Buckley sentía su agitación, los caballos siempre lo hacían, y empezó a hacer cabriolas nerviosamente. Roanna bruscamente tornó su atención a lo que estaba haciendo e intento calmarlo, palmeándole el cuello y hablándole, pero no podía prestarle toda su atención. A pesar del calor, una oleada escalofríos recorrieron su cuerpo, y de nuevo se sintió como si fuese a vomitar.
Loyal era más afín a los caballos que a las personas, pero frunció el ceño cuando le vio la cara y se acerco para tomar las bridas de Buckley mientras ella saltaba de la silla de montar. -¿Qué sucede?- preguntó sin rodeos.
– Nada-, dijo ella, pasándose una mano temblorosa por la cara. -Creo que me he acalorado demasiado. Se me olvido la gorra.
– Ya deberías saberlo-, le regaño él. -Vete a casa y tomate una limonada fría, y después descansa un rato. Yo me haré cargo de Buck.
– Siempre me has dicho que debo ocuparme de mi propio caballo-, dijo ella, protestando, pero él la acalló con un ademán de la mano.
– Y ahora te estoy diciendo que te vayas. Lárgate. Si no eres lo suficientemente sensata para cuidar de ti misma, no creo que puedas cuidar de Buck.
– Muy bien. Gracias-. Consiguió esbozar una débil sonrisa, porque sabía que debía parecer verdaderamente enferma para que Loyal quebrantara sus reglas sobre los caballos, y quería tranquilizarlo. Y en efecto, estaba enferma, enferma del corazón, y tan llena de rabia, e impotencia que pensaba que iba a explotar. Odiaba esto, odiaba lo que había visto, odiaba a Jessie por hacerlo, odiaba a Webb por consentir que lo amase y por ponerla en esta situación.
No, pensó ella, mientras iba corriendo hacia la casa, desconsolada por la idea. No odiaba a Webb, jamás le podría odiar. Hubiese sido mejor para ella si no le amara, pero no podía dejar de hacerlo como tampoco podía impedir que el sol saliese a la mañana siguiente.
Nadie la vio cuando se deslizó por la puerta principal. El gran vestíbulo estaba vacío, aunque oyó cantar a Tansy en la cocina, y un televisor encendido en el estudio. Probablemente Tío Harlan estaría viendo algún programa de juegos de esos que tanto le gustaban. Lentamente Roanna subió las escaleras, no quería hablar con nadie en estos momentos.
La habitación de la Abuela estaba en la parte delantera de la casa, la primera puerta a la derecha. La habitación de Jessie y Webb estaba en el frente a mano izquierda. En los últimos años, finalmente Roanna se había acomodado en unos de los dormitorios de la parte posterior, lejos de todos, pero para su disgusto vio que Tía Gloria y Tío Harlan habían escogido la habitación del medio en la parte derecha de la casa, y la puerta estaba abierta, las voces de la Abuela y Tía Gloria venían de dentro. Prestando atención, Roanna también pudo distinguir la voz del ama de llaves, Bessie, mientras desempaquetaba sus ropas. No quería ver a ninguno de ellos, especialmente no quería dar a Tía Gloria la oportunidad de meterse con ella, así que retrocedió y salio por las puertaventanas francesas hacia la galería superior que circundaba la casa en su totalidad. A través de ella, y tomando la dirección opuesta rodeó la casa hasta que llegó a las puertaventanas que se abrían hacía su propio dormitorio, consiguiendo así asilo.
No sabía cómo iba a poder mirar de nuevo a Jessie nunca más sin gritarle y abofetear su estúpida y odiosa cara. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y enfada se las limpio. Llorar nunca le había servido de nada; no le había devuelto a Mamá ni a Papá, no la había convertido en alguien mejor, no había impedido que Webb se casara con Jessie. Desde hacía ya mucho tiempo había luchado por contener sus lágrimas y fingir que las cosas no le hacían daño aunque a veces sentía que se iba a atragantar con su propio dolor y humillación.
Pero había sido tal la conmoción de ver a Jessie y a ese hombre haciéndolo. No era estúpida, había ido a ver un par de veces una película clasificada R, pero en realidad no mostraba nada excepto las tetas de las mujeres y todo estaba muy bien adornado, con música romántica de fondo. Y una vez había visto hacerlo a los caballos, pero en realidad no fue capaz de ver nada, ya que se había escabullido a los establos para ese propósito pero no pudo encontrar un ángulo adecuado. Si bien, los sonidos la habían asustado, y nunca lo intentó de nuevo.
La realidad no era comparable con las películas. No había sido para nada romántico. Lo que había visto, había sido crudo y brutal, y quería borrarlo de su memoria.
Se dio otra ducha y luego se desplomó encima de la cama, agotada por el trastorno emocional. Tal vez dormitó; no estaba segura; pero de repente el cuarto estaba más oscuro ya que se avecinaba el crepúsculo, y ella se había perdido la cena. Otro punto en su contra, pensó, y suspiró.
Ahora se sentía mas calmada, casi entumecida. Para su sorpresa incluso estaba hambrienta. Se puso ropa limpia y bajo con dificultad las escaleras traseras hacia la cocina. Tansy ya lo había recogido todo y limpiado la vajilla y se había ido a casa, pero el frigorífico de tamaño industrial de acero inoxidable estaría repleto de sobras.
Estaba mordisqueando un muslo de pollo frío y un panecillo, con un vaso de té junto a su codo, cuando la puerta de cocina se abrió y entró Webb. Se le veía cansado, y se había quitado tanto la corbata como la chaqueta, esta última colgaba por encima de su hombro de un dedo encorvado. Los dos botones superiores de su camisa estaban desabrochados. Cuando le vio, el corazón de Roanna, como siempre, dio un vuelco. Aun cuando estaba cansado y desaliñado, se le veía estupendo. De nuevo las nauseas invadieron su estómago al pensar en lo que Jessie le estaba haciendo.
– ¿Todavía estás comiendo?- se burló él con fingida sorpresa, sus ojos verdes chispeando.
– Tengo que conservar mis fuerzas-, dijo ella, cayendo en su ligereza usual, pero no lo conseguía del todo. Había una tristeza en su voz que no podía ocultar, y Webb le dirigió una astuta mirada.
– ¿Qué has hecho ahora?- le preguntó, cogiendo un vaso del armario y abriendo el frigorífico para echarse un poco de té helado.
– Nada fuera de lo normal-, le aseguró, consiguiendo esbozar una irónica, y torcida sonrisa. -Abrí mi bocaza en el almuerzo, y tanto la Abuela como la Tía Gloria están enfadadas conmigo.
¿Bueno, y que has soltado esta vez?
– Estábamos hablando sobre coches, y dije que quería uno de los Pontiac Grand Pricks.
Sus anchos hombros se estremecieron mientras controlaba un acceso de risa, convirtiéndolo en una tos. Se dejó caer en la silla que estaba su lado. -Por Dios, Ro.
– Ya lo sé-. Suspiró ella. Simplemente se me escapó. Tía Gloria hizo uno de sus despectivos comentarios sobre mi forma de comer, y quería dejarla boquiabierta-.Hizo una pausa. -Funcionó.
– ¿Que hizo Tía Lucinda?
– Me echó de la mesa. No la he visto desde entonces-. Pellizco el panecillo, reduciéndolo a un puñado de migas, hasta que la fuerte mano de Webb cubrió la suya y detuvo el gesto.
– ¿Habías comido algo antes de abandonar la mesa?- le preguntó, y ahora había un tono severo en su voz.
Ella hizo una mueca, sabiendo lo que venia a continuación. -Si. Comí un panecillo y algo de atún.
– ¿Un panecillo entero? ¿Y cuánto de atún?
– Bueno, puede que no fuese un panecillo entero.
– ¿Más que lo que has comido de este?
Miró el pan destrozado en su plato, como evaluando cuidadosamente cada miga, y sintió alivió al poder decir, -Más.
No mucho más, pero más era más. Su expresión le dijo que no lo había engañado, pero de momento él lo dejó correr.
– Muy bien. ¿Cuánto de atún? ¿Cuántos bocados?
– ¡No los conté!
– ¿Más de dos?
Ella intentó recordar. Sabía que se había tomado un par de bocados sólo para mostrarle a Tía Gloria que su ataque verbal no la había afectado. Podía tratar adornar la verdad, pero no mentiría descaradamente a Webb, y él lo sabía, así que continuaría interrogándola hasta que fuese más explícita. Con un leve suspiro ella dijo, -Creo, que unos dos.