– ¿Comiste algo después? ¿Algo más hasta ahora que esto?
Ella negó con la cabeza.
– Ro-. Giró la silla para quedar enfrente y puso su brazo alrededor de sus delgados hombros estrechándola contra él. Su calor y su fuerza la envolvieron como siempre. Roanna enterró su despeinada cabeza contra su ancho hombro, y la felicidad la inundó. Cuando era joven, los abrazos de Webb habían sido el paraíso para una aterrorizada y no querida niña. Ahora era mayor, y la calidad del placer había cambiado. Había un embriagador y ligero olor a almizcle en su piel que hacía que su corazón latiese más deprisa, y que deseara aferrarse a él.
– Tienes que comer, nena-, le dijo persuasivo, pero con tono firme.-Sé que te disgustas y pierdes el apetito, pero te puedo decir que has perdido aún mas peso. Vas a dañar tu salud si no empiezas a comer más.
– Sé lo que estás pensando-, le espetó, levantando su cabeza de su hombro y lo miró ceñuda. -Pero no me provoco el vómito o algo por el estilo.
– ¿Por Dios, cómo ibas a hacerlo? Si nunca hay nada en tu estomago para que puedas vomitarlo. Si no comes, muy pronto no tendrás la fuerza suficiente para trabajar con los caballos. ¿Es eso lo que quieres?
– ¡No!
– Entonces come.
Miró el muslo de pollo con expresión miserable. -Lo intento, pero no me gusta el sabor de muchas de las comidas, y la gente están siempre criticando mi forma de comer y la comida se convierte en un gran bola que no puedo tragar.
Esta mañana te comiste una tostada conmigo y tragaste muy bien.
– Tu no me chillas ni te burlas-, murmuró ella.
El le acarició el pelo, apartando de su cara el cabello castaño oscuro. Pobre pequeña Ro. Siempre había ansiado la aprobación de tía Lucinda, pero era demasiado rebelde para modificar su comportamiento y así obtenerlo. Puede que tuviese razón; no es que fuese una delincuente juvenil o algo parecido. Sólo era diferente, una estrafalaria flor silvestre creciendo en medio de un tranquilo y bien ordenado jardín de rosas sureño, y nadie sabía muy bien qué hacer con ella. No debería de estar implorando el amor o la aprobación de su familia; Tía Lucinda debería quererla simplemente por lo que era. Pero para Tía Lucinda, la perfección era su otra nieta, Jessie, y siempre había hecho saber a Roanna que estaba muy por debajo de ella en cualquier aspecto. La boca de Webb se contrajo. En su opinión, Jessie estaba muy lejos de ser perfecta, y estaba cansado y harto de esperar a que dejase atrás un poco de esa autocomplacencia.
También la actitud de Jessie tenía mucho que ver con la incapacidad de Roanna para comer. Lo había dejado pasar durante muchos años mientras se dedicaba a la enorme tarea de aprender cómo manejar Davencourt y todas las empresas Davenport, reduciendo cuatro años de universidad a tres y luego yéndose a hacer un master en empresariales, pero era obvio que la situación no se iba a resolver por si sola. Por el bien de Roanna, tendrá que imponerse tanto ante Tía Lucinda como con Jessie.
Roanna necesitaba tranquilidad, un ambiente pacífico donde sus nervios pudiesen calmarse y su estomago relajarse. Sí Tía Lucinda y Jessie -y ahora también Tía Gloria, no podían o querían dejar de criticar constantemente a Roanna, entonces no dejaría que Roanna comiese con ellos. Tía Lucinda siempre había insistido que se sentasen todos juntos a la mesa y que Roanna cumpliese con los estándares sociales, pero en esto haría caso omiso. Si iba a comer mejor con las comidas servidas en una bandeja en la tranquilidad de su dormitorio, o incluso si prefería en los establos, entonces sería allí donde la tendría. Si estar separada de la familia la hacía sentirse exiliada, en vez del alivio que él pensaba que sentiría, entonces comería con ella en los establos. Sencillamente esto no podía continuar así, ya que Roanna se estaba matando de hambre.
Sin pensárselo la sentó en su regazo, como cuando era una niña. Ahora era algo más alta, pero no pesaba mucho más que entonces, y el temor le embargo cuando rodeó su alarmantemente frágil muñeca con sus largos dedos. Esta pequeña prima siempre había despertado su lado protector, y lo que siempre le había gustado de ella era su valentía, su disposición a contraatacar sin medir las consecuencias. Estaba llena de ingenio y diablura, sí sólo Tía Lucinda dejase de tratar de borrar esos rasgos.
Ella siempre se había acurrucado contra él como un gatito e hizo lo mismo ahora automáticamente, frotando su mejilla contra su camisa. Una pequeña punzada de conciencia física le sorprendió, haciendo que sus oscuras cejas se frunciesen en un asombrado ceño.
La miró. Roanna era lamentablemente inmadura para su edad, carecía de las habituales habilidades sociales y las defensas que los adolescentes desarrollaban al relacionarse entre sí. Enfrentada a la desaprobación y el rechazo en casa así como en el colegio, Roanna había respondido encerrándose en si misma, así que nunca aprendió a relacionarse con los chicos de su misma edad. Por ese motivo, inconscientemente, siempre había pensado en ella como si aún fuese una niña, que necesitaba de su protección, y posiblemente aún la necesitaba. Pero aunque aún no fuese una adulta, físicamente tampoco era ya una niña.
Podía ver la curva de su mejilla, sus largas y oscuras pestañas, la translucida piel de su sien en donde las frágiles venas azules se veían justo bajo de la superficie. La textura de su piel era suave, sedosa, y emanaba una cálida y dulce esencia de mujer. Sus pechos eran pequeños pero firmes, y podía sentir el pezón, pequeño y duro como una goma de lápiz, del seno que apretaba contra él. La punzada de conciencia física se intensificó en una repentino y definitivo estremecimiento en su cuerpo, y de repente fue consciente de lo redondas que eran sus nalgas y lo dulcemente que anidaban sobre de sus muslos.
Apenas pudo contener un gruñido mientras la apartaba un poco, lo suficiente para que su cadera dejara de frotarse contra su endurecido pene. Roanna era extraordinariamente inocente para su edad, nunca había tenido una cita; dudaba incluso de que la hubiesen besado. No tenía ni idea de lo que le estaba haciendo, y él no quería avergonzarla. Era culpa suya por sentarla en su regazo como si aún fuese una niña. De ahora en adelante tendría que tener más cuidado, aunque posiblemente esto solo había sido una casualidad. Habían pasado más de cuatro meses desde que había tenido sexo con Jessie, ya estaba malditamente cansado y harto de que ella tratase de manipularle con su cuerpo.
Sus encuentros poco tenían que ver con hacer el amor; eran una lucha por la dominación. Maldita sea, dudaba que Jessie entendiera siquiera el concepto de hacer el amor, el mutuo intercambio de placer. Pero él era joven y sano, y cuatro meses de abstinencia lo habían dejado extremadamente tenso, tanto así, que hasta el delgado cuerpo de Roanna lo podía excitar.
Bruscamente se concentró de nuevo en el problema que tenía entre manos.
– Hagamos un trato-, dijo. -Te prometo que nadie te dirá nada sobre tu forma de comer, y si alguien lo hace, me lo dices y me ocupare de ello. Y tú, corazón, empezarás a comer con regularidad. Hazlo por mí. Promételo.
Alzó la vista hacía él, y sus ojos del color del whisky resplandecían con ese suave y adorable brillo que reservaba sólo para él. -Vale -, murmuró ella.-Por ti.
Antes de que tuviese la menor idea de lo que iba a hacer, ella le rodeó el cuello con el brazo y presionó su dulce, suave e inocente boca contra la de él.
Desde el momento en que la había sentado sobre su regazo, Roanna estaba sin aliento de anhelo e intensa excitación. Su amor por el la inundó, haciéndola desear gemir de placer por su contacto, por la forma en que la sostenía tan cerca. Frotó su mejilla contra su camisa, y percibió bajo el tejido, el calor y la elasticidad de su piel. Sus pezones palpitaban, e inconscientemente se apretó con más fuerza contra su pecho. La sensación resultante era tan aguda que impactó directamente entre sus muslos, y tuvo que apretarlos a causa del ardor.