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Pero Charlie no estaba dispuesto a quedarse en casa por obligación. Si Carole no podía transigir con eso, se había acabado. Charlie quería que lo aceptase tal y como era, con todos sus defectos, y uno de ellos era su fobia a las vacaciones desde la muerte de sus padres, fobia que había empeorado con la muerte de Ellen.

– Lo siento -dijo Adam con tristeza. -Me preocupa que Maggie piense lo mismo. Es una lástima que no puedan dejar las cosas como están, pero para algunas personas las vacaciones son muy importantes. No sé qué les pasa a las mujeres con las vacaciones, pero si no actúas como es debido, te largan.

– Eso parece -repuso Charlie, molesto.

Pero también estaba preocupado por Carole. Desde que se lo había contado se había abierto un gran vacío entre ellos, y tenía pensado pasar tres semanas fuera, mucho tiempo para que siguiera enfadada. Sobre todo si se tenía en cuenta que acababan de volver a estar juntos. Lo último que necesitaban era otro gran bache, pero ya se habían topado con él. Charlie sabía casi con certeza que su relación no sobreviviría a otro. No soportaba la idea de perder a Carole, le daba miedo, pero no lo suficiente para quedarse en Nueva York. Su fobia era tan poderosa como la necesidad de Carole de que se quedara en casa con ella.

– Y, por si fuera poco, mis hijos han conocido a Maggie este fin de semana y están como locos de contento. Francamente, Charlie, me da mucha rabia cabrearla.

Aún más: no quería hacerle daño, e iba a hacérselo. Mucho.

– O sea ¿que no puedes venir? -preguntó Charlie, pasmado.

– No lo sé. A lo mejor han cambiado las cosas, para los dos. O al menos para mí.

Ignoraba hasta qué punto llegaba el compromiso de Charlie con Carole, y sospechaba que tampoco lo sabía Charlie. Maggie y él estaban viviendo juntos y querían seguir adelante.

– Lo pensaré -dijo Charlie. -Luego te llamo.

– Llámame al móvil. Voy a estar toda la tarde fuera, en reuniones. Bromas aparte, y aunque no lo creas, tengo que sacar en libertad bajo fianza a uno de mis clientes.

– ¡Qué suerte! Bueno, luego hablamos -dijo Charlie, y colgó.

Eran casi las cinco cuando Charlie volvió a hablar con Adam, 7 los dos parecían muy crispados. Adam había pasado una tarde de pesadilla, haciendo juegos malabares con el cliente y con la prensa, y Charlie estaba intentando quitarse de encima a ciertos tiburones financieros antes de final de año. Pero, aparte de eso, le preocupaba Carole. Había tenido muy en cuenta lo que decía Adam, que las cosas habían cambiado, y si quería algo más de lo que había tenido en su vida hasta entonces, él también tenía que cambiar. Se sentía como si estuviera a punto de lanzarse a un precipicio, aunque esperaba no caer sobre cemento. Pero aún estaba por ver.

– Vale. Vamos a hacerlo -dijo, como si estuviera sugiriéndole a Adam lanzarse sin paracaídas desde un avión.

– ¿Hacer qué?

Adam parecía confuso, y había un montón de ruido porque seguía en la cárcel, intentando mantener a raya a los periodistas. Parecía la jaula de las aves del zoo.

– ¿Por qué no te llevas a Maggie al barco? Me cae bien. Tú la quieres y ella te quiere a ti. Lo pasaremos bien, y al diablo con todo. A lo mejor tu relación no se mantiene si no lo haces. -No quería ser el responsable. Comprendía que Adam estaba entre la espada y la pared, y que incluso a lo mejor quería que Maggie fuera. -Si quieres llevarla, adelante. Es asunto tuyo. Yo voy a invitar a Carole también.

– Charlie, eres genial. -Adam no quería pedírselo, pero deseaba llevar a Maggie. -Eres un ángel. Se lo diré esta noche. Y tú ¿qué vas a hacer?

– A lo mejor me he vuelto loco, y ni siquiera sé si es el momento, para ninguno de los dos, pero voy a invitar a Carole. Preferiría que me dejara ir solo, pero si no quiere, o no puede, creo que supondría una gran pérdida para mí, quizá más de lo que creo.

Habían invertido algo en su relación: honradez, verdad, valentía, amor, esperanza… y no estaba dispuesto a canjearlo. Todavía no. Y dejar a Carole sola durante las vacaciones quizá lo obligara a hacerlo, tanto si le gustaba como si no.

– Pero, cono, ¿qué nos está pasando? -dijo Adam, riéndose.

– Me da miedo pensarlo -contestó Charlie lánguidamente.

– Sí, a mí también. Vaya historia, colega. Pero eres una joya por hacer esto. Al menos no tendremos que preocuparnos por echar un polvo, ni depender de las nativas.

– ^No sé, yo que tú no le diría eso a Maggie -repuso Charlie, también riéndose.

– Déjate de gilipolleces. ¿Cuándo te vas?

– Mañana por la mañana.

– Pues buen viaje. Te veo el veintiséis. O sea, te vemos el veintiséis. Ah, por cierto, puedo llevar a Carole allí en avión, si quiere. Dale mi número de teléfono y dile que me llame.

– Vale. Gracias -dijo Charlie.

– No. Gracias a ti.

Colgaron, y Charlie se quedó unos momentos mirando al infinito. Adam tenía razón: las cosas habían cambiado.

Charlie salió del despacho a las cinco y media, cogió un taxi hasta el centro infantil y llegó allí a las seis, justo cuando Carole cerraba su despacho. Le sorprendió verlo, y pensó sí habría pasado algo, algo peor de lo que ya estaba pasando últimamente. Navidad. Nochevieja. Charlie fuera durante tres semanas. Le había amargado las vacaciones. Ni siquiera había visto su árbol.

– Hola, Charlie. ¿Qué tal?

Carole parecía cansada. Había tenido mucho trabajo aquel día en el centro.

– He venido a despedirme -dijo Charlie al entrar.

– ¿Cuándo te marchas?

– Mañana.

Carole asintió con la cabeza. ¿Qué podía decir? Sabía que cuando Charlie volviera todo habría acabado, al menos para ella. Se sentía tan mal por eso como se había sentido Charlie por que le hubiera mentido sobre su apellido. Carole estaba convencida de que, si uno mantenía una relación, pasaba las vacaciones con su pareja. Charlie no lo veía así. Para él, las vacaciones ni siquiera existían. Y quizá tampoco ella. Carole necesitaba a alguien emocionalmente accesible, no a alguien que no se permitía los sentimientos porque le hacían demasiado daño. La vida hace daño, pero hay que vivirla. Y juntos, con un poco de suerte.

– Que tengas buen viaje -dijo Carole, guardando una enorme carpeta en un cajón.

– Y tú -contestó Charlie.

– ¿Cómo que yo?

Estaba demasiado cansada para captarlo. No tenía ganas de jueguecitos.

– Que tengas buen viaje.

– Yo no me voy a ninguna parte.

Se irguió muy seria, mirándolo.

– Claro que sí… bueno, espero que sí… o sea, si quieres, claro… -Charlie se lió con las palabras, y Carole se quedó mirándolo, atónita. -Quiero decir que, si te apetece, me gustaría que fueras al barco con Adam y Maggie el veintiséis. Van en avión hasta allí y, bueno, lo hemos decidido hoy.

– ¿Y quieres que vaya yo también? -Le sonrió, sin dar crédito. -¿Lo dices en serio?

– Totalmente en serio. -Quizá más de lo que hubiera querido. -Me encantaría que vinieras, Carole. ¿Te apetece? -insistió, mirándola. -¿No puedes escaparte?

– Lo intentaré, pero espero que comprendas que yo no quería estropear tu viaje. Lo único que quería era que estuvieras aquí en Navidad y que te marcharas el veintiséis con Adam.

– Ya lo sé, pero no puedo, por lo menos de momento, A lo mejor algún día. Y si tú puedes, pasaríamos dos semanas juntos.

A Carole le pareció una idea estupenda, e incluso a Charlie empezaba a parecérselo. Se alegraba de que Adam lo hubiera llamado,

– No creo que pueda estar más de una semana, pero ya veremos.

– Lo que puedas -dijo Charlie, y le dio un beso.

Carole lo miró con deseo y le devolvió el beso. Y después tomaron un taxi, fueron a casa de Carole y pasaron la noche juntos. Charlie se marchó a la mañana siguiente, e incluso le dio tiempo a ver el árbol de Navidad.