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Los ojos de Yvonne se desmesuraron, y miró incrédula a Gloria.-No seas ridícula,- le espetó y se encaminó decidida hacia Roanna, agachándose a su lado mientras retiraba el desordenado cabello de su rostro exangüe y le murmuraba bajito como solía hacer. La opinión de Booley sobre Yvonne subió varios puntos, aunque dudaba por la expresión de su cara, que Gloria pensara igual.

Lucinda inclinó la cabeza, como si fuese incapaz de mirar al otro lado de la habitación a su otra nieta. -¿La vas a detener?- susurró.

Booley tomó una de sus manos en la suya, sintiéndose como un torpe y carnoso buey cuando sus gruesos dedos envolvieron los suyos, fríos y delgados. -No, no lo haré,- dijo.

Lucinda se estremeció levemente, y algo de tensión abandonó su cuerpo.-Gracias a Dios,- murmuró, cerrando los ojos.

– ¡Me gustaría saber por qué no!-chilló Gloria desde el otro lado, alzándose erizada como un gallina mojada. A Booley nunca le había gustado Gloria tanto como Lucinda. Siempre había sido más bonita, pero fue a Lucinda a quien Marshall Davenport echó el ojo, Lucinda la que se casó con el hombre más rico del noroeste de Alabama, y la envidia casi mató a Gloria.

– Porque no creo que lo haya hecho ella,- dijo rotundamente.

– ¡La vimos inclinada sobre su cuerpo! ¡Vamos, si estaba parada en medio de la sangre!

Irritado, Booley se preguntó porqué se suponía que eso significaba algo. Se armó de paciencia. -Por lo que sabemos, Jessie ya llevaba muerta algunas horas antes de que Roanna la encontrase.- No entró en detalles técnicos sobre el grado de evolución del rigor mortis, imaginando que Lucinda no querría saberlo. No era posible determinar la hora exacta de la muerte al menos que se hubiese presenciado, pero con seguridad Jessie había muerto un par de horas antes de la medianoche. No sabía por que Roanna había visitado a su prima a las dos de la mañana -aunque definitivamente lo iba a descubrir-pero Jessie ya estaba muerta.

El pequeño grupo familiar se quedó helado, mirándolo fijamente, como si no comprendieran este nuevo giro. Sacó su pequeño cuaderno. Normalmente uno de los detectives del condado haría la entrevista, pero esta era la familia Davenport, e iba a prestar a este caso su atención personal.

– El señor Ames dijo que Webb y Jessie habían tenido esta noche una tremenda pelea,- comenzó, y vio la dura mirada que Lucinda dispensó a su cuñado.

Después inspiró profundamente y cuadró los hombros mientras se secaba la cara con un destrozado pañuelo. -Riñeron, sí.

– ¿Sobre qué?

Lucinda vaciló, y Gloria interfirió en la conversación. -Jessie pilló a Webb y a Roanna liados en la cocina.

Las canosas cejas de Booley se elevaron. Poco le sorprendía ya, pero se quedó algo atónito ante esto. Dubitativo, miró la frágil y pequeña figura acurrucada al otro lado de la habitación. Roanna parecía, si no infantil, si curiosamente aniñada, y no se podía hacer a la idea de que Webb fuese un hombre que se sintiese atraído por ello. -¿Liados, como?

– Pues liados,- dijo Gloria, elevando la voz. -¿Por Dios, Booley, quieres que te haga un esquema?

La idea de Webb haciendo el amor en la cocina a Roanna le parecía aún más increíble. Nunca se sorprendía ante la profunda estupidez que podrían mostrar las personas supuestamente inteligentes, pero esto no sonaba a verdadero. Qué extraño, podía imaginarse a Webb cometiendo un asesinato, pero no tonteando con su pequeña prima.

Bien, se enteraría de la verdadera historia sobre el episodio de la cocina por Roanna. El quería otra cosa de estas tres personas. -Así que estaban discutiendo. ¿La discusión se tornó violenta?

– Claro que sí,- respondió Harlan, ansioso por estar de nuevo en el candelero. -Estaban arriba, pero Jessie chillaba tan alto que pudimos oír cada palabra. Entonces Webb le gritó que consiguiera el divorcio, que haría cualquier cosa con tal de deshacerse de ella, y luego se oyó el sonido de cristales rompiéndose. Entonces Webb bajó como un tornado y se marchó.

– ¿Después de esto alguno de vosotros vio a Jessie, o tal vez la oyó en el baño?

– Nop, ni un sonido,- dijo Harlan, y Gloria negó con la cabeza. Ninguno intentó hablar con Jessie, sabiendo por experiencia que era mejor dejar que se calmase o su furia estallaría contra el primer mediador. La expresión de Lucinda era de creciente incredulidad y horror al darse cuenta de hacia dónde se dirigía el interrogatorio de Booley.

– No,- dijo violentamente, negando con la cabeza. -¡Booley, no! ¡No puedes sospechar de Webb!

– Debo hacerlo,- contestó él, tratando de mantener el tono amable. -Estaban discutiendo violentamente. Bien, todos sabemos que Webb tiene bastante genio cuando le provocan. Después que se marchase, nadie vio ni oyó a Jessie. Es una triste realidad, pero cada vez que una mujer es asesinada, normalmente es su marido o su novio quien lo hace. Esto me duele mucho, Lucinda, pero la verdad es que Webb es el sospechoso más probable.

Ella continuaba negando con la cabeza, y de nuevo las lágrimas caían por sus arrugadas mejillas. -No pudo ser él. Webb no. Su voz era suplicante.

– Espero que no, pero tengo que comprobarlo. Bien, ¿a que hora exacta se marcho Webb, o tan aproximadamente como recordéis?

Lucinda se quedó en silencio. Harlan y Gloria se miraron. -¿Las ocho? Aventuró Gloria, finalmente, con incertidumbre en la voz.

– Más o menos,- dijo Harlan, asintiendo. -Acababa de empezar la película que quería ver.

Las ocho. Booley lo consideró, mordiéndose el labio inferior mientras lo hacia. Clyde O’Dell, el juez de instrucción, llevaba haciendo su trabajo casi el mismo tiempo que Booley, y era condenadamente bueno determinando la hora de la muerte. Tenía ambas, la experiencia y el don para combinar la evolución del rigor mortis con el factor temperatura y aproximarse con bastante precisión a la respuesta correcta. Clyde había situado la hora de la muerte de Jessie en “Oh, alrededor de las 10, “ indicando con un gesto de la mano que la hora exacta podía decantarse en un poco antes o un poco después. Las ocho era un pelín temprano, y aunque entraba en el marco de lo posible, sembraba un poco de duda en el asunto. Tenía que estar bien seguro sobre este caso antes de presentarlo ante el fiscal del condado, ya que Simmons era un político demasiado hábil para implicarse en un caso que involucraban a los Davenports y a los Tallants, a menos que pudiese asegurarse de que tenía todos los cabos atados. -¿Alguien oyó un coche o cualquier otra cosa mas tarde? ¿Quizás Webb regresará?

– Yo no escuché nada,- dijo Harlan.

– Yo tampoco,- confirmó Gloria. -Para oír algo aquí dentro habría que conducir un camión, a no ser que estuviésemos en la cama y con las puertas del balcón abiertas.

Lucinda se frotó los ojos. Booley tenía la impresión que lo que ella más deseaba era que su cuñado y su hermana se callasen de una maldita vez. -Normalmente no escuchamos a nadie acercarse,- dijo ella. -La casa esta muy bien insonorizada, y los arbustos amortiguan cualquier sonido, también.

– Así que pudo haber regresado y posiblemente no se hubiesen dado cuenta.

Lucinda abrió la boca, luego la cerró sin decir una palabra. La respuesta era obvia. La galería que rodeaba la enorme, elegante y vieja casa era accesible desde la escalera exterior en el lado de la casa de Webb y Jessie. Además, cada dormitorio tenía dobles puertas francesas que se abrían hacia el balcón; hubiese sido absurdamente fácil para cualquiera subir esas escaleras y entrar al dormitorio sin que lo viese nadie en la casa. Desde el punto de vista de la seguridad, Davencourt era una pesadilla.

Bien, tal vez Loyal había oído algo. Su apartamento en los establos probablemente no estaba tan insonorizado como esta enorme y vieja casa.