preguntó Carole con voz entrecortada.
Charlie no contestó inmediatamente; después asintió con la cabeza y por fin habló.
– Sí. Se acabó. No podría confiar en ti. Has estado mintiéndome durante casi dos meses, un montón de tiempo.
– Lo siento -dijo Carole en voz baja.
Charlie aún le daba la espalda. No quería volver a verla. Era demasiado doloroso. En el aire flotaba el defecto imperdonable.
Carole salió calladamente del apartamento y cerró la puerta. Seguía temblando cuando entró en el ascensor y cuando llegó abajo. Se dijo que todo aquello era ridículo. Charlie estaba enfadado con ella porque era rica, cuando en realidad él era aún más rico. Pero no se trataba de eso, y lo sabía. Estaba furioso con ella porque le había mentido.
Volvió a su casa en taxi, con la esperanza de que él la llamara aquella noche, pero no fue así. No la llamó ni aquella noche ni al día siguiente. Revisaba constantemente el buzón de voz. Pasaron semanas, y él siguió sin llamaría. Por último, comprendió que no volvería a hacerlo. Lo que Charlie le había dicho aquella noche era verdad, que para él todo había acabado y que no podía confiar en ella. Por buenas que hubieran sido sus intenciones, Carole había roto la sagrada confianza entre ellos, la esencia de una relación. No quería volver a verla, ni a hablar ni a estar con ella. Sabía que estaba enamorada de él, pero también que eso no cambiaría nada. Charlie se había marchado para siempre.
CAPÍTULO 16
Dos semanas antes del día de Acción de Gracias, Adam y Maggie estaban pasando una noche tranquila en casa de Adam cuando de repente ella sacó a colación el tema de aquella fiesta. No había pensado en el asunto hasta entonces, pero ahora que pasaban tanto tiempo juntos quería pasar el día con él, y se preguntó si estaría con sus hijos. Aún no los conocía, y los dos coincidían en que era demasiado pronto. Pasaban juntos casi todas las noches, y a Adam le encantaba estar con ella; pero, como le había dicho, era la prueba de circulación en carretera de su relación y tenían que dar un buen paseo.
– ¿El día de Acción de Gracias? -Adam la miró sin comprender. -¿Por qué?
– ¿Vas a ir con tus hijos?
– No, se los lleva Rachel con sus suegros, a Ohio. En vacaciones nos turnamos, y este es mi año libre.
Maggie le sonrió. Esperaba que eso supusiera una buena noticia para ella. Hacía años que no celebraba ese día como es debido, con personas a las que quería. En realidad desde que era pequeña. En una ocasión había preparado un pavo con su madre, que estaba tan borracha que se desmayó antes de que la comida estuviera lista. Maggie acabó comiendo sola en la cocina, pero al menos su madre estaba allí, aunque fuera en la habitación de al lado, inconsciente.
– ¿Crees que podríamos pasar el día juntos? -preguntó, acurrucándose junto a él y mirándolo.
– No, imposible -respondió Adam, con expresión sombría.
– ¿Porqué?
Maggie se lo tomó como un rechazo. Las cosas iban realmente bien entre ellos, y la brusquedad de su respuesta la pilló por sorpresa e hirió sus sentimientos.
– Porque tengo que ir a casa de mis padres. Y no puedo llevarte.
Con un apellido como O'Malley, a su madre le daría un ataque al corazón. Y, además, no era asunto suyo con quién salía.
– ¿Y por qué vas a ir? Creía que lo habías pasado fatal en Yom Kipur.
No entendía la lógica de Adam.
– Claro que sí, pero eso no tiene nada que ver. En mi familia hay que hacer acto de presencia en las celebraciones. Es como una orden de detención. No es por pasar un buen rato, sino por tradición y obligación. A pesar de que me ponen los nervios de punta, para mí la familia es importante. La mía es asquerosa, pero de todos modos pienso que tengo que aparecer y presentar mis respetos. Sabe Dios por qué, pero creo que se lo debo. Mis padres son viejos y no van a cambiar, así que hago de tripas corazón y voy. ¿Tú no tienes adonde ir? ¿Qué vas a hacer?
Se lo preguntó con tristeza. Detestaba que le recordaran que tenía que pasar otro día espantoso con ellos. Siempre había detestado las vacaciones. Su madre conseguía estropeárselas todas. Lo único bueno era que sus padres celebraban la Janucá, no la Navidad, y podía pasar ese día con sus hijos. Por lo menos eso era divertido, al contrario que las celebraciones en Long Island.
– Quedarme en casa, sola. Las demás van a casa de sus padres.
Y, naturalmente, ella no tenía adonde ir.
– No hagas que me sienta culpable -dijo Adam, casi gritando. -Bastante tengo con mi madre. Maggie, de verdad que siento que no tengas adonde ir, pero yo no puedo hacer nada. Tengo que ir a casa.
– No lo entiendo -insistió Maggie. -Te tratan como a un trapo, o eso me has dicho, o sea que ¿por qué tienes que ir?
– Porque creo que es mi deber -respondió Adam, tenso. No quería tener que defender sus decisiones ante Maggie. Bastante difícil le resultaba ya. -No tengo otra opción.
– Claro que la tienes -lo contradijo Maggie.
– No, no la tengo. No quiero volver a discutirlo contigo. Así son las cosas. Esa noche iré a casa de mis padres. Podemos hacer algo el fin de semana.
– No se trata de eso. -Estaba presionándolo, y a Adam no le gustaba nada. Empezaba a pisar terreno peligroso. -Si esto es una relación, quiero pasar las vacaciones contigo -continuó Maggie, aun sabiendo el riesgo que corría. -Llevamos juntos dos meses.