Un arbusto los ocultaba parcialmente, pero aún así podía ver la manta, el pálido y delgado cuerpo de Jessie, y la forma oscura, más musculosa del hombre encima de ella. Ambos estaban completamente desnudos, él se estaba moviendo, ella se aferraba a él, y ambos emitían unos sonidos que hacían a Roanna avergonzarse. No sabía quién era él, sólo le veía la parte de arriba y trasera de su oscura cabeza. Pero entonces se quitó de encima de Jessie, poniéndose de rodillas, y Roanna tragó con fuerza mientras se le quedaba mirando, con ojos desorbitados. Nunca antes había visto a un hombre desnudo, y la impresión la conmocionó. Tiró de Jessie hasta ponerla sobre sus manos y rodillas y le azotó el trasero, riéndose ásperamente ante el apasionado y gutural sonido que ella emitió, y seguidamente ya estaba introduciéndose de nuevo dentro de ella, tal como Roanna había visto hacer a los caballos, y la melindrosa y exquisita Jessie se agarraba a la manta, arqueando la espalda y empujando su trasero contra él.
Una ardiente oleada de bilis ascendió por la garganta de Roanna, y se agachó detrás de la roca, apretando su mejilla contra la áspera piedra. Cerró los ojos con fuerza, intentando controlar sus ganas de vomitar. Se sentía entumecida y enferma de desesperación. Por Dios, ¿Qué iba a hacer Webb?
Había seguido a Jessie a causa de un malsano y perverso deseo de causar problemas a su odiosa prima, pero había esperado algo sin importancia; besos provocativos, si hubiera habido algún hombre involucrado, o posiblemente que se encontrara con algunos de sus amigos y se escapara a visitar un bar o algo por el estilo. Hacía años, después de que ambas se fueran a vivir a Davencourt, Webb había puesto coto severamente al rencor de Jessie, amenazando con azotarla si no dejaba de atormentar a Roanna, amenaza que Roanna había encontrado tan encantadora que había estado durante días tratando de provocar a Jessie, solo para poder ver cómo a su odiosa prima le calentaban el trasero. Webb, divertido, finalmente se la llevó aparte y le advirtió que el castigo también podría recaer sobre ella, si no se comportaba. Ese mismo impulso malicioso la había provocado hoy, pero lo que se encontró era mucho más serio de lo que había esperado.
El pecho de Roanna ardía con impotente rabia, y tragó convulsivamente. Aún cuando aborrecía y sentía rencor hacia su prima, nunca pensó que Jessie fuese tan estúpida como para serle infiel a Webb.
De nuevo sintió nauseas, y rápidamente se dio la vuelta para rodearse con los brazos la piernas dobladas y así poder apoyar la cabeza sobre ellas. Sus movimientos hicieron rodar algo de gravilla, pero estaba lo bastante lejos, para que ellos no pudiesen escuchar ningún sonido que hiciese, y en estos momentos se encontraba demasiado asqueada para que le importase. De todas formas no estaban prestando ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor. Estaban demasiados enfrascados en meter y meter. Dios, qué ridículo se veía… y qué vulgar, todo a la vez. Roanna se alegró de no estar más cerca, encantada de que el arbusto, al menos, les tapara en parte.
Podría matar a Jessie por hacerle esto a Webb
Si Webb se enteraba, posiblemente la mataría él mismo, pensó Roanna, y un escalofrío la recorrió. Aunque normalmente se controlaba, todo el mundo que conocía bien a Webb era consciente de su temperamento y se cuidaban mucho de no provocarlo. Jessie era una imbécil, una estúpida y maliciosa imbécil.
Pero posiblemente se creía a salvo de ser descubierta, ya que Webb no regresaría de Nashville hasta esta noche. Para entonces, pensó Roanna asqueada, Jessie estaría bañada y perfumada, esperándolo y llevando un bonito vestido y una sonrisa, mientras que en su interior se reiría de él porque solo unas horas antes había estado follando en el bosque con otro.
Webb se merecía algo mejor. Pero no se lo podía decir, pensó Roanna. Jamás podría contárselo a alguien. Si lo hacía, seguramente lo que ocurriría es que Jessie mentiría hasta escapar del embrollo, diciendo que Roanna sólo estaba celosa y que intentaba causarle problemas, y todo el mundo la creería. Roanna estaba celosa, y todos lo sabían. Y entonces Webb y la Abuela se enfadarían con ella en vez de con Jessie. La Abuela estaba exasperada con ella la mayor parte del tiempo por una cosa u otra, pero no podría soportar que Webb se enfadase con ella.
La otra posibilidad sería que Webb la creyese. Mataría realmente a Jessie, y entonces estaría en un buen lío. No podría soportar que le pasase algo. Puede que lo averiguase de otra forma, pero ella no podía evitar eso. Lo único que podía hacer era callar y rezar, para que si lo descubría, no hiciera nada por lo que pudiese ser arrestado.
Roanna salió de su escondite tras la roca y rápidamente se encaminó de vuelta por la colina y a través de los pinos hacía donde había dejado pasteando a Buckley. Resopló como bienvenida y la empujó con la nariz. Obedientemente le acarició la gran cabeza, rascándole detrás de las orejas, pero su mente no estaba en lo que hacía. Montó y sin hacer ruido se alejó de la escena del adulterio de Jessie, volviendo a los establos. La aflicción pesaba enormemente sobre sus delgados hombros.
No podía entender lo que había visto. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluida Jessie, no estar satisfecha con Webb? Durante los diez años que llevaba viviendo en Davencourt, se había intensificado la adoración de Roanna por su héroe de la niñez. A los diecisiete, se había dado dolorosamente cuenta, de la respuesta de otras mujeres hacia él, por lo tanto sabía que no sólo ella opinaba así. Las mujeres miraban a Webb inconsciente o no tan inconscientemente, con anhelo en los ojos. Roanna trataba de no mirarle de esa manera, pero sabía que no siempre tenía éxito, ya que Jessie a veces decía algo mordaz sobre que estuviera babeando en presencia de Webb y siendo una molestia. No lo podía evitar. Cada vez que lo veía, era como si su corazón diese un gran vuelco antes de empezar a latir tan fuerte que a veces no podía ni respirar, y toda ella se sentía invadida por una gran ola de calor y hormigueo. Posiblemente era por la falta de oxigeno. No creía que el amor causara hormigueo.
Porque lo amaba, mucho, de una manera que Jessie jamás haría o podría.
Webb. Con su pelo oscuro, sus fríos ojos verdes y la perezosa sonrisa que la mareaba de placer. Su cuerpo alto y musculoso la hacía sentir a la vez frío y calor, como si tuviese fiebre; esa reacción tan extraña la preocupaba desde hacia ya un par de años, y empeoraba cada vez que lo veía nadar, llevando tan solo ese escueto y ajustado bañador. Su grave y perezosa voz y la forma en que fruncía el ceño a todos hasta que se había tomado su primer café de la mañana. Sólo tenía veinticuatro años, y ya estaba a cargo de Davencourt, e incluso la Abuela hacia caso de su opinión. Cuando estaba enfadado, sus ojos verdes se volvían tan fríos que parecían un glaciar, y la pereza en su tono desaparecía abruptamente, convirtiendo sus palabras en cortantes y mordaces.
Ella conocía bien sus cambios de humor, cuando estaba cansado, cómo le gustaba que le hiciesen la colada. Conocía su comida favorita, sus colores favoritos, el equipo deportivo que seguía, lo que le hacía reír y lo que le hacía enfadar. Sabía lo que leía y lo que votaba. Durante diez años había absorbido cada ínfimo detalle sobre su persona, volviéndose hacia él como una tímida violeta hacía la luz del sol. Desde que murieron sus padres, Webb había sido tanto su defensor como su confidente. Sobre él había descargado todos sus miedos y fantasías infantiles, fue él quien la consoló cuando tenía pesadillas o cuando se sentía sola y asustada.
Pero bien sabía que a pesar de su amor, jamás había tenido una oportunidad con él. Siempre había sido Jessie. Eso era lo más doloroso, que se le podría haber ofrecido en cuerpo y alma y aún así se habría casado con Jessie. Jessie, que a veces parecía como si le odiase. Jessie, que le era infiel.