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Apretó la cara contra la manta, deseando poder asfixiarse ella misma, poder hacer cualquier cosa que no fuera simplemente aguantar. Pero peor que el dolor por la traición, al darse cuenta que solo había sido un entretenimiento para él, era el amargo conocimiento de saber que esto era solo culpa suya. ¡Se había metido en esto ella sola, lo había buscado ansiosamente y no sólo le había permitido tratarla como una mierda, sino que lo había disfrutado! ¡Qué idiota había sido!, tejiendo cuentos de hadas sobre amor y matrimonio para justificar lo que no había sido nada más que una escapada por el lado salvaje.

El terminó, gruñendo al correrse, y salió de ella dejándose caer pesadamente a su lado. Ella permaneció tumbada tal y como estaba, tratando desesperadamente de recomponer los añicos de si misma en algo con apariencia humana. Rabiosa, pensó en vengarse. Con las ropas rasgadas y la marca de su mano en la cara, podría volver corriendo a casa en un verdadero estado de histeria, y acusarlo de violación. Podría conseguirlo; después de todo, era una Davenport.

Pero sería mentira. La culpa, la debilidad, había sido de ella. Le había dado la bienvenida en su cuerpo. Estos últimos minutos después de que hubiese cambiado de parecer era un castigo muy pequeño por su monumental estupidez. Era una lección que nunca olvidaría, la humillación y la sensación de no valer nada serían un recordatorio grabado a fuego en su mente que no olvidaría durante el resto de su vida.

La culpabilidad la atormentaba. Había dado este paseo por el lado salvaje de buena gana, pero ya había tenido suficiente. Se casaría con el Heredero, como todos esperaban de ella, y pasaría el resto de su vida siendo una dócil Davenport.

En silencio se sentó y comenzó a vestirse. El la contemplo con somnolienta malicia en sus azulísimos ojos. -¿Qué pasa?-, se burló.- ¿Creías que eras especial para mi? Deja que te diga algo, nena: pillar es pillar, y tú precioso nombre no hace de ti algo especial. Lo que he conseguido de ti, puedo tenerlo de cualquier otra zorra.

Ella se puso los zapatos y se levantó. Lo hiriente de sus palabras la fustigó, pero no se permitió reaccionar a ellas. En cambio simplemente le contestó, -No volveré.

– Seguro que sí-, dijo él perezosamente, estirándose y frotándose el pecho. -Porque lo que has recibido de mi, no puedes conseguirlo en ninguna otra parte.

No miró hacía atrás mientras caminaba hacia donde su caballo estaba atado, y dolorida se aupó sobre la silla de montar, sin su destreza habitual. La idea de que la volviesen a utiliza como a una puta, hizo que la nausea ascendiera otra vez ardiente y amarga por su garganta, y ansió patearlo por su maliciosa y enorme autoconfianza. Olvidará el acalorado y destructivo placer que le había dado y se contentaría con la vida que habían planificado para ella. No podía pensar en nada peor que volver arrastrándose ante él y ver brillar el triunfo en sus ojos mientras la tomaba.

No, pensó mientras se alejaba cabalgando, no volveré. Prefiero morir antes de ser de nuevo la puta de Harper Neeley.

LIBRO PRIMERO. Un final y un principio.

Capítulo 1

– ¿Qué vamos a hacer con ella?

– Dios sabrá. Nosotros, sin duda, no podemos acogerla.

Las voces estaban amortiguadas, pero Roanna las oía de todas formas y sabía que estaban hablando de ella. Curvó su delgado cuerpecito aún más fuerte, abrazándose las rodillas contra el pecho mientras miraba impasible a través de la ventana el inmaculado césped de Davencourt, la mansión de su abuela. Otras personas tenían patio, pero la abuela tenía césped. Un césped de un profundo y rico tono verde, y siempre le había encantado sentir como sus pies descalzos se hundían en la gruesa hierba, como si estuviese andando sobre una moqueta viva. Ahora, sin embargo, no tenía ganas de salir y jugar. Sólo quería permanecer aquí sentada, en el hueco de la ventana, la que siempre había pensado que era su “ventana para soñar,” y fingir que nada había cambiado, que mamá y papá no habían muerto y que ya no los vería más.

– Es diferente con Jessamine-, continúo la primera voz. -Ella es una jovencita, no una niña como Roanna. Somos demasiados viejos para hacernos cargo de alguien tan joven.

Querían a su prima Jessie, pero no la querían a ella. Roanna parpadeó repetidamente para contener las lágrimas mientras escuchaba a sus tías y tíos discutir el problema de qué “hacer” con ella y enumerar las razones por las que cada uno de ellos estaría encantado de acoger a Jessie en su casa, pero por las que Roanna simplemente sería demasiada molestia.

– ¡Me portaré bien!- quería gritar pero ocultó las palabras en su interior al igual que las lágrimas. ¿Qué había hecho que fuese tan terrible como para que no la quisieran? Trataba de portarse bien, decía “señora” y “señor” cuando hablaba con ellos. ¿Era porque había escapado para cabalgar con Thunderbolt? Nadie se habría enterado jamás si no se hubiese caído y se hubiese roto y ensuciado su vestido nuevo, y para más inri, en Domingo de Pascua. Mamá tuvo que llevarla de vuelta a casa para cambiarla de ropa, y tuvo que ponerse un vestido viejo para ir a misa. Bueno, no era exactamente viejo, era uno de los vestidos que habitualmente llevaba a la iglesia, pero no era su precioso vestido nuevo de Pascua. Una de las otras chicas en la iglesia le preguntó por qué no se había puesto un vestido de Pascua, y Jessie se había reído y le había contestado que porque se había caído encima de un montón de boñigas de caballo. Sólo que Jessie no había dicho boñigas, sino que había usado la palabra fea, y algunos chicos lo habían escuchado, y rápidamente se extendió por toda la iglesia que Roanna Davenport había dicho que se había caído en un montón de mierda de caballo.

La cara de la abuela tenía esa expresión de desaprobación, y la tía Gloria frunció la boca como si hubiese mordido un limón. Tía Janet la había mirado y meneado la cabeza. Pero Papá se rió y apretándole el hombro le dijo que un poco de mierda de caballo nunca le había hecho daño a nadie. Además, su Cosita necesitaba algo de fertilizante para crecer.

Papá. El nudo en su pecho creció hasta que apenas pudo respirar. Papá y mamá se habían ido para siempre, así como tía Janet. A Roanna siempre le gustó tía Janet, aunque siempre parecía que estuviese muy triste y no le gustaba demasiado dar abrazos. Aún así, era mucho más amable que tía Gloria.

Tía Janet era la mamá de Jessie. Roanna se preguntaba si a Jessie le dolía tanto el pecho como a ella, si había llorado tanto que sentía como si tuviera tierra en el interior de los parpados. Tal vez. Era difícil saber lo que pensaba Jessie. No creía que mereciera la pena prestarle atención a una mocosa como Roanna; Roanna se lo había oído decir.

Mientras Roanna miraba sin pestañear por la ventana, vio aparecer a Jessie y su primo Webb, como si los hubiese materializado con su mente. Lentamente atravesaban el jardín hacía el enorme y anciano roble, en el que colgaba, de una maciza rama inferior, el columpio. A Jessie se la veía hermosa, pensó Roanna, con la imperturbable admiración de una niña de siete años. Era tan delgada y grácil como Cenicienta en el baile, con su pelo negro recogido en un moño en la parte posterior de su cabeza y su cuello esbelto como el de un cisne sobresaliendo por encima de su vestido azul oscuro. El intervalo entre los siete y los trece años era enorme, para Roanna, Jessie era mayor, un miembro de ese misterioso y autoritario grupo que podía dar ordenes. Eso sólo había pasado a partir del año anterior más o menos, y aunque Jessie siempre había sido calificada antes como “la niña mayor” y Roanna como la “niña pequeña”, Jessie había continuado jugando con muñecas y ocasionalmente al escondite. Si bien, ya no. Ahora Jessie desdeñaba todos los juegos, excepto el Monopoly y pasaba mucho tiempo preocupándose por su pelo y pidiéndole a Tía Janet que la dejara usar cosméticos.