No era culpa de ella que Jessie estuviese muerta, pero como consecuencia de que Roanna amaba a Webb y no hubiera sido capaz de controlar sus estúpidos impulsos, se había puesto en marcha una cadena de circunstancias que hicieron que Webb fuese culpado de la muerte de Jessie. No tenía ni idea de quién había matado a Jessie, sus pensamientos no habían llegado tan lejos; sólo sabía que no había sido Webb. Con cada célula de su cuerpo, sabía que él no podía haberlo hecho, tal y como sabía que todo esto era culpa de ella y que él no la perdonaría nunca.
Cuando el sheriff Watts se había llevado a Webb para interrogarlo, Roanna se había quedado paralizada de vergüenza. Ni siquiera había sido capaz de levantar la cabeza y mirarlo, convencida de que tan solo vería odio y desprecio en sus ojos si se dignara a mirarla, y sabía que no habría podido aguantarlo.
Nunca se había sentido tan sola, como si estuviera rodeada por una burbuja invisible, que impidiera a nadie acercarse. Podía oír a la Abuela detrás de ella, llorando suavemente otra vez, y oía a la tía Gloria murmurando y tratando de consolarla, pero ni siquiera esto la rozó. No sabia donde estaba el tío Harlan; tampoco le importaba. Jamás olvidaría la forma en que la habían acusado de matar a Jessie, el modo en que se habían apartado de ella como si estuviera apestada. Incluso cuando el sheriff Watts dijo que no creía que ella lo hubiese hecho, ninguno de ellos se había acercado o le había pedido perdón. Ni siquiera la Abuela, aunque Roanna hubiera oído el quedo “Gracias a Dios” que había murmurado cuando el sheriff dijo que creía que ella era inocente.
Toda su vida había tratado con todas sus fuerzas de ganarse el amor de esta gente, de ser lo bastante buena, pero nunca tuvo éxito. Nada en ella alcanzaría jamás los estándares de los Davenport y lo Tallants. No era guapa, ni siquiera era presentable. Era torpe y desordenada, y tenía la desafortunada costumbre de decir las cosas más espantosas en el momento más inadecuado.
En lo más profundo de su interior, algo se había rendido. Esta gente nunca la había querido, nunca lo haría. Sólo Webb se había preocupado, y ahora había estropeado eso, también. Estaba sola de forma tan intrínseca que dejó un enorme y doloroso vacío en su interior. Había algo devastador en saber que si ella simplemente se iba de esta casa y nunca volvía, nadie se preocuparía. La desesperación a la que se había enfrentado antes, cuando comprendió que Webb no la amaba ni confiaba en ella, la hizo asumirlo en muda aceptación.
Bueno, así que no la amaban; eso no significó que ella no tuviera ningún amor que ofrecer. Amaba a Webb con cada fibra de su ser, algo que no iba a cambiar sin importar lo que él sintiera por ella. Amaba también a la Abuela, a pesar de su obvia preferencia por Jessie, porque después de todo había sido la Abuela quien había aseverado con firmeza, “Roanna vivirá aquí, por supuesto,” aliviando el terror de una chiquilla de siete años la cual lo había perdido repentinamente todo. Incluso aunque se encontrara más a menudo con la desaprobación que con la aprobación de la Abuela, todavía sentía un enorme respeto y afecto por la indomable anciana. Esperaba que algún día ella misma pudiera ser tan fuerte como la Abuela, en vez de la torpe y no querida tonta que era ahora.
Las dos personas a las que Roanna amaba habían perdido a alguien querido para ellos. Vale, así que ella despreciaba a Jessie; la Abuela y Webb no. No era culpa suya que Jessie estuviera muerta, pero si Webb fuera culpado de ello, entonces eso si sería por su culpa debido a aquel beso. ¿Quién había matado realmente a Jessie? La única persona que le vino a la mente fue el hombre a quien había visto con Jess el día anterior, pero no tenía ni idea de quién era y no estaba seguro de poder describirlo o ni siquiera de reconocerlo aunque entrara por la puerta. Su susto había sido tan grande que no había prestado mucha atención a su cara. Si ya antes había decidido callar sobre lo que había visto, sus motivos ahora eran aún más cruciales. Si el sheriff Watts averiguaba que Jessie tenía un lío, vería esto como un motivo para que Webb la matara. No, decidió Roanna ofuscada, sólo conseguiría hacer daño a Webb revelando lo que Jessie había estado haciendo.
Un asesino quedaría libre. Roanna pensó en esto, pero su razonamiento era simple: hablarle al sheriff de ello no garantizaba que el asesino fuese atrapado, porque ella no tenía más información que ésta, y Webb saldría dañado. Para Roanna, no existían consideraciones de justicia o verdad, y era demasiado joven y sencillo para sutilezas filosóficas. Lo único que importaba era proteger a Webb. Bien o mal, mantendría su boca cerrada.
Observó mientras un coche del condado recorría silenciosamente la larga avenida y se detenía. Webb y el sheriff Watts bajaron de él y caminaron hacia la casa. Roanna miró a Webb; su mirada se pegó a él como un imán al acero. Iba todavía vestido en la ropa que llevaba puesta ayer, y parecía agotado, su sombrío rostro oscurecido tanto por la fatiga como por la barba de un día. Al menos estaba en casa, pensó, el corazón le brincó de alegría, y no iba esposado. Eso debía significar que el sheriff no lo iba a detener.
Cuando los dos hombres se acercaron al semicírculo de la acera pavimentada, Webb echo un vistazo hacia donde permanecía sentada, en el saliente de la ventana, perfilada por la luces tras de ella. Aunque todavía no era completamente de día, Roanna vio la forma en que su expresión se endureció, y después apartó la mirada de ella.
Escuchó el confuso y torpe frenesí de los familiares a su espalda cuando Webb entró en la casa. La mayor parte de ellos no le hablaron, y en cambio hicieron un esfuerzo por hacer que sus propias conversaciones parecieran casuales. Dadas las circunstancias, era un esfuerzo ridículo, y simplemente parecían artificiales. Sólo Yvonne y Sandra se precipitaron hacia él, y se apretujaron en sus fuertes brazos. En el reflejo de la ventana, Roanna vio como él inclinaba su oscura cabeza sobre la de ellas.
Las soltó y se giró hacia el sheriff Watts. -Necesito ducharme y afeitarme,- dijo él.
– Arriba está prohibido por el momento,- contestó el sheriff.
– Hay un baño con una ducha al lado de la cocina. ¿Puedes hacer que algún ayudante me traiga ropa limpia?
– Claro. – Se hicieron los arreglos, y Webb se marchó a asearse. Las voces tras de ella recobraron un ritmo más normal. Viéndolas, Roanna pudo decir que tanto tía Yvonne como tía Sandra estaban furiosas con los demás.
Entonces de repente su vista del cuarto fue borrada cuando el sheriff Watts se posicionó directamente detrás de ella. -Roanna, ¿te sientes con fuerzas para contestar algunas preguntas?- le preguntó en un tono tan suave que parecía fuera de lugar, viniendo de un hombre tan áspero y corpulento.
Ella se aferró a la manta con más fuerza aún y se giró en silencio.
Su enorme mano se cerró sobre su codo. -Vamos a un sitio más tranquilo,- le dijo, ayudándola a deslizarse del asiento junto a la ventana. No era tan alto como Webb, pero si casi dos veces más corpulento. Poseía la constitución de un luchador, con un pecho de tonel que desembocaba en un amplio vientre, y sin una pizca de grasa.
La condujo al estudio de Webb, sentándola en el sofá en vez de en uno de los amplios sillones de cuero, y dejándose caer agotado junto a ella.
– Sé que es difícil para ti hablar de ello, pero tengo que saber que pasó anoche, y esta mañana.
Ella asintió.
– Webb y Jessie discutían,-dijo el sheriff Watts, mirándola atentamente. -¿Sabes…?
– Fue por mi culpa,-lo interrumpió Roanna, con voz monocorde, vacía y extrañamente ronca. Sus ojos negros, por lo general tan animados y llenos de destellos dorados, se veían opacos y atormentados. -Yo estaba en la cocina tratando de comer cuando Webb llegó a casa de Nashville. Yo… yo no había cenado. Estaba disgustada… De cualquier manera, yo lo b-besé, y entonces fue cuando entró Jessie.