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– Maggie, no insistas -le advirtió Adam. -No tenemos una relación. Estamos saliendo, que no es lo mismo.

– Usted perdone -replicó Maggie sarcásticamente. -¿Desde cuándo?

– Conocías las normas cuando empezamos. Tú llevas tu vida y yo la mía. Nos vemos cuando nos viene bien a los dos. Resulta que en Acción de Gracias a mí no me viene bien. Ojalá. De verdad, ojalá pudiera. Y, si pudiera, me encantaría pasar el día contigo. Acción de Gracias con mis padres es un mal trago para mí, Vuelvo a casa con dolor de estómago, migraña y hasta el culo de todo, pero así estén cayendo chuzos de punta, me esperan.

– Pues vaya mierda -repuso Maggie con un mohín.

– Pues sí. Para los dos.

– ¿Y a qué viene esa chorrada de que esto no es una relación y que nos vemos a medio camino o no sé qué?

– Eso es lo que estamos haciendo. Por no hablar de que nos vemos todos los fines de semana, que no es ninguna tontería.

– Pues entonces es una relación, ¿no?

Siguió insistiendo, sin fijarse en las señales de peligro que le hacía Adam, cosa rara en ella, pero estaba muy disgustada por lo del día de Acción de Gracias, por no poder pasarlo con él. Le infundía coraje para desafiarlo, a él y a sus «normas».

– Una relación es para las personas que quieren acabar casándose. Yo no quiero, y te lo he dicho. Nosotros salimos, y a mí me va bien.

Maggie no añadió ni media palabra, y a la mañana siguiente volvió a su apartamento. Adam se sintió culpable durante toda la tarde por lo que había dicho. Tenían una relación. El no veía a nadie más y ella tampoco, que él supiera. Sencillamente no quería reconocerlo, pero tampoco quería herir los sentimientos de Maggie. Y no le gustaba nada no poder estar con ella en Acción de Gracias. Lo horrorizaba todo aquello y se sentía fatal. Cuando la llamó, Maggie estaba trabajando, y le dejó un mensaje cariñoso en el contestador.

No tuvo noticias de ella ni siquiera después del trabajo, y tampoco se presentó en su apartamento. La llamó por la noche, y no la encontró. Después la llamó cada hora, hasta medianoche. Pensó que no respondía para castigarlo, hasta que contestó una de sus compañeras de piso y le dijo que no estaba. La siguiente vez que llamó le dijeron que estaba durmiendo. Ella no lo llamó. Y a la tarde siguiente Adam echaba humo por las orejas. Por último decidió llamarla al trabajo, algo que raramente hacía.

– ¿Dónde estuviste anoche? -le preguntó, intentando parecer más tranquilo de lo que se sentía.

– Pensaba que solo salíamos juntos. ¿No decías que nada de preguntas? Tengo que comprobarlo, pero creo que así son las normas, puesto que no tenemos una relación.

– Oye, lo siento. Fue una estupidez. Es que estaba enfadado por lo de Acción de Gracias. Me siento como un gusano por dejarte sola.

– Eres un gusano por dejarme sola -lo corrigió ella.

– Maggie, ya está bien, por favor. Tengo que ir a Long Island. Lo juro por Dios, no tengo otra opción.

– Sí la tienes. No me importa si estás con tus hijos. Eso lo entiendo, pero deja de pasar las fiestas con tus padres para que te castiguen.

– Son mis padres, y tengo que ir. Oye, ven esta noche a casa. Te haré la cena y lo pasaremos bien.

– Tengo cosas que hacer. Llegaré a las nueve.

Parecía muy serena.

– ¿Qué tienes que hacer?

– No me hagas preguntas. Iré en cuanto pueda.

– ¿De qué va todo esto?

– Tengo que ir a la biblioteca -contestó Maggie, y Adam replicó, bufando:

– Es la excusa más absurda que he oído en mi vida. Muy bien. Nos vemos esta noche. Ven cuando quieras.

Colgó y sintió deseos de decirle que no fuera, pero quería verla y saber qué pasaba. Al menos dos noches a la semana no la encontraba en su casa cuando la llamaba. Si estaba viendo a alguien más, él quería saberlo. Maggie era la primera mujer a la que le era fiel desde hacía años. Y empezaba a pensar si no lo estaría engañando.

La esperaba, sentado en el sofá y tomando una copa, cuando apareció Maggie. Eran casi las diez, y Adam iba por la segunda copa. Había estado mirando el reloj cada cinco minutos. Maggie le dirigió una mirada de disculpa al entrar.

– Perdona. He tardado más de lo que pensaba. He venido lo antes posible.

– ¿Qué has estado haciendo? Dime la verdad.

– Creía que no íbamos a hacernos preguntas -contestó ella, nerviosa.

– [Déjate de gilipolleces! -le gritó Adam. -Sales con alguien, ¿verdad? Maravilloso. Perfecto, Durante los últimos once años he tenido poco menos que un harén. Apareces tú, y por primera vez desde hace años soy fiel. ¿Y qué haces tú? Tirarte a otro. -Adam -dijo Maggie en voz baja, mirándolo a los ojos desde enfrente, -no me estoy tirando a nadie. Lo juro.

– Entonces, ¿dónde estás cuando te llamo por la noche? No vuelves hasta casi las doce. Nunca estás en tu casa, y aquí tampoco.

Echaba chispas por los ojos y le iba a estallar la cabeza. Él con dolor de cabeza y la mujer por la que estaba loco follando con otro. No sabía si llorar o gritar. Quizá fuera justicia poética, por lo que él le había hecho a otras mujeres, pero cuando le pasaba a él no le gustaba nada. Estaba loco por Maggie.

– ¿Dónde has estado esta noche?

– Ya te lo he dicho -contestó ella con calma. -En la biblioteca.

– Maggie, por favor… al menos no me mientas. Ten huevos para decirme la verdad.

Al ver la desesperación reflejada en sus ojos, Maggie comprendió que no le quedaba más remedio. Tenía que decirle la verdad. No quería, pero si pensaba que se veía con otro, tenía derecho a saber lo que hacía cuando no estaba con él.

– Voy a clases preparatorias de derecho -dijo en voz baja pero con firmeza, y Adam se quedó mirándola. -¿Que vas adonde? Sin duda no había oído bien.

– Quiero terminar la secundaria y estudiar derecho, y voy a tardar como cien años en obtener la licenciatura. Solo puedo con dos asignaturas al semestre. De todos modos, no puedo permitirme más. Tengo una beca parcial. -Exhaló un profundo suspiro. Sentía gran alivio tras haberle contado la verdad. -Esta noche he estado en la biblioteca, porque tengo que entregar un trabajo. Hay parciales la semana que viene.

Adam siguió mirándola con incredulidad y al final su cara se distendió con una sonrisa.

– Es una broma, ¿no?

– No, no es ninguna broma. Llevo ya dos años.

– ¿Por qué no me lo habías contado?

– Porque pensaba que te reirías de mí.

– ¿Y por qué demonios me iba a reír?

– Porque no quiero ser camarera el resto de mi vida, y tampoco busco a un hombre que me rescate. No quiero depender de nadie. Quiero valerme por mí misma.

Al oír aquellas palabras a Adam casi se le llenaron los ojos de lágrimas. Todas las mujeres que había conocido o con las que había salido querían embaucar al primer desgraciado que apareciera, incluido él, y Maggie se deslomaba trabajando, sirviendo mesas, iba a clase dos veces a la semana y aspiraba a estudiar derecho. Jamás le había pedido ni un centavo. Y con más frecuencia de lo que a él le habría gustado se presentaba con algo de comer y un regalito para él. Era una mujer fantástica.

– Ven aquí -dijo, haciéndole una señal. Maggie fue hasta donde estaba sentado, y Adam la rodeó con sus brazos. -Quiero que sepas que me pareces fantástica, la mujer más increíble que he conocido en mi vida. Te pido perdón por haber sido un gilipollas, y también por haber estado a punto de dejarte sola en Acción de Gracias, pero te prometo que lo celebraremos el jueves, y que no volveré a darte la brasa preguntándote dónde has estado. Y otra cosa -añadió con naturalidad, pero con una ternura en los ojos que Maggie no había visto nunca. -Quiero que sepas que te quiero.