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Yvonne abandono su lugar junto a Roanna y se situó justo delante de Booley. -He escuchado lo que estabas diciendo,- dijo ella tranquila, con tono calmado a pesar de la forma en que sus ojos verdes lo atravesaban. -Estás ladrando al árbol equivocado, Booley Watts. Mi hijo no mató a Jessie. No importa lo furioso que estuviese, no le habría hecho daño.

– Estaría de acuerdo contigo en circunstancias normales,- respondió Booley. -Pero ella le estaba amenazando con que haría que Lucinda lo desheredase, y todos sabemos lo que significa para…

– Sandeces,- dijo Yvonne con firmeza, ignorando la forma en que la boca de Gloria se fruncía como una pasa. -Webb no se lo habría creído ni por un segundo. Jessie siempre exageraba cuando estaba furiosa.

Booley miró a Lucinda. Ella se frotó los ojos y dijo débilmente. -No, jamás le hubiese desheredado.

– ¿Aunque se hubiese divorciado?- presionó él.

Le temblaron los labios. -No. Davencourt le necesita.

Bien, eso descartaba un maldito buen móvil, pensó Booley. En realidad no lo lamentaba. Le desagradaría sobremanera tener que arrestar a Webb Tallant. Lo haría si pudiese construir un caso suficientemente sólido en su contra, pero odiaría hacerlo.

En ese momento se escucharon en la entrada principal voces agitadas, y todos reconocieron la profunda voz de Webb mientras le decía algo cortante a uno de los ayudantes del sheriff. Cada una de la cabezas en el cuarto, exceptuando la de Roanna, se giraron para mirar como entraba en la habitación, flanqueado por dos ayudantes del Sheriff. -”Quiero verla,” dijo bruscamente. -Quiero ver a mi esposa.

Booley se puso en pie. -Siento todo esto, Webb,- dijo, con voz tan cansada como se sentía. -Pero necesitamos hacerte algunas preguntas.

Capítulo 6

Jessie estaba muerta.

No le habían dejado verla, y lo necesitaba desesperadamente, porque hasta que lo hubiese hecho por él mismo, Webb lo encontraba imposible de creer en realidad. Se sentía desorientado, incapaz de aclarar sus pensamientos o sus sentimientos porque todos ellos eran contradictorios. Cuando Jessie le había gritado que quería el divorcio, no había sentido nada más que alivio ante la perspectiva de librarse de ella, pero… ¿muerta? ¿Jessie? ¿La mimada, vibrante y apasionada Jessie? No podía recordar ni un día de su vida en que Jessie no hubiera estado allí. Habían crecido juntos, primos y amigos de infancia, y entonces la fiebre de la pubertad y la pasión sexual los había unido en un juego interminable de dominación. Casarse con ella había sido un error, pero el shock de perderla lo tenía atontado. La pena y el alivio batallaban, desgarrándolo dentro.

La culpa estaba allí, también, a paladas. Culpa, antes que nada, porque se sentía completamente aliviado, no importa que durante los dos años pasados ella hubiera hecho todo lo posible por hacer de su infierno, destruyendo sistemáticamente todo lo que él había sentido alguna vez por ella en su implacable búsqueda de la servil adoración que creyó que ella merecía.

Y después estaba la culpa que sentía sobre Roanna.

No debería haberla besado. Tenía sólo diecisiete años, caray, y bastante inmaduros además. No debería haberla sentado en su regazo. Cuando le había lanzado de repente los brazos al cuello y lo había besado, debería haberla apartado suavemente, pero no lo hizo. En cambio sintió el suave y tímido florecer de su boca bajo la suya, y su misma inocencia lo había excitado. Infiernos, ya estaba excitado por la sensación de su curvado trasero sobre su regazo. En vez de interrumpir el beso, él lo había profundizado, tomando control, empujando su lengua en su boca para convertirlo en un beso explícitamente sexual. La había girado en sus brazos, queriendo sentir aquellos pechos leves, delicados contra él. Si Jessie no hubiera entrado en aquel momento, probablemente habría puesto su mano sobre aquellos pechos y su boca sobre sus dulcemente endurecidos pezones. Roanna se había excitado, también. Creía que ella era demasiado inocente para saber lo que hacía, pero ahora lo veía de forma diferente. Inexperta no era lo mismo que inocente.

Sin importar lo que hubiera hecho, dudaba que Roanna hubiera levantado una mano o dicho una palabra para detenerlo. Podía haberla tomado allí, sobre la mesa de cocina, o sentarla a horcajadas en su regazo, y ella se lo habría permitido.

No había nada que Roanna no hiciera por él. Lo sabía. Y ese era el pensamiento más horrible de todos.

¿Había matado Roanna a Jessie?

Estaba furioso con ambas, y con él mismo, por permitir que ocurriera tal situación. Jessie había estado gritando sus asquerosos insultos, y de repente se había sentido tan harto de ella que supo que esto era el fin de su matrimonio para él. En cuanto a Roanna, nunca la creyó lo bastante retorcida para planear la escena en la cocina, pero cuando la había mirado después de la maliciosa acusación de Jessie, no había visto sorpresa en la tan franca y tan expresiva cara de Roanna; vio culpa. Tal vez causada por la misma consternación que él sentía, porque no deberían haber estado besándose, pero tal vez… tal vez fuera por otra cosa. Por un instante había visto algo más, también: odio.

Todos sabían que Roanna y Jessie no se llevaban bien, pero él además sabía que, durante una temporada, por parte de Roanna, la animosidad había sido especialmente amarga. La razón era obvia, también; sólo un tonto y ciego podría no haberse percatado de lo mucho que Roanna lo adoraba. Él no había hecho nada para animarla, románticamente hablando, pero tampoco la había desalentado. Estaba encariñado con la pequeña mocosa, y aquella incondicional adoración suya era como un bálsamo para su ego, sobre todo después de una de las interminables batallas con Jess. Infiernos, suponía que quería a Ro, pero no de la manera que ella lo quería a él; la amaba con la distraída exasperación de un hermano mayor, se preocupaba por su falta de apetito, y la compadecía cuando era humillada por su torpeza social. No había sido fácil para ella, siendo siempre el patito feo frente al hermoso cisne que parecía Jessie.

¿Era posible que creyera la ridícula amenaza que Jessie había hecho, sobre borrarlo del testamento de Tía Lucinda? Él sabía que era absurdo, ¿pero y Roanna? ¿Qué habría hecho ella para protegerlo? ¿Ir a ver a Jessie, tratando de razonar con ella? Él sabía por experiencia que tratar de razonar con Jessie era malgastar el esfuerzo. Se habría lanzado contra Roanna como un oso sobre la carne fresca, concibiendo aún cosas más crueles que decir, más amenazas maliciosas que efectuar. ¿Habría llegado Roanna a tales extremos para detener a Jess? Antes del episodio en la cocina, habría dicho que de ninguna manera, pero entonces había visto aquella expresión en la cara de Roanna cuando Jessie cayó sobre ellos, y ahora no estaba seguro.

Dijeron que había sido la primera en encontrar el cuerpo de Jessie. Su esposa estaba muerta, asesinada. Alguien le había aplastado la cabeza con uno de los soportes de hierro de la chimenea de su habitación. ¿Roanna? ¿Podría haberlo hecho deliberadamente? Todo lo que sabía de ella le decía que no, al menos a la segunda pregunta. Roanna no actuaba a sangre fría. Pero si Jessie la había insultado, burlándose de sus miradas y sus sentimientos hacía él, efectuando más de aquellas estúpidas amenazas, entonces, tal vez, puede que perdiera el control y golpeara a Jessie.

Sentado a solas en la oficina de Booley, apoyó la cabeza en las manos mientras trataba de aclarar la confusión de sus pensamientos. Evidentemente era el sospechoso principal. Después de la pelea que Jess y él habían tenido, supuso que era lógico. Lo hizo sentir tan furioso que le hubiera gustado dar un puñetazo a alguien, pero era lógico.

No lo habían detenido, y no estaba especialmente preocupado, al menos no sobre esto. Él no había matado a Jess, y a menos que fabricaran las pruebas en su contra, no había modo de demostrar lo contrario. Lo necesitaban en casa para ocuparse de todo. Del breve vistazo que había tenido de ella, la Tía Lucinda estaba devastada; no estaría en condiciones de de ocuparse de los arreglos de entierro. Y Jess era su esposa; quería hacer este último acto por ella, llorar su muerte, afligirse por la muchacha que había sido, la esposa que había esperado que fuera. No había funcionado para ellos, pero a pesar de ello no merecía morir así.