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– Ya lo arreglaré -dijo Carole mientras Charlie pagaba la cuenta, y volvieron al centro andando lentamente. No se esperaba en absoluto que las cosas fueran a acabar así.

– Te quiero -le dijo Charlie y la besó ante la puerta. La gente que pasaba les sonreía. Tygue, que volvía de comer, les preguntó burlón:

– ¿Qué? ¿Qué tal el día?

– Estupendo -contestó Carole sonriente y volvió a besar a su futuro marido antes de que él volviera a la ciudad. Misión cumplida.

CAPÍTULO 27

La vida fue adquiriendo un ritmo cotidiano y normal para Adam y Maggie. Decidieron no contárselo a los niños hasta que a Maggie se le notara el bebé, para lo que aún faltaban al menos dos meses. Y no se lo iban a contar a la madre de Adam hasta que lo supieran sus hijos. Adam quería concederles el honor de contárselo a ellos primero. Aun así, iba a resultar difícil de explicar, y Adam estaba seguro de que Rachel tendría mucho que decir.

Adam tenía mucho trabajo con sus clientes, pero pudo acompañar a Maggie a hacerse la ecografía dos semanas más tarde. El bebé estaba sano, todo parecía ir bien, y era un niño. Cuando lo vieron moverse, los dos lloraron. Maggie estaba de cuatro meses.

Adam tenía que ir a Las Vegas a la semana siguiente, y le preguntó a Maggie si le apetecía ir con él. Daba la casualidad de que tenía dos días libres, y accedió. Para la tensión que soportaba en la vida, Adam gozaba de un humor excelente, y se estaba tomando muy bien lo del bebé. Maggie dormía mucho y vomitaba casi todos los días, pero intentaba no quejarse. Era por una buena causa.

La noche que fueron a Las Vegas se sentía un poquito mejor. Una de las grandes estrellas que representaba Adam iba a actuar allí dos días, pero Adam solo podía quedarse dos noches, y además Maggie tenía que volver al trabajo.

Fueron en el avión de Adam y se alojaron en el Bellagio, que a Maggie le encantó. Y, encima, Adam le dijo que les habían dado la suite presidencial, que constaba de comedor, salón, sala de reuniones y dormitorio, con la cama más grande que Maggie había visto en su vida. En el salón había un piano de cola. La actuación que habían ido a ver no empezaba hasta medianoche, y llegaron a tiempo de pasar un rato en la cama. Justo antes de bajar a cenar, Adam dijo que tenía que resolver unos asuntos en la sala de reuniones y cerró las puertas. Llegaron dos hombres trajeados y, como le había pedido Adam, Maggie los acompañó a la habitación. Cuando les abrió las puertas de la sala de reuniones, vio un enorme ramo de rosas rojas y una botella de champán Cristal enfriándose en la mesa, y Adam le sonrió.

– Entra, Maggie.

Hizo una seña a los dos hombres, que también sonreían.

– ¿Qué haces? -Pasaba algo raro y ella no sabía qué. Todos menos ella parecían saberlo. -¿Qué está pasando aquí?

Miró a su alrededor con recelo. Se había arreglado para la cena, y llevaba un vestido rosa y zapatos de tacón. Adam le había dicho que se pusiera algo bonito. Todo empezaba a quedarle ajustado, pero aún no se le notaba la tripita. Tenía el buen tipo de siempre, solo que estaba más llenita, y la parte de arriba del vestido parecía a punto de reventar.

– Que vamos a casarnos. Eso es lo que pasa -le dijo Adam. -No te lo estoy pidiendo, sino diciendo. Y como te pongas pesada, Mary Margaret O'Malley, no pienso dejarte salir de esta habitación hasta que te cases conmigo.

– ¿Me tomas el pelo? -preguntó ella, sonriente y atónita.

– No había hablado tan en serio en mi vida -repuso Adam, y se colocó orgulloso junto a Maggie. -No vas a tener ese niño sin mí. Te presento al juez Rosenstein, y a su ayudante, Walter. Van a celebrar la ceremonia. Walter será nuestro testigo.

– ¿Que vamos a casarnos?

Maggie lo miró con lágrimas en los ojos.

– Pues sí.

– ¿Lo sabe tu madre?

– Lo sabrá mañana. Quiero contárselo primero a los chicos.

Adam había pensado en todo, haciendo caso omiso de las objeciones de Maggie, que siempre había querido casarse con él, pero no porque Adam pensara que era su obligación. El asunto ya no estaba en sus manos, y saltaba a la vista que también él quería casarse.

El juez celebró la ceremonia, y Maggie lloró al responderle. Adam le colocó un delgado anillo de oro que había comprado en Tiffany el día anterior. Había comprado otro para él. Y Walter firmó el acta de matrimonio en calidad de testigo. Todo había acabado antes de las ocho. Una vez solos en la habitación, Adam la besó. Maggie solo tomó un sorbito de champán, porque no debía beber.

– Te quiero, señora Weiss -dijo Adam, sonriendo. -De todas maneras me habría casado contigo, tarde o temprano, aunque no estuvieras embarazada. Esto ha acelerado las cosas.

– ¿En serio?

– En serio -le aseguró Adam. Maggie aún no acababa de creerlo.

Cenaron en Picasso's y después fueron al espectáculo. Maggie miró su anillo unas mil veces. También le encantaba ver el de Adam.

Adam se estaba quedando dormido, después de haber hecho el amor, cuando Maggie le dio un golpecito en el hombro. Adam se movió un poco, pero no llegó a despertarse del todo.

– ¿Eh?… Te quiero… -farfulló.

– Yo también te quiero… Se me acaba de ocurrir una cosa.

– … Ahora no… Estoy cansado… Mañana.

– Creo que debería hacerme judía. Quiero convertirme. Estaba completamente despierta, y Adam, ya casi frito, logró asentir con la cabeza.

– …Ya hablamos mañana… Te quiero… noches. Y se quedó profundamente dormido.

Ella siguió a su lado, pensando en lo que había ocurrido. Había sido la noche más maravillosa de su vida.

CAPÍTULO 28

Al día siguiente, cuando Adam llamó a su madre, se oyeron los gritos desde Long Island hasta el puente de Brooklyn.

– ¿O'Malley? ¿Es católica? ¿Qué quieres, matarme? ¡Eres un psicópata! ¡Vas a conseguir que a tu padre le dé otro ataque!

Tocó todos los registros posibles para acusarlo de todo.

– Piensa convertirse.

La mujer apenas dejó de chillar el tiempo suficiente para oír lo que decía Adam. Le dijo que era una vergüenza para la familia.

– ¿Era allí donde ibas cuando te marchaste el día de Acción de Gracias? -le preguntó en tono acusador, y en esa ocasión Adam se echó a reír. No iba a consentir más dolores de cabeza por culpa de su madre. Tenía a Maggie, su amante, su aliada, su mejor amiga.

– Pues sí, precisamente. Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.

– Eres un demente. Con todas las buenas chicas judías que hay en el mundo y tienes que casarte con una católica. Supongo que tendría que agradecerte que no te vayas a casar con una de esas cantantes sckwarze que representas. Podría ser todavía peor.

Por aquel comentario y por su falta de respeto a Maggie, Adam decidió comunicarle que, efectivamente, era todavía peor. Se lo tenía merecido, desde hacía cuarenta y dos años.

– Ah, mamá, antes de que se me olvide. Vamos a tener un hijo en junio.

– ¡Ay, Dios mío! -En esa ocasión los gritos debieron de oírse en Nebraska.

– Pensaba que te gustaría conocer la buena noticia. Te volveré a llamar dentro de poco.

– No tengo valor para decírselo a tu padre, Adam. Esto lo matará.

– Lo dudo, mamá -contestó Adam tranquilamente. -Pero, si se lo dices, despiértalo primero. Te llamaré pronto.

Y acto seguido colgó.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Maggie con expresión preocupada al entrar en la habitación. Acababan de volver a Nueva York. Adam había llamado a sus hijos antes que a su madre, y a ellos les pareció estupendo. Le dijeron que Maggie les caía muy bien y que se alegraban por él.

– Está encantada -contestó Adam con una amplia sonrisa de triunfo. -Le he dicho que te vas a convertir.

– Bien.

Las tres parejas fueron a cenar a Le Cirque una semana más tarde. Charlie los había invitado y les había dicho que tenía importantes noticias que darles.