Las lágrimas le quemaban los ojos y goteaban por sus dedos. Jess. Bella e infeliz Jess. Le hubiera gustado que fuera una compañera en vez de un parásito exigiendo constantemente más cada vez, pero no estaba en su naturaleza el dar. No había bastante amor en el mundo para satisfacerla, y finalmente había dejado hasta de intentarlo.
Se había ido. No podía traerla de vuelta, no podía protegerla.
¿Pero y Roanna?
¿Había matado ella a su esposa?
¿Qué debería hacer ahora? ¿Contarle a Booley sus sospechas? ¿Echar a Roanna a los lobos?
No podía hacerlo. No podía, ni siquiera podía creer que Roanna deliberadamente hubiese matado a Jessie. Golpearla, sí. Puede que le hubiese dado una bofetada en defensa propia, porque Jessie era -había sido- perfectamente capaz de atacar físicamente a Roanna. Ro tenía sólo diecisiete años, una menor; si la detenían y la juzgaban, y era declarada culpable, su condena por el delito sería leve. Pero hasta incluso una condena leve sería a pena de muerte para ella. Webb sabía tan cierto como que estaba aquí sentado, que Roanna no sobreviviría ni un año encerrada en un reformatorio. Era demasiado frágil, demasiado vulnerable. Dejaría totalmente de comer. Y moriría.
Meditó acerca de la escena en casa. Lo habían empujado fuera del edificio antes de que hubiera podido hablar con ninguno, aunque su madre lo había intentado. Pero lo que había visto en ese breve momento estaba grabado a fuego en su mente: Yvonne, ferozmente protectora, dispuesta a luchar por él, aunque no esperaba menos de su leal madre; Tía Lucinda mirándolo paralizada por la pena, Tía Gloria y Tío Harlan, con mirada acusadora de horror y fascinación. No había duda, creían que él era culpable, malditos fueran. Y Roanna, excluida, encogida y helada, en el otro extremo de la habitación, sin ni siquiera levantar la cabeza para mirarlo.
Se había pasado los diez últimos años protegiéndola. Se había convertido en una segunda naturaleza para él. Incluso ahora, a pesar de lo enfadadísimo que estaba con ella, no podía suprimir el instinto de protegerla, Si pensara que lo había hecho deliberadamente, sería diferente, pero no lo creía así. De modo que aquí estaba, protegiendo con su silencio a la joven que probablemente había matado a su esposa, y la amargura de esta elección le roía las entrañas.
La puerta de la oficina se abrió detrás de él y se enderezó, secando con brusquedad la humedad restante de sus ojos. Booley caminó alrededor del escritorio y se hundió pesadamente en el chirriante sillón de cuero, con los ojos clavados en la cara de Webb, tomando nota de los restos de lágrimas.- Lo siento, Webb. Sé que todo esto es un shock.
– Sí. – Su voz era áspera.
– A pesar de ello, tengo un trabajo que hacer. Se te oyó decir a Jessie que harías lo que fuera para deshacerte de ella.
El mejor camino a través de este campo minado, se figuró Webb, sería contar la verdad – hasta cierto punto, antes que no decir nada en absoluto. -Sí, lo dije. Justo después de decirle que pidiera el divorcio. Quería decir que estaría dispuesto a aceptar cualquier condición.
– ¿Incluso cediéndole Davencourt?
– Davencourt no es mío para darlo, es de Tía Lucinda. Esa decisión es suya.
– Jessie amenazó con hacer que Lucinda te borrara de su testamento.
Webb sacudió la cabeza con brusquedad. -Tía Lucinda no haría algo así solamente por el divorcio.
Booley cruzó los brazos por detrás de su cabeza, entrelazando los dedos para formar apoyo para su cráneo. Estudió al joven frente a él. Webb era grande y fuerte, un atleta natural; poseía la fuerza necesaria para aplastar el cráneo de Jessie de un golpe, ¿pero lo habría hecho? Bruscamente cambio de tema. -Supuestamente Jessie os pillo a Roanna y a ti metiéndoos mano en la cocina. ¿Quieres hablarme de ello?
Los ojos de Webb destellaron con un indicio de la helada y feroz cólera que escondía en su interior. -Nunca he sido infiel a Jess,- dijo, con sequedad.
– ¿Nunca?- Booley dejó que un indicio de duda se filtrara en su tono. -¿Entonces qué es lo que vio Jessie que la hizo estallar?
– Un beso.- Demos a Booley la verdad lisa y llana, por lo que valga.
– ¿Besaste a Roanna? Por Dios, Webb, ¿no crees que sea un pelín joven para ti?
– ¡Maldita sea, por supuesto que es demasiado joven!- estalló Webb. -No es eso.
– ¿No es qué? ¿Qué hacías con ella?
– No hacía nada con ella.- Incapaz de contenerse más tiempo, Webb se puso bruscamente en pie, haciendo a Booley tensarse y posar automáticamente su enorme mano sobre el extremo de su pistola, pero se relajó cuando Webb comenzó a caminar de un extremo a otro de la pequeña oficina.
– ¿Entonces por qué la besaste?
– No lo hice. Ella me besó. -Aunque sólo al principio. Pero Booley no necesitaba saber el resto.
– ¿Por qué hizo algo así?
Webb se frotó la nuca. -Roanna es como una hermana pequeña para mí. Estaba disgustada…
– ¿Por qué?
– La tía Gloria y el Tío Harlan se habían trasladado hoy. Ella no se lleva bien con Tía Gloria.
Booley emitió un gruñido, como si pudiera entender eso.-Y tú estabas… ¿qué, consolándola?
– Eso, y tratando de conseguir que comiera. Cuando se disgusta o está nerviosa, no puede comer, y estaba preocupado por lo que eso le puede provocar.
– ¿Crees que es – cuál es la palabra- an-no-se-que? ¿Privarse de comida a si misma hasta morir?
– Anoréxica. Tal vez. No lo sé. Le dije que hablaría con la Tía Lucinda y haría que los demás la dejaran tranquila, si prometía comer. Me lanzó los brazos alrededor del cuello y me besó, Jessie entró, y se desató el infierno.
– ¿Era la primera vez que Roanna te besaba?
– Sin contar los besos en la mejilla, sí.
– ¿Así que no hay nada romántico entre vosotros?
– No,- dijo Webb, la palabra quedó prendida en el aire.
– He oído que está loquita por ti. Una dulce jovencita como ella, muchos hombres se sentirían tentados.
– Depende mucho de mí, desde que sus padres fallecieron. No es ningún secreto.
– ¿Estaba Jessie celosa de Roanna?
– No, que yo sepa. No tenía ninguna razón para ello.
– ¿Incluso aunque te llevaras muy bien con Roanna? Por lo que oído, tú y Jessie no habíais estado llevándoos bien en absoluto. Tal vez estaba celosa de ello.
– Oyes mucho, Booley,- dijo Webb, con cansancio. -Jessie no estaba celosa. Cogía una rabieta siempre que no se salía con la suya. Me estaba volviendo loco para que la llevara conmigo a Nashville esta mañana, y cuando vio a Roanna besarme, fue la excusa que necesitaba para desatar un infierno.
– La pelea se volvió violenta, ¿verdad?
– Lancé un vaso y lo rompí.
– ¿Golpeaste a Jessie?
– No.
– ¿La has golpeado alguna vez?
– No.- Hizo una pausa, y sacudió su cabeza. -Le di unos azotes en el trasero una vez, cuando tenía dieciséis años, si eso cuenta.
Booley reprimió una sonrisa. No era momento para la diversión, pero Jessie consiguiendo que le pusieran el trasero colorado era algo que le habría gustado ver. Muchos niños hoy en día, tanto niños como niñas, se beneficiarían enormemente del mismo tratamiento. Webb habría tenido apenas diecisiete años entonces, pero siempre había sido más maduro de lo que le correspondía a su edad.
– ¿Qué pasó entonces?
– Jessie estaba cada vez más y más descontrolada. Me marché antes de que las cosas se nos fueran de las manos.
– ¿A qué hora te marchaste?
– Demonios, no lo sé. A las ocho, ocho y media.