– No sé, quizá tengas razón -dijo con tristeza. -Me puse furioso cuando me enteré, me sentí estafado, como un perfecto idiota. Le tiene verdadera aversión a su mundo y a su clase. Detesta todo lo que representan. ¿Hasta qué punto es eso normal y sano?
– Quizá no llevó una vida tan fácil cuando era pequeña -terció Gray. -Todos creemos que los demás lo han pasado estupendamente, pero no sabemos quién sufría insultos, o maltratos, a quién trataban a patadas o abandonaban, o de quién abusaba sexualmente su tío. Todos llevamos lo nuestro a las espaldas. En la vida nadie se va de rositas, y a lo mejor a Carole no le fue demasiado bien. He leído muchas cosas sobre su padre, y aunque es un tío muy importante, me da la impresión de que no es precisamente una perita en dulce. No sé, Charlie, a lo mejor tienes razón y Carole no es más que una embustera que al final te dará bien por saco, pero ¿y sí no es así? ¿Y si es un ser humano decente que se hartó de ser quien es y de criarse como la hija de uno de los tíos más ricos del mundo? A mí me cuesta trabajo imaginarlo, pero precisamente tú deberías saber que las responsabilidades que te caen encima a veces no son un plato de gusto. Francamente, Charlie, me encantan las cosas que tienes y lo paso divinamente en el barco contigo, pero si lo pienso dos veces, no sé si me gustaría estar en tu lugar día tras día. A veces pienso que debe significar muchísimo trabajo y mucha soledad.
Gray jamás había sido tan sincero, y a Charlie lo emocionó, mucho más de lo que su amigo podía imaginarse.
– Tienes razón. Es mucho trabajo, y a veces te sientes muy solo, pero es que no te dejan elegir. Tarde o temprano te pasan el testigo, en ocasiones demasiado pronto, como fue mi caso, y allá te las apañes. No te puedes quedar en la línea de banda llorando y decir que no quieres jugar. Haces lo que puedes.
– Pues me da la impresión de que lo mismo le pasó a Carole. A lo mejor necesitaba alejarse de lo que era.
Charlie jugueteó pensativamente con unas migas de pan sobre el mantel, reflexionando sobre lo que acababan de decir Sylvia y Gray. Cabía la posibilidad de que fuera verdad.
– La mujer que me contó quién es Carole me dijo que había estado a punto de volverse loca cuando se deshizo su matrimonio. Carole me había contado casi lo mismo hace ya tiempo. Me da la impresión de que su ex marido es un hijo de puta, un maltratador y un psicópata. Lo conozco, y no es un tipo agradable. Ganó mucho dinero por sí mismo, pero creo que es una auténtica mierda de persona. No me extrañaría que se hubiera casado con Carole porque es una Van Horn.
Gray había dado en el clavo. A lo mejor Carole necesitaba alejarse de todo aquello. Llevaba escondiéndose casi cuatro años, y se sentía más segura en las calles de Harlem que en su propio mundo, lo cual era indicio de la tristeza de su vida anterior y de lo que le había ocurrido, y Charlie sabía que no se lo había contado todo. A Carole debía de resultarle demasiado difícil.
– Lo voy a pensar -dijo al fin, y los tres exhalaron un suspiro de alivio cuando cambió el tema de conversación. A todos les había costado mucho expresar sus sentimientos sobre Carole, Todos tenían sus cosas, sus heridas y sus miedos. Y de lo que se trata en la vida es de ir salvando los escollos y de llegar a buen puerto antes de que se hunda el barco.
Charlie se quedó con ellos hasta las diez de la noche, charlando sobre lo que estaban haciendo. Gray y Sylvia contaron anécdotas divertidas sobre su vida en común. Charlie les habló de la fundación, y no volvieron a tocar el tema de Carole. Charlie se despidió de los dos con cierta pena, y les dio un abrazo. Verlos tan felices lo había emocionado profundamente, pero también había agudizado su sensación de soledad. No podía ni imaginarse cómo sería estar así, dos personas que lentamente van entretejiendo sus vidas tras tantos años de soledad. A él le habría gustado intentarlo, pero al mismo tiempo le daba miedo. ¿Y si se cansaban el uno del otro, o se engañaban? ¿Y si uno de ellos se moría, o se ponía enfermo? ¿O si se defraudaban mutuamente, y la erosión del tiempo y los problemas cotidianos de la vida acababan por desgastarlos? ¿O si la tragedia se cebaba en uno de ellos, o en los dos? Todo parecía de alto riesgo.
Y ya en la cama, pensando en sus amigos, se inclinó para coger el teléfono, como poseído por una fuerza irresistible. Marcó el número de Carole como si sus dedos tuvieran vida propia, y de repente oyó su voz, como si la hubiera llamado otra persona, y no le quedó más remedio que preguntar.
– ¿Carole?
– ¿Charlie?
Los dos parecían igualmente sorprendidos.
– Esto… bueno, quería felicitarte el día de Acción de Gracias -dijo Charlie, casi atragantándose.
– Pensaba que no volvería a saber nada de ti -repuso Carole, estupefacta. Habían pasado casi cuatro semanas. -¿Estás bien?
– Sí, bien -contestó Charlie, tumbado en la cama y paladeando la voz de Carole con los ojos cerrados. Le dio la impresión de que Carole estaba temblando, y así era, tumbada en su cama, al volver a oír la voz de Charlie. -Lo he celebrado con Sylvia y Gray. -Algo de lo que le habían dicho debía de haberle llegado a lo más hondo, porque sabía que, si no, no la habría llamado. Por primera vez en su vida había echado el freno, se había parado a mirar a su alrededor y había dado media vuelta. Estaba en el último tramo, de nuevo con tierra a la vista. -Ha estado muy bien. Y tú, ¿qué tal?
Carole suspiró y sonrió. Qué alivio, poder hablar de cosas mundanas.
– Como siempre. Nadie de mi familia agradece lo que tiene. Se consideran tan maravillosos, tienen tanta confianza en sí mismos que te da vergüenza ajena. Ni se les pasa por la cabeza que haya otras personas que no tienen lo mismo que ellos, y que a lo mejor ni siquiera lo desean. Para nosotros no es una celebración familiar, sino que somos maravillosos por ser la familia Van Horn. A mí me pone mala. El año que viene voy a celebrar Acción de Gracias en el centro, con los niños. Prefiero comer emparedados de pavo o de mantequilla de cacahuete con mermelada, que a lo mejor es lo que tenemos cuando se acabe el dinero que tú nos diste, a tomar champán y faisán. Se me atragantan. Y encima detesto el faisán, desde siempre.
Charlie sonrió. Sylvia y Gray tenían razón, y seguramente él se había equivocado. Carole llevaba como una carga ser una Van Horn. Quería ser como los demás, y él a veces sentía lo mismo.
– A mí se me ocurre una idea mejor -dijo con tranquilidad.
– Dime -repuso Carole, conteniendo el aliento. No tenía ni idea de lo que iba a contarle, pero le encantaba el sonido de su voz. Y todo lo demás de Charlie.
– Pues a 4o mejor el próximo año podríamos celebrar Acción de Gracias juntos, con Sylvia y Gray. El pavo estaba muy bueno.
Charlie sonrió al recordar la tarde que había pasado con ellos, tan agradable y tan íntima, y que habría sido aún mejor si Carole hubiera estado allí.
– Me encantaría -dijo Carole con lágrimas en los ojos, y decidió presentar cara a su deslealtad. No pensaba en otra cosa desde hacía cuatro semanas. Sus motivos habían sido lícitos, pero sabía que había obrado mal. Si quería estar con Charlie, y amarlo, tenía que decirle la verdad, por mucho que a él no le gustara o por mucho que lo atemorizara. Tenía que confiar en él lo suficiente para que comprendiera quién era realmente ella, costara lo que costase. -Siento haberte mentido. Fue una estupidez -añadió con tristeza.
– Ya lo sé. Yo también cometo estupideces, como todo el mundo. A mí me daba miedo decirte lo del barco.
Había sido un pecado de omisión, no de obra, pero Charlie lo había cometido por las mismas razones. A veces resultaba muy difícil vivir allí fuera, en el mundo, visible para todos, como un enorme blanco al que cualquiera podía apuntar. También a veces Charlie tenía la sensación de llevar una diana pintada en la espalda, y parecía que a Carole le ocurría lo mismo. No resultaba fácil vivir así.