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– Me voy a Las Vegas este fin de semana -dijo Adam con tristeza. -Hablaremos cuando vuelva. Dejémoslo pasar hasta entonces. Vamos a pensar un poco más, y a lo mejor cambias de opinión.

– No voy a cambiar de opinión.

Era como una leona defendiendo a su cachorro.

– No seas cabezota.

– Y tú no seas egoísta.

– No soy egoísta. Estoy intentando tomármelo bien, pero tú no me pones las cosas fáciles. No estoy preparado para tener un hijo, eso es todo, Maggie. No quiero volver a casarme, ni tener un hijo. Soy demasiado viejo.

– Eres demasiado egoísta. Preferirías matarlo -dijo Maggie, estallando en llanto.

También Adam sentía deseos de llorar.

– ¡No soy egoísta! -gritó Adam, y Maggie volvió corriendo al baño, para huir de él y para vomitar.

Las cosas no fueron mejor durante el resto de la semana. Evitaron hablar del asunto, pero se cernía sobre ellos como una bomba a punto de estallar. Adam sintió alivio al marcharse a Las Vegas el jueves. Necesitaba salir de allí. Pasó en Las Vegas la noche del domingo, y cuando Maggie volvió del trabajo el lunes la estaba esperando, sentado en un sillón, con cara de resignación.

– ¿Qué tal el fin de semana? -preguntó Maggie, pero no se acercó a darle un beso.

Ella no había salido de casa, y se había quedado dormida llorando todas las noches, pensando que Adam la odiaba, que la dejaría, se quedaría sola con su hijo y no volvería a verlo.

– Bien. He pensado mucho. -A Maggie estuvo a punto de parársele el corazón, esperando el momento en que Adam le dijera que tenía que marcharse de allí. Se avergonzaba de ella. -Creo que deberíamos casarnos. Podrías venir conmigo a Las Vegas la semana que viene. Yo tengo que ir, de todos modos. Nos casamos sin grandes historias y se acabó.

Maggie lo miró con incredulidad.

– ¿Cómo que «y se acabó»? ¿Que yo me marcho pero el niño es legítimo?

Ella había pensado en cientos de posibilidades, sin encontrar ninguna buena. Él sí la había encontrado.

– No. Entonces estamos casados, tenemos el niño, y vivimos nuestra vida. Juntos, y con el niño. ¿Vale? ¿Contenta? -El no parecía muy contento, pero estaba intentando hacer lo más conveniente. -Además, te quiero.

– «Además» yo también te quiero, pero no pienso casarme contigo.

Pronunció aquellas palabras con tranquilidad y decisión.

– ¿Que no? ¿Y por qué? -Estaba perplejo. -Creía que eso era lo que querías.

– Yo nunca he dicho eso. Lo que he dicho es que voy a tener el niño, no que quiera casarme -declaró Maggie con firmeza, mientras Adam la miraba atónito.

– ¿No quieres casarte?

– No.

– Pero ¿y el niño? ¿Por qué no quieres casarte?

– Adam, no voy a obligarte a que te cases conmigo. Y no quiero casarme «sin grandes historias». Cuando me case, quiero que se entere todo el mundo, y casarme con alguien que quiera casarse conmigo porque sí, no porque tenga que hacerlo. Muchas gracias, pero la respuesta es no.

– Dime que estás de broma, por favor -dijo Adam, escondiendo la cara entre las manos.

– No estoy de broma. No voy a pedirte dinero ni a casarme contigo. Sé cuidar de mí misma.

– ¿Vas a dejarme?

La idea parecía horrorizarlo de verdad.

– Claro que no. Te quiero. ¿Por qué iba a dejarte?

– Porque la semana pasada dijiste que era un egoísta.

– Eres egoísta si quieres matar a nuestro bebé, pero no lo eres si me pides que me case contigo. Gracias, pero no quiero, y tú tampoco.

– ¡Yo sí quiero! -Gritó Adam. -¡Te quiero y quiero casarme contigo! -Parecía desesperado, mientras que Maggie parecía cada vez más tranquila. Había tomado una decisión, y Adam lo vio en sus ojos. -Eres la mujer más cabezota que he conocido en mi vida. -Maggie le sonrió, y él se echó a reír. -Menudo cumplido, Maggie. -La estrechó entre sus brazos y la besó, por primera vez desde hacía una semana. -Te quiero. Cásate conmigo, Maggie, por favor. Vamos a casarnos, a tener el niño y a intentar hacer las cosas como es debido.

– Si hubiéramos hecho las cosas como es debido, primero nos habríamos casado y después habríamos tenido el niño. Pero si entonces no querías casarte conmigo, ¿por qué ahora sí?

– Porque vas a tener un hijo -contestó Adam, casi a gritos.

– Pues olvídate. No voy a casarme.

– ¡Joder! -exclamó Adam, y se sirvió un chupito de tequila que se bebió de un trago.

– No puedes beber. Estamos embarazados -dijo Maggie con afectación, y Adam le lanzó una mirada asesina.

– Muy graciosa. A lo mejor soy alcohólico antes de que acabe todo esto.

– No, todo irá bien, Adam -dijo Maggie con dulzura. -Ya lo arreglaremos. Y no tienes que casarte conmigo. Nunca.

– ¿Y si quiero casarme contigo algún día?

Parecía preocupado.

– Entonces nos casaremos, pero ahora mismo no quieres. Lo sabes tan bien como yo, y un día también lo sabría el niño.

– No voy a decírselo.

– A lo mejor sí.

La gente hacía cosas así a veces. «Tuve que casarme con tu madre…» Maggie no quería eso para su hijo. Y tampoco quería aprovecharse de Adam, aunque estuviera dispuesto a cumplir con su deber.

– ¿Por qué tienes que ser tan honrada, joder? Todas las demás mujeres que conozco quieren que les pague las facturas, que me case con ellas, que les encuentre trabajo y que haga montones de cosas por ellas. Tú no quieres nada.

– Exacto. Solo a tu hijo. A nuestro hijo -dijo Maggie con orgullo.

– ¿Ya se sabe qué es? -preguntó Adam con repentino interés. No quería esa criatura, pero si iban a tenerla, estaría bien saber qué era.

– Tengo que volver dentro de dos semanas a hacerme otra ecografía. Entonces me lo dirán.

– ¿Puedo ir contigo?

– ¿Quieres?

– A lo mejor. Ya veremos.

Se había pasado todo el fin de semana pensando que iba a casarse con ella, y de repente casi se sentía decepcionado. Todo en la vida de los dos era muy raro.

– ¿Qué le vas a contar a tu madre? -le preguntó Maggie después de cenar, y Adam movió la cabeza.

– Sabe Dios. Al menos ahora tendrá un buen motivo para refunfuñar. Supongo que le diré que te llevé a la cama el primer día que salimos, y como eres católica, no querrá que me case contigo.

– Qué bonito.

Adam se inclinó, la besó y le sonrío.

– Maggie O'Malley, estás loca. Vas a tener a mi hijo y no quieres casarte conmigo. Pero te quiero, o sea que se vaya todo a tomar por saco. ¡Ya verás cuando se lo cuente a Charlie y Gray!

Volvió a sonreírle y ella se echó a reír. Al terminar la cena hablaron de las vueltas que daba la vida, como la suya, pero los dos parecían felices cuando se acostaron después de recoger los platos. No era lo que querían ni lo que tenían planeado, pero iban a solucionarlo lo mejor posible, a toda costa.

CAPÍTULO 26

Charlie no llamó a Carole después de que ella se marchara de San Bartolomé. Ella le envió un fax al barco, dándole las gracias, pero no le pareció oportuno llamarlo por teléfono tras las cosas que había dicho la noche antes de su partida. No tenía ni idea de a qué conclusiones estaría llegando Charlie; lo único que sabía, con absoluta certeza, era que necesitaba espacio, y también que lo único que ella podía hacer era evitarlo. Cada día tenía más miedo. Pasaron dos semanas enteras hasta que Charlie la llamó. Ella estaba en su despacho cuando sonó el teléfono. Charlie le dijo que había vuelto, pero con una voz extraña. Le preguntó si podían verse para comer al día siguiente.

– Sería estupendo -contestó Carole, intentando fingir alegría, pero no podía engañar a nadie, ni siquiera a sí misma.

Charlie parecía profundamente preocupado, y tan frío y serio que, después de haber acordado la hora a la que se verían, Carole pensó si no debería cancelar la cita. Sabía lo que se le venía encima. No la había invitado a cenar, ni le había dicho que quería verla aquella noche. Quería verla para comer, al día siguiente. Distancia. Espacio. Solo podía significar una cosa: que quería verla por cortesía, para decirle que todo había acabado. Las palabras estaban escritas en la pared con tal claridad que parecían una pintada. Lo único que podía hacer era esperar.